En la entrega anterior, se dio cuenta de la tradicional postura de lealtad e institucionalidad de las Fuerzas Armadas Mexicanas frente a los naturales relevos del poder civil. Surgió entonces como referencia inevitable, la mención al general Marcelino García Barragán.
Respetando siempre la tradicional postura en México donde los militares en activo no participan en la política, la trayectoria del general García Barragán es ejemplo de un hombre que tuvo una brillante carrera militar, pero también separado temporalmente según las circunstancias, del servicio activo despuntó en la política del México posrevolucionario. No en vano, no son pocos los que respetuosamente se refieren a él como Don Marcelino, lo cual es aceptado y no es cosa menor, pues sin temor a equivocarme es el único caso de un ex secretario de la defensa al cual se le puede referir sin anteponer su grado militar, una rara excepción en las formas castrenses.
En el rubro de la política no solo fue gobernador de su natal Jalisco, donde es querido y recordado, sino que fue padre de Javier García Paniagua de intensa carrera política y precandidato a la presidencia de la república al final del sexenio de José López Portillo y abuelo de Omar García Harfuch una de las cartas fuertes de la presidenta electa Claudia Sheimbaum en materia de seguridad pública.
Don Marcelino nació el 2 de junio de 1895 en Cuautitlán, hoy de García Barragán, en la costa sur de Jalisco. Al consumarse en 1913, la traición de Victoriano Huerta, causó alta como subteniente en las fuerzas de Raúl Madero en la División del Norte de Francisco Villa, participando de manera destacada en combates contra tropas del Ejército Federal. En 1915 se incorporó al Ejército Constitucionalista bajo el mando del general Álvaro Obregón concurriendo a las campañas contra los convencionistas y la del Yaqui.
En el periodo entre 1915 y 1920 ascendió de teniente a mayor siempre por acuerdo presidencial y por méritos en campaña. Como muchos oficiales y jefes surgidos del Ejército Constitucionalista decidió convertirse en soldado profesional e ingreso al Colegio Militar, concluyendo sus estudios satisfactoriamente, volvió a filas donde destacó como un mando capaz y valiente, se distinguió batiendo a los cristeros y pacificando el sur de su natal Jalisco. Pero también regresó a su alma mater, fue Ayudante General y Director de la Escuela de Caballería del Colegio Militar, ya como General Brigadier, del 16 de enero de 1941 al 31 de mayo de 1942 fungió como Director del heroico plantel.
Entre 1943 y 1947, separado del servicio activo, Don Marcelino fue gobernador de Jalisco, ahí desplego una notable labor que aún es recordada por sus paisanos. En diciembre de 1946, Miguel Alemán asumió la presidencia, es conocido que Don Marcelino tuvo simpatías políticas por la figura del general Miguel Henríquez Guzmán quien logró aglutinar a incontables veteranos alrededor de la Federación de Partidos del Pueblo de México.
De ahí surgió la versión de que, en virtud de no apoyar al oficialismo, Don Marcelino fue obligado a entregar la gubernatura de Jalisco dos semanas antes de concluir su periodo. La postura política de García Barragán fue prenda de congruencia, con total entereza y fiel a las más hondas virtudes militares y de caballero, se mantuvo alejado del servicio activo, así como de cualquier compromiso político durante las administraciones de los presidentes Alemán y Ruiz Cortines.
Previo a aquellos años, surgió otra anécdota que dibuja el carácter de Don Marcelino, siendo gobernador acudió a Puebla a entrevistarse con su homólogo el Dr. Gonzalo Bautista Castillo, resulta que el poblano se encontraba fuera de su despacho, entonces Don Marcelino esperó paciente en la antesala, se encontraba en un salón contiguo el Secretario General de Gobierno, el joven abogado Gustavo Díaz Ordaz.
Pues resulta que llegó hasta el escritorio de Díaz Ordaz el poderoso y peligroso Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, el general Maximino Ávila Camacho quien se sentía con Derecho a relevar a su hermano en la presidencia. Fiel a su estilo, Maximino entró dando gritos y lanzando improperios, golpeó con su fuete el escritorio de Díaz Ordaz, lo insultó y maltrató al no encontrar a Bautista Castillo.
Entonces Don Marcelino irrumpió molesto en la pieza, Maximino se sorprendió ante su presencia, y temeroso solo balbuceo: “¡Chelino, no es para tanto!” Don Marcelino lo conmino a no maltratar al joven abogado, a conducirse de manera correcta y a pedirle perdón, entonces no se movió del sitio hasta que Maximino pidió perdón a Díaz Ordaz. Don Marcelino logró lo que ni el presidente podía hacer: frenar a Maximino. Este incidente retrató la diferencia entre un cacique y un hijo del Colegio Militar, Díaz Ordaz agradecido nunca olvidó el gesto.
El presidente López Mateos no pasó por alto las prendas de Don Marcelino y lo reincorporó al servicio activo de las armas en 1960, estuvo agregado al Estado Mayor Presidencial, al frente de las 17 y 21 Zonas Militares y en 1964 asumió el alto mando del ejército como Secretario de la Defensa Nacional, el Licenciado Gustavo Díaz Ordaz, aquel joven funcionario durante el ya lejano incidente con Maximino Ávila Camacho, era ahora el presidente de la república.
El momento estelar de García Barragán se dio durante el conflicto estudiantil de 1968, ahí Don Marcelino con energía pero prudencia, evito que el país se fuera por la borda, es imposible que la polémica nunca cese alrededor de la fatídica tarde del 2 de octubre en Tlatelolco y las jornadas que le antecedieron, sin embargo también es innegable, que García Barragán evitó que el conflicto escalara y se saliera de las manos, con firmeza y patriotismo contuvo la injerencia de actores extranjeros, disipó los nubarrones frente a los rumores de un golpe de estado y que fue el más vigoroso exponente y ejemplo de lealtad a las instituciones y al presidente de la república.
Al concluir su responsabilidad en 1970, Don Marcelino, con la satisfacción del deber cumplido, se retiró a su tierra natal donde vivió hasta su muerte el 3 de septiembre de 1979.
Hoy a la distancia, el juicio objetivo de la historia debe reivindicar a Don Marcelino no solo como un soldado sin tacha, sino como referente indiscutible de lealtad y amor a México durante las graves jornadas de 1968.