Luis Alberto García / Moscú
*Llegaron a llamarlo el “Pelé blanco” del futbol soviético.
*Represaliado por la nomenklatura política, no asistió a Suecia 58.
*Deportado y preso en Siberia, volvió al Torpedo moscovita.
*Mural y escultura en su memoria en instalaciones de su equipo.
La Unión Soviética tenía un equipo de miedo, y quienes han seguido con atención el espectáculo que ofrece desde tiempos nostálgicos y lejanos el futbol ruso, aunque guardando devotamente en la memoria episodios inolvidables, recuerdan que, en 1956, dos años antes del Campeonato Mundial de Suecia, hubo un héroe desconocido de mediados del siglo XX.
Vencidas las tropas invasoras nazis, con la patria en reconstrucción una década atrás debido a los destrozos espirituales y materiales que dejó la Segunda Guerra Mundial, los futbolistas soviéticos se habían apoderado fácilmente de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Melbourne, Australia.
Pocas semanas antes del inicio del torneo de Suecia 58, Lev Yashín, Vladimir Kesarev, Borís Kuznetsov y los hermanos Ivanov, habían aniquilado (6 a 0) a la escuadra anfitriona, hazaña directamente relacionada con la magia que podía irradiar la estrella de ese equipo que, en buena lid, enfrentó a Brasil, Austria e Inglaterra, hasta alcanzar los cuartos de final.
Eduard Anatolevich Streltsov, de sólo veinte años de edad, a quien mucho tiempo después se conocería como el “Pelé blanco” -como también sería llamado Artur Coimbra Antunes, “Zico”, el enorme futbolista brasileño que fue campeón del mundo con el Flamengo de Río de Janeiro en 1981; pero nunca con su selección-, era fino, elegante y letal dentro del área y con sus balazos de media distancia.
Streltsov había debutado con toda la gloria en las filas del Torpedo de Moscú: metió tres goles en cada uno de los dos primeros partidos que jugó como titular en el equipo de la capital, con apenas 17 años, como “Pelé” en Suecia, precisamente ante los soviéticos, sustituyendo a José Altafini.
No cabía tanto talento dentro del campo y pronto generó una oleada de fama y rendición de pleitesía fuera de los estadios, a tal grado que el novel delantero se envaneció demasiado, sus goles comenzaron a escasear, en proporción inversa a los vasos de nalifka y vodka y a las largas noches de fiesta.
Sus contemporáneos cuentan que, engreído por su prestigio, se animó a desafiar a los jerarcas comunistas que pretendieron transferirlo al CSKA o al Dínamo, y dicen además que, en una recepción en el Kremlin, ofendió a la hermana de la ministra de Cultura, Yekaterina Furtseva.
Esos desplantes lo colocaron en la lista negra del gobierno, y días antes de que la delegación soviética partiera rumbo a Estocolmo, una hermosa mujer de su edad, Marina Lebedeva, hija de un alto funcionario de la nomenklatura soviética, lo denunció por haberla agredido, negándose a contraer matrimonio con ella.
Streltsov negó los cargos y aceptó firmar una confesión a cambio de que se le permitiera alinear en el equipo que iría a Suecia, dirigido por Gavril Katchalin; pero en vez de viajar al noroeste, atravesando el mar Báltico, su periplo terminó en un campo de trabajos forzados de Siberia, en donde permanecería preso siete años.
Así lo consignó el periodista mexicano Alberto Lati en uno de los veinte capítulos del programa “Latitudes” que grabó en Rusia para “Fox Sport” e “History Channel”, meses antes de iniciar la Copa del Mundo de Futbol de 2018.
En Moscú nadie creyó la confesión, y unos cien mil trabajadores de la automotriz Zil salieron a las calles para protestar por lo que creían era una injusticia del gobierno contra el gran ídolo del balompié nacional, que empezaba a demostrar su calidad al empatar (2-2) con Inglaterra y vencer (2-0) a Austria.
No obstante perder (2-0) contra Brasil con goles de Edvaldo Izidio Neto, “Vavá”, y sin Eduard Streltsov, la Unión Soviética logró pasar la primera fase–, tras lo cual fue eliminada (2-0) en cuartos de final por Suecia, con goles de Kurt Hamrin y Sven Simonsson.
Semanas antes, con Streltsov aún en las filas del conjunto soviético, la situación había resultado diametralmente opuesta: recuperó la libertad en 1965 y, si bien su estado físico había mermado por la falta de ejercicio y el inclemente clima de la estepa siberiana, regresó al Torpedo, en cuyas instalaciones hay un mural con su rostro estéticamente expuesto al mundo.
Fue recibido con alegría y cariño por algunos de sus antiguos compañeros y por los nuevos integrantes del equipo con el que ganó la Liga nacional soviética y llegó a las semifinales en una Copa de Campeones de Europa.
Además del mural que captó Alberto Lati en su reportaje televisivo, también es posible admirar una escultura levantada a las puertas del estadio del Torpedo de Moscú que recuerda las hazañas del goleador, fallecido en julio de 1990.
En su memoria, en ruso –idioma cuya caligrafía y gramática fue introducida desde Grecia y Bulgaria por los monjes cristianos ortodoxos Cirilo y Metodio en el siglo IX D.C.-, cuando un futbolista le pega hábil y magistralmente con el talón a la pelota, se dice que ejecutó el pase “Streltsov”.
“Ésa es la mejor manera de homenajear por parte de sus admiradores a un héroe del deporte que quiso dejar su nombre en las canchas del mundo”, dice Evgueni Umerenko, periodista amigo, conocedor de los secretos de Rusia, de sus personajes y hazañas del pasado, como las del gran Eduard Strelsov, ahora recordado en esta crónica moscovita.
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