La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
El enojo se incubó por cientos de años ¿cómo pretendían que naciera?
En los últimos tiempos, la lucha de las feministas ha retomado considerable fuerza, las protestas que realizan los ocho de marzo, al margen de otras coyunturales, cada vez son más numerosas e involucran a mujeres de todos los ámbitos, a diferencia de los años setenta del pasado siglo, cuando el movimiento se concentraba en el sector intelectual.
Sin embargo, tal empoderamiento, ha ido acompañado de un debate respecto de ciertas expresiones particulares, que algunos consideran violencia innecesaria, como las pintas en monumentos y comercios, además de consignas subidas de tono, ejecutadas por féminas embozadas.
Por otro lado, hay quienes afirman que dicha tendencia, es impulsada por una suerte de ‘mafia del poder’ global, con el objetivo de desviar la atención de temas más relevantes (la pobreza, v.g.), lo cual se enmarca en la muy cuestionada hipótesis del complot.
Pueden darse diversas interpretaciones, respetables todas, pero, lo inocultable, es que el sistema patriarcal las ha oprimido por siglos por una sola circunstancia: ser mujeres, lo que redunda, en que muchas de ellas padezcan varias situaciones de vulnerabilidad: mujer-pobre-indígena; mujer-sexoservidora-madre soltera o mujer-política-opositora.
A todo lo anterior, debemos agregar la tremenda brecha salarial y el trato injusto, que reciben las madres de familia a cargo de las labores del hogar.
Ni lejanamente, somos expertos en el tema, no obstante, vislumbramos lo aquí reseñado, por lo que, concluimos: tienen todo el derecho a expresarse como mejor entiendan. Las piedras y las vidrieras, ante tal panorama, no tienen la menor importancia.