Ramsés Ancira
Son tantas sus debilidades argumentales, aún dentro de la categoría de la fantasía y la ciencia ficción, que probablemente no pase a la historia de las mejores películas de la historia, sin embargo tiene una virtud que aún es poco apreciada por los críticos de cine, es quizá la primera gran kinepelícula del Siglo XXI, como debe ser para una cinta inspirada en uno de los videojuegos más complejos de la industria.
Las salas promocionan como 4XD a aquellas que están dotadas con dispersores de neblina y brisa de agua, cartuchos de viento y butacas móviles, pero precisamente por esta característica pensamos que es correcto llamarle kinepelículas, del griego kiné, movimiento, pues lo qué está animado no sólo es la imagen, sino el asiento en el que nos encontramos.
Esto podría convertirse incluso en una especialización de la crítica cinematográfica, pues aunque todavía son relativamente pocos los espectadores que pueden darse el lujo de pagar un promedio de 7 dólares para ingresar a una sala 4XD, sus características son muy interesantes para los aficionados a las nuevas tecnologías, ya que es una experiencia difícil de tener en casa, aún con todos los aparatos de televisión de alta definición, incluídos los curvos, 4k o de tercera dimensión.
Assassin’s Creed (por ganarse a los video jugadores ya los exhibidores no se molestaron en traducir el título al castellano a pesar de que Fernando de Aragón e Isabel la Católica sean personajes, y España la sede donde ocurre gran parte de la acción) es una película más compleja que el promedio de historias de ciencia ficción y por lo mismo se sale de uno de los valores más apreciados por muchos espectadores del cine, sobre todo de los más jóvenes: la lucha entre el bien y el mal,
Para empezar, y aunque es una de las escenas más espectaculares y grandilocuentes de la kinepelícula, habría que dudar que los Reyes Católicos hayan sido espectadores de las ejecuciones ordenadas por la inquisición, precisamente porque los grandes crímenes del poder, en todos los tiempos, se dan porque los gobernantes ignoran o no quieren ver las atrocidades que causan sus decisiones.
En el Credo de los Asesinos, y eso está bien, los villanos son los que representan la moral y las buenas costumbres y los héroes serán, al final, los que no se tientan el corazón, y son capaces de matar, con tal de que se defienda el libre albedrío.
Lo que se sale un poco de la lógica, aun dentro de lo fantástico, a nuestro juicio, es que se atribuya todo el poder a un supuesto fruto proveniente del Edén, que para colmo ni fruto parece, sino una granada explosiva.
Como sea, para que no se pierda si no tiene la información del videojugador y le interesa la película, la lucha es entre los Caballeros Templarios, en versión michoacana, es decir sanguinarios asesinos y la otra banda, la del Credo de los Asesinos, que se asumen como tales pero no tienen remordimientos porque matan solo a los verdaderos malos, un acosador sexual por ejemplo.
Como el enfoque para esta reseña es el de las kinepelículas, vale la pena recordar que es un efecto que inició en las modernas ferias, antes de ser llevado a los complejos de proyección cinematográfica.
La primera película que se exhibió en México con esta tecnología fue Avatar y la primicia fue de Cinépolis. En esta cadena vimos Abraham Lincoln, Cazador de Vampiros, Lucy y Victor Frankenstein. Ahora, con Asassin’s Creed, Cinemex estrena sala y se luce pues la película tiene una excelente sincronización con las butacas, lo que hace muy apreciable las escenas aéreas fimadas en tercera dimensión.
El personaje central Cal Lynch, interpretado por Michael Fassbender es movido por una grúa robótica que emula las memorias de su ancestro Aguilar. Estos movimientos son replicados en las butacas de los cines, así como el silbido de las flechas, los saltos y los accidentes del camino en una carreta de caballos. A veces, hay que decirlo, llega a cansar tanta réplica física de lo que sucede ante la pantalla
Fuera de lo tecnológico hay que apreciar que tanto en el videojuego como en la película es esencial la participación de historiadores, digo, por si alguien aún piensa que esta profesión no tiene mercado.
* El autor es el ganador del Premio INBA Carlos Montemayor 2016 por el libro Reportero Encubierto