Por Aurelio Contreras Moreno
Mientras que aún no es posible calcular en su real dimensión las afectaciones que en materia de salubridad tendrá la epidemia por coronavirus en México, de lo que no hay ninguna duda es del enorme daño que causará a la economía.
A pocos días de comenzar el distanciamiento social recomendado por el gobierno mexicano, las expectativas de crecimiento del país se desploman. De acuerdo con estimaciones del banco suizo Credit Suisse enviadas a sus clientes este martes 17 de marzo, se espera una contracción de la economía mexicana del orden de -4 por ciento, lo que implicará “riesgos negativos significativos”.
Asimismo, desde la semana pasada todos los mercados sufren un verdadero apocalipsis. Este día, la Bolsa Mexicana de Valores perdió 3.2 por ciento respecto del cierre del viernes pasado, aunque al inicio de la jornada la caída llegó al 7 por ciento, por lo cual tuvo incluso que suspender operaciones para evitar un desplome inmanejable.
A su vez, el precio del barril de petróleo mexicano cayó hasta 18.78 dólares, su nivel más bajo en casi dos décadas, mientras que el dólar se cotizó en casi 24 pesos. Nadie puede negar que la economía mexicana está infectada por el mismo mal que aqueja al resto del mundo y sus consecuencias seguro serán graves y difíciles de remontar.
Pero el cierre paulatino de actividades públicas en todos los órdenes invariablemente tendrá un fuerte impacto no solo en los indicadores macroeconómicos, sino que perjudicará sustancialmente el flujo cotidiano de recursos, la economía del día a día en la que vive la mayoría de los habitantes del país.
Conforme el aislamiento inevitablemente crezca, más negocios sufrirán por falta de clientela. Y no nos referimos solamente a las grandes tiendas y franquicias que, aunque también registrarán enormes pérdidas, cuentan con los recursos necesarios para mantener sus servicios a distancia, vía internet y entrega a domicilio, y así soportar el paso de la tormenta.
En cambio, las pequeñas y medianas empresas enfrentan un escenario verdaderamente catastrófico, en especial aquellas que dependen de que la gente acuda a sus establecimientos a consumir, como restaurantes, cafeterías, bares, tiendas de abarrotes, mercados populares, hoteles, moteles, por mencionar algunos.
Para la enorme mayoría de esos negocios será imposible costear sus gastos de operación mínimos. ¿Con qué van a pagar la renta de un establecimiento si no entra ni una sola persona a comprar algo? ¿Cómo mantener el pago de un sueldo si no hay circulante en cajas?
Y eso nos lleva directamente a otro efecto colateral de esta crisis sanitaria: la inevitable pérdida de fuentes laborales a todos los niveles, incluidas las de las grandes empresas, que al ver reducidos sus márgenes de ganancia por la inactividad, a lo primero que recurrirán es al despido de personal. No es catastrofismo, sino economía simple. Y ya está sucediendo.
Algunos países están tomando decisiones drásticas para intentar contener la debacle. En Francia, por ejemplo, el presidente Emmanuel Macron decretó medidas como de economía de guerra, entre las que se incluyen destinar 300 mil millones de euros para salvar de la quiebra a las empresas de ese país, la suspensión del pago de impuestos, así como de los servicios de electricidad, gas, agua potable y hasta de los alquileres.
Entre tanto, en México pues… hay “fuerza moral”.
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