José Luis Parra
La sucesión en Sonora se adelanta a su tiempo, pero no a su estilo. Ya no hay “dedazo”, pero sigue habiendo manita. Y en este tablero recortado —de poder, de tiempo y de margen— Alfonso Durazo se juega algo más que el nombre de su posible reemplazo: se juega el futuro de su legado, su seguridad personal y hasta el blindaje para una carrera política que no necesariamente termina en Hermosillo.
La vieja liturgia sexenal dictaba que el gobernador saliente alzaba la mano de su sucesor tras el informe presidencial. Pero esto es la 4T, no el viejo PRI, aunque duela reconocer que se parecen cada vez más. La diferencia está en que aquí no hay tapado, hay varios destapados. Y todos juegan a ver quién tiene el favor de Claudia, quién el de Palacio, y quién —y esto es clave— el veto de Durazo.
Porque eso sí: el que no tenga el “sí” de Palacio puede sobrevivir. Pero el que tenga el “no” del gobernador, ese sí está muerto antes de arrancar.
En esa disputa silenciosa pero feroz, Claudia Sheinbaum trae bajo el brazo a Carlos Javier Lamarque, su “amigo” alcalde de Cajeme. Nada mal. Hombre leal, veterano y con trayectoria en el lopezobradorismo. Pero en política, la gratitud no da votos ni garantiza obediencia. Y Lamarque —que ya tuvo sus glorias— no es precisamente el tipo de perfil que Durazo querría como sucesor. Menos aún como auditor.
Por otro lado, aparece Paulina Ocaña, jefa de la Oficina del Ejecutivo, nieta del exgobernador Samuel Ocaña. Veintitantos años, Telemax a los 23, lealtad sin fisuras. ¿Falta de experiencia? Quizá. Pero no subestimemos lo que un apellido y una firma pueden lograr en tiempos de guerra fría entre aliados.
Porque sí, esto ya es una guerra. Y no es la primera. Hace dos años, Durazo y Sheinbaum ya tuvieron su primer encontronazo en el Consejo Nacional de Morena. No pasó a mayores, pero los rencores políticos se conservan mejor que el vino.
La lista se engrosa con nombres como el de Froylán Gámez Gamboa, secretario de Educación. Un perfil más técnico, más gris, pero con mejores relaciones con los sindicatos. ¿Una carta de negociación? Probablemente. En este ajedrez, el caballo se mueve en L, pero también puede ser sacrificado para salvar a la reina.
Y claro, no faltan los espontáneos: Lorenia Valles y Heriberto Aguilar, que se autopromocionan con una intensidad proporcional a su falta de respaldo real. Son lo que en Sonora se conoce como “relleno”. Esos que sirven para simular pluralidad antes de que llegue el verdadero elegido o la elegida. Aunque a veces el relleno se infla.
El conflicto, sin embargo, no es sólo por la silla grande. Durazo lo sabe bien: su verdadero blindaje está en el Congreso local. Por eso su prioridad será dejar operadores confiables en las diputaciones. La gubernatura es importante, claro. Pero lo esencial es tener un Congreso que no lo cite. O peor aún, que no lo investigue.
Y eso se logra con otra clase de lealtades. No con los de Palacio. Ni con los de Claudia. Ni siquiera con los viejos priistas reciclados. Se logra con los propios, esos que no saben decir otra cosa que “sí, gobernador”.
Hay quien dice que Durazo podría soltar la gubernatura a cambio de una Secretaría federal. Gobernación, dicen algunos. Sería un buen retiro. Un último escaño antes del adiós o del “ya veremos”. Pero quien cree que esto es solo por ambición personal no ha entendido nada.
Esto es por supervivencia.
Porque en Sonora, la política se sigue jugando con sangre, con territorio y con silencios. Y nadie quiere dejar cuentas abiertas. Mucho menos con la Sheinbaum presidenta y el lopezobradorismo todavía respirando.
Durazo tiene la pluma, el veto y el conejo en la chistera.
Y no lo ha sacado aún porque en esta partida, lo importante no es mover primero.
Es mover cuando el otro ya no tiene opción.