Por María Manuela de la Rosa Aguilar.
Según la doctrina la guerra surge cuando la diplomacia ha fracasado, pero deberíamos preguntarnos si en nuestro tiempo realmente es así, cuando la diplomacia no ha tenido que ver en absoluto, pues no se trata de que un país soberano admita sin más perder gran parte de su territorio y menos aún, adherirse a otro, perdiendo su identidad, su libre determinación, su idioma e ideología, sólo por el simple hecho de que un dictador haya decidido ampliar su poder y extender sus dominios, siendo ya el país más extenso del mundo. Claro, hablamos de la guerra en Ucrania, que pese al apoyo internacional sigue perdiendo fuerza, incluso ha dejado de ser prioridad en la agenda global informativa.
Le ha seguido la guerra en Israel, en donde la diplomacia tampoco ha figurado como para decir que fue un fracaso. E ataque sorpresivo por parte de Hamás a Israel provocó la lógica respuesta de la potencia de Oriente Medio, preparada para la defensa por su larga historia como blanco de ataques. Pero aquí no hay inocentes: por un lado, los terroristas musulmanes tienen sometida a la población palestina; pero los israelitas han pretendido quedarse con todo el territorio palestino y poco a poco han ido ocupando terreno palestino, comprando o invadiendo lenta pero consistentemente para extenderse a lo largo de todo el territorio, un lugar que ha sido disputado por siglos entre judíos, musulmanes y cristianos. Cada grupo ha tenido su momento de dominio, al parecer ha llegado la hora de los israelitas, pero el mundo se ha dividido y la posición de la comunidad internacional se diluye, entre la ayuda humanitaria, la condena por la respuesta israelí y las acciones contra Hamás y sus aliados.
Pero la guerra afecta no sólo a los protagonistas de la contienda, sino a todo el mundo, pues los efectos directos e indirectos son significativos, como la interrupción o alteración del comercio internacional, no sólo porque los países involucrados dejan de cumplir con sus compromisos porque la producción cesa, sino también por las restricciones comerciales, la imposición de aranceles y embargos, no sólo por la condena a las acciones ofensivas, sino para debilitar al contrario, pero los afectados son todos, directa e indirectamente. Pero, además, la confianza de los inversores y consumidores sufre un descalabro, pues uno de los mayores enemigos del comercio y el sistema económico mundial es la incertidumbre y deriva en una crisis económica, al no haber inversión, la producción se reduce y por ende el índice de ocupación.
Pero no toda la producción merma, la industria militar cobra su mayor auge, porque se hace necesario el incremento de armas, equipo y toda clase de implementos para la guerra, así que la industria se transforma. Con motivo de la guerra en Ucrania, la industria armamentista ha tenido un incremento del 49%. Sólo en el 2023 el Departamento der Estado norteamericano informó que la asistencia Ucrania alcanzaba ya los 27,500 millones de dólares y cabe señalar, las compañías que se han beneficiado más son Northrop Grumman, Raytheon Technologies, Pratt & Whitney y Lockheed Martin, por lo que suena lógico que sus loobys han trabajado intensamente para reportar ganancias millonarias.
Y al final, ¿quién pagará? Ucrania sin duda, a menos que Rusia pierda la guerra, lo que cada vez se ve más improbable, ya que tanto Estados Unidos como la Unión Europea se están viendo muy presionados por sus ciudadanos, debido al gasto excesivo de la guerra, por un lado, y por el otro, que sus reservas de defensa muy probablemente registraron una merma, lo que sería un gran incentivo para Rusia y sus aliados para disuadir a Europa de intervenir y en un caso extremo, extender el teatro de operaciones de la guerra, considerando además que Europa e incluso Estados Unidos, prácticamente están viviendo un fenómeno muy peculiar de inmigración, proveniente principalmente de países musulmanes, en el caso europeo y de dictaduras de izquierda en los EEUU, que dados los acontecimientos, podría ser una estrategia muy bien armada para debilitar a las potencias, introduciendo población ideológicamente predispuesta para generar inestabilidad, no sólo política y social, sino cultural, una especie de inoculación silenciosa que puede crecer exponencialmente. Y ya lo estamos viendo en Europa con los constantes ataques y revueltas de pandilleros musulmanes que ya son parte de la ciudadanía. Y en Estados Unidos con las manifestaciones en las universidades, apoyando la causa palestina, con acciones que tienen tintes de antisemitismo. Y cuidado, porque este fenómeno puede extenderse, no sólo en forma de antisemitismo, sino contra todo el mundo occidental cristiano.
Al final de la guerra, que parece tardará, los países afectados deben enfrentar el desafío de la reconstrucción. Ucrania está casi en ruinas y llevará décadas reconstruirla, además de los costos de la guerra que posiblemente tenga que asumir. La inversión que se necesitará para rehabilitar o más bien volver a edificar toda la infraestructura, poner en marcha la economía, regresar o reubicar a los desplazados, generar fuentes de empleo, rehabilitar e sistema educativo y de salud, etc., será un fuerte golpe a corto plazo para la economía nacional, lo que seguramente incrementará la deuda pública, que podría ser impagable y la disponibilidad de recursos se reduciría significativamente, afectando el desarrollo social, la cultura y la vida misma del país, que tendrá un alto costo para el bienestar de la población.
Y para Rusia la situación no ha sido tan buena, ya desde el 2022 el Center for Economic Recovery, integrado por in grupo de expertos y economistas del gobierno ucraniano, estimaron que para Rusia el costo de a guerra ha sido enorme, simplemente en el primer mes, la invasión le supuso un gato de al menos 19,900 millones de dólares, sólo en gasto militar directo y otros 9,000 millones de dólares por el equipo militar destruido. El presupuesto de defensa aprobado por el gobierno ruso del 2023 fue de 4,980 billones de rublos (unos 54.450 billones de dólares) y para el 2024 se duplicó (a unos 108.9 millones de dólares), según reportes de CNN.
Debido asimismo a la guerra en Ucrania, el FMI rebajó la previsión de crecimiento de 143 países, esto es, un impacto al 86% del PIB mundial. Sólo la UE ha aportado más de 100,000 millones de euros. Sólo España ha incrementado su gasto militar 124% más, con 22,796 millones de euros, siendo el presupuesto menos oneroso de la UE; así que de cada 5 euros del gobierno corresponde al gasto militar. Ahí es donde se refleja la economía de guerra que priva hoy en el mundo. Adicionado a ello, el 75% del gasto de la industria militar, está dirigido al desarrollo de nuevas armas, lo que es un claro indicio de que las previsiones sugieren una guerra prolongada.
Por otra parte, en la guerra entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza, el costo para Israel ha sido alto y la economía se ha contraído de manera significativa, el PIB cayó un 19.4%. Y si en el 2022 el FMI ha bajó sus previsiones sobre el PIB mundial que de 4,4% al 3.6%, para este 2024 la crisis es significativamente mayor.
Y se calcula que Israel gasta diariamente 60 millones de dólares, sólo en 41 días gastó 1,900 millones de euros.
Millones y millones en gastos de guerra y en tanto los países devastados, con miles de muertos, países sufriendo hambrunas, graves problemas de inseguridad. La insensibilidad de los líderes que sólo buscan aumentar su poder y el costo es lo de menos. Y cuidado, porque el uso de las ideologías juega un papel importante y el mundo cada vez está más polarizado.