Los magnicidios no han sido ajenos a la historia de México, partiendo de la ejecución de Moctezuma Xocoyotzin en 1520 hasta nuestros días, la violencia ha estado presente constantemente en la vida política de la nación. Hoy no es la excepción, ser candidato a cualquier posición a lo largo y ancho del país, entraña un grave riesgo.
El presidente Juárez estuvo a punto de ser fusilado por rebeldes conservadores que entraron violentamente a su despacho en Guadalajara en 1858, lo salvó la intervención valiente de Don Guillermo Prieto. En 1897, al presidir los festejos de la Independencia, el general Porfirio Díaz fue atacado por un individuo que alcanzó a asestarle un golpe en la cabeza, pero fue reducido por el general Ángel Ortiz Monasterio y un cadete del Colegio Militar. En 1913 el presidente Madero y el Vicepresidente Pino Suárez fueron ultimados por los golpistas durante la Decena Trágica y el presidente Carranza fue a su vez asesinado a traición en Tlaxcalantongo en 1920.
Álvaro Obregón fue asesinado en 1928 al ser presidente electo y previo a asumir su segundo periodo presidencial. En 1930, al regresar de su toma de posesión como presidente, Pascual Ortiz Rubio fue herido de un rozón de bala en la mejilla. Casi tres lustros más tarde, en 1944, al salir del elevador de Palacio Nacional, el presidente Ávila Camacho fue atacado por un teniente, lo salvó el chaleco blindado y la decisión del propio presidente al abalanzarse sobre el tirador. Para fines del siglo pasado, en 1994, año electoral, el país se conmocionó con los asesinatos de Colosio y José Francisco Ruíz Massieu.
Los hechos anteriores, son conocidos, han sido ampliamente divulgados por historiadores, escritores, periodistas, novelistas e incluso cineastas. Sin embargo, existe un suceso absolutamente desconocido y es el que gira alrededor del atentado contra Victoriano Huerta en 1914. Huerta, uno de los dos únicos presidentes indígenas de México ha tornado en una figura repudiada labrando con creces su sitio en el ostracismo al mancharse las manos de sangre con los asesinatos de los hermanos Madero y Pino Suárez y en consecuencia sumir a México en la más cruenta guerra civil de nuestra historia.
El fallido atentado contra Victoriano Huerta, fue dado a conocer en 1935 por el distinguido mazatleco Don José C. Valades, que, a su trayectoria como historiador, diplomático y catedrático, se añade la de periodista, es en esta faceta que se unió en 1927 como redactor de La Opinión, influyente diario para la comunidad mexicana de Los Ángeles, California, fundado previamente por Don Ignacio E. Lozano. Sin dar más detalles sobre su fuente, Valades compartió en La
Opinión los sucesos alrededor de este fallido magnicidio según lo narrado por un testigo presencial de los hechos o que bien, los conoció de primera mano.
Sobre la vieja calzada México-Tacuba, a la altura de Popotla, se alzan dos históricos inmuebles, el primero de ellos la Escuela Normal de Maestros, construida en 1910 por el Teniente Coronel de Ingenieros Porfirio Díaz Ortega y que entre 1920 y 1976 fue sede del Heroico Colegio Militar y casi en contra esquina de su elegante casino, al otro lado de la acera, la Escuela de Agricultura y Veterinaria. Esta escuela fundada en 1853, ocupó el antiguo Hospicio de San Jacinto hasta 1916, cuando las escuelas de agricultura y veterinaria fueron separadas.
El 17 de mayo de 1914, tras sus acuerdos matutinos, el general Victoriano Huerta, circulaba por la calzada en su automóvil alrededor de la dos de la tarde proveniente de Palacio Nacional rumbo a su casa en Popotla, lo acompañaban el General Ignacio Bravo, dos oficiales de su Estado Mayor y el conductor. El General Ignacio Bravo curtido veterano que combatió a la intervención francesa, al imperio y estuvo prisionero en Francia fue un hombre polémico, es recordado por haber pacificado la península de Yucatán, dando fin a la Guerra de Castas. Para 1914 contaba con 77 años de edad.
El automóvil presidencial, avanzaba a regular velocidad, Huerta charlaba animado con Bravo, cuando a la altura de la escuela de agricultura, el automóvil recibió una descarga cerrada de fusilería, algunos proyectiles impactaron en la carrocería, pero ninguno de los ocupantes fue alcanzado por las balas. Huerta con energía ordenó detener el vehículo y descendió con sus acompañantes. Los tres bisoños tiradores intentaron hacer una nueva descarga, pero fueron sometidos a punta de pistola por Bravo y los dos oficiales que rápidamente los alcanzaron, previamente asustados ante el arrojo del veterano, lanzaron los fusiles a los arbustos lo que les impidió defenderse. En esos momentos pasaba casualmente por el lugar un grupo de oficiales que sorprendidos de ver al presidente y a Bravo pie a tierra se detuvieron, Huerta les ordenó ponerse a las órdenes de Bravo, subió a su automóvil y reanudo su trayecto.
Bravo interrogó a los tiradores, los jóvenes se negaron a dar sus nombres, solo añadieron que buscaban vengar la muerte del señor Madero. Esto fue suficiente para que Bravo enviara a uno de los oficiales a solicitar de inmediato telefónicamente un pelotón de policías montados que pronto llegaron al sitio. Acto seguido, el veterano ingreso con los detenidos y su comitiva a la escuela de agricultura. El director del plantel sorprendido salió a su encuentro. Bravo enérgico dispuso que se formara a todos los alumnos en el patio central, el director desconcertado balbuceo que ahí era una escuela no un cuartel, el general lo reprimió y le espetó que los alumnos de todas las escuelas estaban uniformados y por ende sometidos al mando militar, acto seguido frente a los atemorizados y estupefactos director y alumnos, bajo la mirada de fuego del anciano veterano, uno de los oficiales dirigió el fusilamiento de los tres jóvenes maderistas que cayeron en el acto y quienes como última voluntad dieron a conocer sus domicilios para que sus familias fueran avisadas.
Así concluyo de manera breve pero dramática este desconocido suceso que se suma a la trágica relación de atentados y magnicidios en México y que a pesar de que en aquellas jornadas el triunfo del constitucionalismo era ya inminente, pudo haber cambiado el curso de nuestra historia.