Luis Alberto García / Moscú
*El 31 de mayo, domingo sin emociones en la inauguración mundialista.
*”Ratones verdes”, invención de Manuel Seyde, el gran cronista.
*Hubo pocas ocasiones de gol en un encuentro tenso e insulso.
*”La fiesta del alarido”, un libro que consignó muchas mediocridades.
*Los soviéticos, sin imaginación ni recursos futbolísticos.
En la Copa Confederaciones celebrada en junio de 2017 en Rusia, México disputó su cuarto juego en ese país, donde trató de buscar su primer triunfo, sin duda recordando el partido mundialista inaugural de 1970 contra la entonces Unión Soviética, que quedó lejos de lo que esperaba la afición mexicana y el resto del mundo debido a las expectativas que había creado.
A fin de cuentas ese enfrentamiento –marcado para el 31 de mayo de 1970, fecha inaugural de la IX Copa Jules Rimet-, resultó sin emociones, tenso, porque ambos conjuntos tenían en la mente iniciar bien el torneo, tal vez pensando en no perder en el debut.
Las defensas se impusieron a las ofensivas, y los dos equipos sabían que eran los más fuertes del Grupo 1, integrado también por Bélgica y El Salvador, y como tales, el empate les sentaba bien a ambos.
Las ocasiones de gol para México fueron contadas: una de Horacio López Salgado que conectó de “palomita” en el área, y un centro de Héctor Pulido; pero todas las oportunidades fueron serenamente neutralizadas por el portero Anzor Kavazashvil, quien dejó en la banca al legendario Lev Yashín, quien cumplió su tercer justa mundialista, aunque sin alinear como titular.
Por los europeos, solamente un remate de Anatoli Byshovets -que pasó a centímetros del arco de Ignacio Calderón- fue lo único que valió la pena destacar.
Finalmente, tras ese decepcionante empate a 0, mexicanos y soviéticos se impusieron a El Salvador y Bélgica, clasificando a la fase de cuartos de final, pero ninguno pasó de ahí: la Unión Soviética fue eliminada (1-0) por Uruguay y México cayó ante Italia (1-4) de cara al sol, diría un clásico.
Y escritor clásico fue Manuel Seyde, maestro de periodistas, genio de la narración deportiva, autor de la columna “Temas del Día” que durante años publicó en “Excélsior”, diario de la Ciudad de México.
Con motivo de la disputa de la Copa Jules Rimet que ganaría Brasil a Italia el 21 de junio de 1970 por 4-1, Seyde hizo una antología de crónicas que tituló “La fiesta del alarido”, escrita con pasión y destinada a contar –con paso firme, prosa irónica y mordaz hasta las últimas consecuencias- lo que ocurrió antes y durante ese evento en materia futbolística.
Abriéndose el circo balompédico el último domingo de mayo de 1970, Seyde escribió: “El Grupo 1 ofrecía un hermoso campo para el optimismo y, sobre todo, alentaba la firme esperanza de que, por vez primera, la Selección de México pasara a los cuartos de final, y he aquí el panorama en aquel instante: debería vencer a la Unión Soviética el 31 de mayo.
“Los soviéticos –continuó Manuel Seyde- son tipos de refrigerador que juegan en campo duro y nunca a las doce del día, jamás bajo un sol inclemente, un paraíso para México frente a un rival excesivamente mecánico y de limitada iniciativa, con ciertos jugadores de alto nivel; pero en conjunto, carentes de elasticidad física y mental”.
Párrafos adelante, el periodista que bautizó como “ratones verdes” a los integrantes del cuadro mexicano a partir de ese Campeonato del Mundo, describió con ironía que “el futuro era un nido de sonrisas: el equipo nacional tendría a su favor todo lo que es decisivo tratándose de futbol: grito familiar, clima, la pradera tan conocida”.
Y agregaba: “Además, banderas, globos de colores rumbo al cielo y el himno, cantándolo todos, llenos de respeto; pero en el partido inaugural, en el Azteca vibrante, fue la imagen de un equipo nacional que todos conocían, sin poder beneficiarse de las ventajas ante un conjunto soviético que exhibía un futbol rudimentario”.
Seyde vio sin recursos a los equiperos del entrenador Gavril Katchalin, lento, confiado a la fuerza física, sin una pincelada, sin un pase ingenioso, en un 0-0 que defraudó a 107 mil personas que asistieron a ese partido inaugural: “Había sido el antifutbol, algo indigno de una Copa del Mundo, que tal vez quería ser fantasía dentro de una rigidez que no la admite, sometidos a la presión mental del altiplano mexicano y su clima canicular.”
Debido a ello, Seyde definió lo que era “apenas explicable: que aún se juegue futbol a las doce del día, y en el caso de los soviéticos fue notoria la influencia del horario dominical, que para ellos fue negativo. En los cuartos de final, el 14 de junio ante Uruguay, 120 minutos de calor fueron determinantes en su baja forma”.
“Además de que los sudamericanos hicieron correr a los soviéticos hasta agotarlos, éstos no podían más cuando entraron a los dos tiempos extras. Así quedaron fuera, cuando en el minuto 116, Víctor Espárrago anotó el gol que Uruguay necesitaba.
“Fue un juego mediocre, feo, de mucho trote, definido en una jugada que pinta a los soviéticos como futbolistas candorosos”, concluyó sin concesiones el mejor cronista de futbol que tuvo el periodismo mexicano en el siglo XX.
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