Ramsés Ancira
Para Abraham Torres Tranquilino y el doctor Mireles, emblemáticos chivos expiatorios
Piense usted en todo el planeta, integrado por un poco más de 190 países. ¿En cuántos de ellos se le ocurre que hayan podido asesinar en la misma semana a dos personas con el mismo método, estranguladas con el cable metálico de un teléfono público? Difícil, ¿verdad? ¿Y si le muestro que en la Ciudad de México, esto ocurrió dos veces? En ambos casos al sur de la capital, y en delegaciones aledañas ¿no creería que haya un patrón digno de analizar?
En la mañana del 30 de abril de 2017 El Universal dio cuenta de un crimen por estrangulamiento con un cable de teléfono; un día antes fue sábado y por la mañana una vendedora ambulante, quizá de tamales pues se preparaba a instalar su puesto, hizo el macabro hallazgo. La víctima fue un hombre joven, de unos 22 años. Casualmente la misma edad que Lesvy Berlin, casualmente estrangulada también con el cable de un teléfono público, casualmente hallada también al amanecer, pero con 120 horas de diferencia.
Como la víctima fue un hombre y en este país se da por hecho que asesinar a un joven forma parte de la normalidad cotidiana, no es fácil encontrar la noticia, aunque intente usar el buscador de google, así que le dejamos de una vez el enlace, por si quiere consultarla personalmente, y unirse a la búsqueda de patrones que tal vez las autoridades no hayan podido encontrar:
http://www.eluniversal.com.mx/articulo/metropoli/cdmx/2017/04/30/hallan-joven-ahorcado-con-telefono-publico-en-tlalpan
El cuerpo del joven varón, quien tenía sangre en el cuerpo de heridas previas al estrangulamiento, se encontró a once kilómetros de la facultad de ingeniería, donde otro cable de teléfono público, estranguló la vida de la ex integrante de la estudiantina de la UNAM y políglota Lesvy Berlín.
En este ejercicio de razonamiento donde pido la compañía del lector, le pido que considere que tan difícil es manipular un cable metálico soldado a uno de los extremos, colocárselo alrededor del cuello y tirar de él hasta provocarse la muerte. Como dicen los abogados, suponiendo sin conceder, si esto ocurriera, la persona perdería la conciencia antes de morir.
Pues bien…o mejor dicho, pues mal, porque la Procuraduría no dijo que este muchacho hubiese estado bebiendo o drogándose toda la noche, como lo publicó sobre Lesv, pero sí algo igual de grave: que se trataba de un suicidio. Así es más barato, más sencillo que aceptar un crimen y sumarlo a la estadística de asesinatos dolosos.
La segunda muerte producida por estrangulamiento de cable telefónico, por haber sucedido dentro de Ciudad Universitaria, donde operan permanentemente varios colectivos feministas, resultó mediáticamente comprometedora para la Procuraduría de justicia capitalina que se apresuró a buscar excusas para explicar el homicidio, atribuyéndola a la conducta de la víctima.
No es la primera vez que ocurre así; ya sucedió con el multihomicidio del Caso Narvarte donde se empeñaron en filtrar información para hacer creer que los asesinatos estaban ligados a la nacionalidad colombiana de una de las cuatro mujeres asesinadas, y a que esta habría recogido un cargamento de cocaína en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, lo que nunca se comprobó tras centenares de revisiones de los videos de las cámaras de seguridad.
En ese caso la Procuraduría pudo comprobar que un ex policía que trabajó un solo día tras salir de la academia, Abraham Torres Tranquilino, había recogido un automóvil Mustang que había pertenecido a una de las mujeres asesinadas. Eso es de lo único que le pudo comprobar, pero aprovechó para quitarse de problemas y de una vez le adjudicó esos feminicidios, y además del asesinato del fotógrafo Rubén Espinosa Becerril, aunque no pudiera comprobar ningún móvil que explicara el multihomicidio.
Que este periodista hubiera recibido amenazas de la policía que comandaba el ahora preso ex gobernador de Veracruz, no importó. Que la saña con la que se cometió el quíntuple asesinato en Narvarte y el uso de silenciadores, implicaba la participación de sicarios profesionales, muchos, altos y musculosos, y no de un enclenque limpiaparabrisas, como se supone que es uno de los coacusados del quíntuple crimen, tampoco.
Pero el ahora jefe de la Comisión Nacional de Gobernadores, Miguel Ángel Mancera, llegó a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México precisamente por su buena imagen como procurador. Ya si los crímenes de más impacto se resuelven con chivos expiatorios, esa es otra cosa.
La presión para resolver el asesinato de Lesvy, podría servir para que se aclare el asesinato de Miguel, el muchacho cuyo cadáver apareció en el Pedregal de San Nicolas, a 11 kilómetros de la facultad de ingeniería, y que no ha tenido la misma atención mediática.
Pero es también un oportunidad para que el gobierno de la Ciudad de México aproveche para una investigación científica, no al aventón, como la del Caso Narvarte, y esclarezca ambos crímenes, sin chivos expiatorios como hace el gobierno federal y como lo atestigua el hecho de que permanece encerrado el doctor Mireles, por el único delito de hacer lo que el Estado no supo resolver.