* Su fantasma ronda presente y futuro
Por Antonio Ortigoza Vázquez / @ortigoza2010
Ordenó que en la escuela primaria no hubiese reprobados, trajo a un grupo de argentinos que destruyeron la gramática; arruinó por varias décadas a la zona agrícola más moderna del país, el Valle del Yaqui; hizo ridículo mundial con un voto en la ONU contra Israel y después «pidió perdón»; propició un golpe interno contra el entonces paradigmático diario «Excélsior», en ese momento uno de los diez mejores del mundo y dejó pasar los informes «ultraconfidenciales» de la DFS acerca de planes de la «Liga Comunista 23 de Septiembre» y eso desembocó en el asesinato del magnate regiomontano Eugenio Garza Sada, lo que desató la furia de la clase empresarial.
La tensión entre la Presidencia y la cúpula empresarial alcanzó niveles muy peligrosos cuando, en plena ceremonia luctuosa en Monterrey, el abogado Ricardo Margáin Zozaya, a cargo de la oración fúnebre, acusó al gobierno, sin tapujos, de haber propiciado el crimen.
Pero Luis Echeverría dio un fuerte impulso a la vivienda obrera. a través de la creación del Infonavit (aunque con muchos vicios administrativos y corrupción); creó las escuelas técnicas pesqueras y técnicas agropecuarias; creó el Conacyt (ahora muy devaluado); el Inmecafé, el CIDE (ahora bajo fuego desde el Zócalo); propició la militancia campesina con líderes como Augusto Gómez Villanueva y con eso creó caos y caída de producción agrícola.
Entre otros graves errores generados «por la buena fe», gastó centenas de millones en una «flota pesquera ejidal» que terminó anclada y como pasto de la corrosión en muelles de Mazatlán, Yavaros, Guaymas, Puerto Peñasco y otros.
Con el envío a Londres del secretario de Hacienda, Hugo B. Margáin, liquidó de cuajo la disciplina fiscal y acuñó la terrorífica frase: «No se preocupen, las finanzas se manejan desde Los Pinos». Eso fue coreado con entusiasmo por el coro de aduladores en que se convirtió buena parte de «la colectividad intelectual», con muy pocas pero muy honrosas excepciones.
Años después, en un magnífico ensayo, el intelectual Gabriel Zaid dijo: «Así fue, y así nos fue».
Con un Congreso abyecto en extremo que autorizó una gira por el extranjero de 40 días -con flagrante violación a la Constitución-, el presidente Luis Echeverría recorrió el mundo ofreciendo recetas para todo y con la idea de forjar un «liderazgo alternativo», con el «Grupo de los 77», es decir, los países más pobres, incluida la China entonces de Mao, y alcanzar así el voto para ser el nuevo Secretario General de la ONU.
LA «ANTICAMPAÑA» DE MOYNIHAN
Parecía que el activismo echeverrista no era motivo de preocupación en Washington; sondeos del Departamento de Estado revelaban que no lograría los votos, pero, por si acaso, se comisionó al embajador Patrick Moynihan para una «labor de zapa» en donde se hace la auténtica política en la ONU: en los bares del edificio central de la organización mundial, en Nueva York.
Moynihan hizo gala de su hígado de acero y se dedicó a recorrer, uno a uno, los bares, a la búsqueda de cuantos embajadores pudo encontrar, se metió a la mala en las mesas, sabedor de que no sería rechazado; fingía estar más ebrio de lo que realmente estaba y hacía honor a la famosa prepotencia de los diplomáticos del imperio.
Les decía: «Me he enterado que ustedes tienen decidido votar por Echeverría; y aquí entre nos, eso nos da gusto, pero claro, eso es confidencial: el presidente Echeverría es nuestro hombre, pero no lo promovemos para no dar la impresión de que presionamos el voto; claro, esta charla ha sido confidencial». Acto seguido, se alejaba, fingiendo no controlar sus pasos, tropezaba a propósito con los parroquianos y salía hacía otro bar para repetir la dosis.
Los embajadores, claro, cayeron en cuenta que Echeverría era un falsario, que era un instrumento oculto del imperio, que era un simulador patrocinado por la Casa Blanca. El voto fue abrumadoramente en contra.
Echeverría recibió el gobierno con una externa deuda alrededor 3 mil 500 millones de dólares. Y el secretario de Hacienda, Hugo B. Margáin declaró al respecto:»Estamos al límite de la capacidad de pago…» y rechazaba las presiones para contratar más deuda, sobre todo, para proyectos con utilidad del todo improbable. Fue destituido y enviado de embajador.
Echeverría nombró en su lugar a un amigo de juventud, con el que había limado asperezas al inicio de su gobierno, José López Portillo, quien se dedicó a hacer giras por el país, cosa del todo ajena a una tarea de gabinete.
A unas horas de su sexto y último informe, el gobierno echeverrista hizo un anuncio que sacudió al país entero: después de 25 años de sólida estabilidad monetaria, el peso era devaluado en 100 por ciento.
El secretario de Hacienda apareció ante los reporteros «custodiado» por el director de Información, Mauro Jiménez Lazcano. La palabra «devaluación» había sido prohibida y solo se refirió a «un cambio en la banda de flotación», del peso respecto al dólar, medida que «beneficiaría al país».
Días después, el secretario de la Presidencia, Ignacio Ovalle Fernández (ahora prominente miembro de la 4T, pese a su desfalco de 20 mil millones en la ya «desaparecida» Segalmex), dijo que «la paridad monetaria era una camisa de fuerza que perjudicaba el desarrollo del país»).
Don Luis murió a noche a los 100 años, cumplidos en enero. Los muertos del 10 de junio de 1971 en San Cosme ya preparaban su recibimiento