Joel Hernández Santiago
La verdad es que por estos días ni las gallinas ponen. Todo es bailar, cantar, brincar, romper la piñata, abrir los regalos, tomarse más de dos copitas que ponen los cachetes rojos, darse los abrazos cordiales o sollozar por lo que ya no es. Depende.
… Es que diciembre, ya se sabe, es el mes de las ambigüedades, de las felicidades intensas o las nostalgias; el mes de ver la vida de colores alegres o en blanco y negro; el de reposar la mirada en los recuerdos alegres o tristones; eso que se llama paz cordial, que es alegría; o tristeza que se vuelve nostalgia en un abrir y cerrar de ojos.
También es el mes de la felicidad infantil y en familia y con los mejores amigos. El de las posadas, las piñatas, los dulces, la fruta de aromas inolvidables que se llevan toda la vida: los tejocotes, las mandarinas, las ciruelas y las cañas de azúcar y las colaciones. Y las miles de luces de colores que nos alumbran bonito. Son días inquebrantables y de abrazos fraternos… o de los otros, también, que lo cachondín no quita lo alegrín.
Pero, bueno, todo se resume en los treinta y un días que dura el décimo mes que era y por eso diciembre. En realidad todo tiene que ver con el aniversario 2018 del nacimiento del Profeta en Belén, aquella tierra al mismo tiempo bendecida y hoy mismo trágica. Pero es así. Y los seres humanos como que por estos días sentimos la necesidad de decirnos que nos queremos, que nos necesitamos, que estamos aquí para no estar solos y que todos juntos comeremos chicharrón.
Ya en enero comenzará de nuevo el tormento chino; el de saber o no saber hacia dónde va nuestro país y nuestra vida. La esperanza del cambio sigue vigente en México, porque nadie con dos dedos de frente estará en desacuerdo con que urge cambiar para sí cambiar: urge que el país deje ya la tragedia cotidiana de la violencia criminal que nos tiene con el ¡Jesús! en la boca.
Urge sí, que todos los mexicanos, todos, tengan casa, comida, sustento y un buen tiempo para compartirlo con la familia y los seres queridos; que los 55 millones de pobres que hay en México dejen de serlo para tener una vida de la que se puedan sentir orgullosos y completos; urge que los 15 millones de seres mexicanos que en este mismo momento, mientras se lee esto, no tienen para hoy ni para mañana y difícil será que su Navidad o Año Nuevo sea el de las lucecitas de colores y ricas viandas en la mesa…
Urge, sí, que los muchachos tengan forma de estudiar y que estudien, y estudien bien, que se rompan la cabeza, que se desvelen estudiando, que los días sean de 25-30-40 horas porque con esto el futuro les será garantizado en un mundo de competencia cruel y en el que al mismo tiempo se puede ser más feliz si se sabe más.
Urge, sí, que truculentos ‘servidores públicos’ ya no se roben lo que es el resultado del trabajo de todos nosotros; urge que esa corrupción se convierta en castigo, pero también que se diluya entre las manos de todos nosotros, como agua que se quiere ir.
Y que haya buenos sistemas de salud y calidad médica y medicinas que alivien el dolor del cuerpo; que haya vivienda hecha y derecha-decorosa; que haya servicios suficientes, sin desperdicios pero sí con lo indispensable para no tronar los dedos sin saber qué hacer; y de caminos y calles seguras para ir y venir, sin que el persignarse cada día sea para que ‘regresemos con bien, sanos y salvos’.
Que haya trabajo para todos, bien pagado y bien cumplido. Que, por lo mismo, haya buenos maestros, dignos, responsables, queridos, como aquella maestra Rosita de mi infancia oaxaqueña; que sean maestros cumplidores, que sean los que enseñan la ‘O’ por lo redondo con cariño, con sapiencia y con amor por la enseñanza: que no sean holgazanes ni de una semana de clases y el resto del mes de paro criminal. Que no se diga que somos un país de alto riesgo cuando el riesgo se nutre del consumo de narcóticos en Estados Unidos…
Y que México sea al mismo tiempo respetuoso de otros, como también que sea respetado en todo y en cada uno de nosotros: aquí y fuera. Que nadie nos quiera ver la cara de majes en eso de construir muros para separarnos de lo bueno y lo malo: ¿quién es el bueno y quién es el malo? Y que esos fundamentalismos no se inoculen entre los mexicanos para que sigamos siendo el país de las puertas abiertas y de plato de sopa caliente en la mesa para los peregrinos que llegan y se van.
La esperanza en el nuevo gobierno federal es mucha entre muchos. Millones apostaron a ese cambio. A esa Cuarta Transformación (aunque la Tercera Transformación no transformó mucho). Andrés Manuel López Obrador es presidente de 129 millones de habitantes en este país y a todos se debe y a todos tiene que cumplirles porque por eso quiso ser presidente… Lo que sigue es cosa de cumplimientos y justicia social y justicia, a secas. Sólo así pasará a la historia como el mejor presidente de México: y si no, no.
Pero ya. Es tiempo de recobrar la calma. Es tiempo de un respiro profundo. Son los días en los que el espíritu de nuestros días infantiles sigue jugando en nosotros.
Y en nuestro corazón está puesta la mesa con aquellos platillos que sin ser del otro mundo eran el mejor platillo del mundo y del universo porque lo ponía en la mesa la mujer que todo lo daba por cada uno de nosotros; la que se esmeraba por retenernos alrededor de la mesa y disfrutar todos y uno en momentos de felicidad o tristeza: pero juntos. La que una sonrisa nuestra le llenaba el alma.
Pues eso: decíamos que son días de alegría, como es que es; o de nostalgias, como se sabe. Pero, bueno, también de un poco de descanso, que también el escribano tiene derecho a descansar y hacer descansar a sus lectores, público y amigos. Así que ‘eeennn el nombre del cielo, ooos pido descanso’ y si es así, pues nos vemos en enero para ver y decir lo que pasa y lo que ocurre. ¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo!
jhsantiago@prodigy.net.mx