Por Katya Ortega.
Sobre la guerra en Irán
Federico II de Prusia decía que:
“La diplomacia sin armas es como la música sin instrumentos.”
Y es que esta doctrina de “diplomacia armada” le ayudó en el siglo XVIII a gobernar Prusia durante 40 años. Federico creía que la diplomacia solo funciona si quien la practica tiene poder real para sostenerla: lo que hoy conocemos como “poder blando” respaldado por “poder duro” (Joseph S. Nye, 1990).
¿Entonces, qué es exactamente lo que estamos viendo en Ginebra?
Funcionarios de Francia, Alemania, Reino Unido y la Unión Europea se han reunido en una mesa de negociaciones con emisarios iraníes, intentando frenar el incendio.
Del lado europeo se pide:
• Un alto al fuego inmediato,
• Detener el enriquecimiento de uranio,
• Y la retirada progresiva del apoyo iraní a grupos armados como Hezbolá y Hamás.
A cambio, se propone levantar ciertas sanciones europeas e interceder ante Israel para frenar los bombardeos.
Irán, por su parte, ha respondido con frialdad: se niega a negociar mientras continúen los ataques israelíes. Exige garantías para su soberanía nuclear y condena lo que llama la “doble moral” de Occidente.
Además, amenaza con abandonar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) si no se detienen las agresiones.
¿Y Estados Unidos?
“Esperando”: esa es la posición oficial de la Casa Blanca.
Sin embargo, si aplicáramos aquí la frase de Federico el Grande —“La diplomacia sin armas es como la música sin instrumentos”—, Estados Unidos tiene ya la orquesta lista y afinada:
portaaviones en el Golfo Pérsico, sistemas antimisiles Patriot en posición, bases militares aliadas cercanas y presencia estratégica en el mar Mediterráneo.
Y como en toda sinfonía, los instrumentos no están ahí para adornar: están para ser usados.
Solo falta una nota desafinada para que la frágil composición musical de la diplomacia sea ahogada por el estruendo de los misiles.
Aunque el esfuerzo diplomático es serio, el ambiente en Ginebra es tenso. Los emisarios europeos saben que el tiempo es limitado y el margen de error, mínimo.
Mientras tanto, el mundo observa.
La pregunta no es solo si Ginebra puede evitar una guerra, sino si aún queda voluntad para hacerlo.