CUENTO
Todas las noches, cuando todos los relojes de California marcan las ocho, un autobús, de color amarillo, de los que transportan niños a las escuelas, va cruzando toda la ciudad de Los Ángeles.
En la parte superior, un niño de unos quince años, va sentado. Con las piernas cruzadas, como un pequeño Buda, conduce este vehículo.
En su interior, iluminado con luz amarilla, van sentados unos 38 niños. Ningún asiento está vacío. Sentados como lo están, todos los niños juegan, sonríen y; soy muy felices.
¿Hacia dónde van? Se podría decir que a varios lugares. Como todas las noches, ¡hoy también han venido a la tierra!, tan sólo para divertirse un poco.
Todos son espíritus, espíritus que siguen poseyendo la misma imagen de cuando eran cuerpos de carne y hueso. La única diferencia ahora es que TODOS ELLOS SON LIBRES, ¡libres y muy felices!
De manera hermosa, el autobús de los espíritus va cruzando, como un globo aerostático, toda la ciudad. Los cientos de miles de luces de Los Ángeles, así como también sus edificios, son testigos de este hermoso acontecimiento. Desde lo alto, la luna enorme acaricia al autobús con todo su brillo.
El niño sobre el techo, con un walkman colocado en su cintura, escucha a través de sus audífonos una canción hermosa y de tonos celestiales. La canción se llama “Burning”, de la banda “Rhineland”.
Mientras el autobús va avanzando, a velocidad muy lenta, el niño se mantiene en su posición de meditación. Solamente él puede saber lo satisfecho que está, por haber rescatado los espíritus de aquellos 38 niños, quienes, después de suicidarse, al llegar sus almas al espacio, no hicieron más que llorar; al igual que siempre lo habían hecho cuando estaban en la tierra y sufrían “bullying” …
La vergüenza que sentían, era tan grande que, jamás pudieron contárselo a sus padres. Los que tenían hermanos, también callaron. Todos estos niños habían sufrido lo peor, y en total silencio. En tiempos y años distintos, luego de aguantar y soportar tanto sufrimiento, todos se suicidaron.
Luego de morir, y luego que sus espíritus abandonaron sus cuerpos, ascendieron al espacio, donde, apenas llegar, al verse completamente solos, enseguida se supieron a llorar.
Así se lo pasaron varios años…, hasta que John -el niño que va sobre el techo- fue en busca de todos ellos. Uno por uno los fue reuniendo. Uno por uno los fue consolando. Para estos niños, la soledad era lo que más dolía, lo que más les causaba temor. En la tierra jamás pudieron tener amigos, así como tampoco nunca pudieron gustarle a nadie. Las burlas y todos los sentimientos de rechazo hacia ellos, hicieron que terminasen quitándose la vida.
John había encontrado el autobús dentro de uno de los cráteres de la luna. Sucedió una noche en la que él había salido a caminar para así tratar de olvidar un poco su pasado doloroso en la tierra. En una de esas, de repente, resbaló, hasta caer en fondo de aquel agujero.
Esa noche no se le ocurrió nada. Pasada media hora, salió del cráter y se fue a su hogar celestial, situado en una estrella de muchos colores. A la mañana siguiente, cuando el sol le iluminó el rostro, abrió sus ojos y entonces, como siempre lo había hecho desde su muerte, trató de recordar quién era, y dónde estaba. Entonces recordó que estaba en el espacio, y que ahora solamente era el espíritu de un niño del que todos sus compañeros siempre se habían reído y burlado, no solamente por ser muy tímido, sino que también porque siempre hablaba consigo mismo. John quería ser escritor cuando fuese grande. Los diálogos consigo mismo los hacía para entrenar su mente. Cada día solía inventarse, por lo menos, a dos o tres personajes nuevos en su imaginación.
Ese día, cuando murió y su espíritu abandonó su cuerpo, John se sintió muy contento. Porque pensó que, cuando llegase al espacio, enseguida se pondría a buscar a su padre, a su espíritu. John tenía cinco años cuando su madre le contó que su padre estaba muerto, lo cual no era cierto. Su padre seguía vivo, en algún lugar de la tierra. Pero ya era demasiado tarde para John, quien, además de las burlas, también había sufrido mucho por su ausencia. Su madre, que le guardaba mucho rencor a su marido, debido a que éste los abandonó, cuando John nació, decidió decirle a su hijo que su padre había muerto.
Pero, ¿quién le dijo la verdad a John? Un antiguo amigo de su padre, a quien John se encontró un día en un bar, situado en el planeta de Saturno. Sentados en la barra de aquel lugar, el hombre le contó a John cómo su padre se salvó de no morir en aquel auto donde iban los dos. John dio un sorbo a su refresco, y luego pensó: “¿Mi padre vivo?”
Ese día, John gastó horas y horas preguntándose si había valido la pena suicidarse. Sin padre, al cual recurrir cuando se burlaban de él…, y sin madre que lo conociese de verdad… El mundo había dejado de tener sentido para él. Por lo tanto, luego de darle vueltas y más vueltas al asunto, concluyó que suicidarse no había sido -después de todo- una mala elección. Luego de meditar un poco más al respecto, se limpió las lágrimas, se alisó las arrugas de su playera, irguió su cuerpo alto y delgado, alargó sus brazos y; volando por todo aquel espacio infinito se fue a buscar a los espíritus muy parecidos al suyo.
Y fue así que John -luego de viajar por entre miles de millones de galaxias- logró reunir a todos estos 38 niños. Increíblemente, ¡todos ellos eran de California! Increíblemente, todos ellos querían ser escritores cuando crecieran. Algo que -desde luego- ya jamás sería posible.
Pero todo eso al fin había dejado de dolerles a los espíritus. El sufrimiento por estar y sentirse solos en este espacio infinito, al fin se había terminado. Porque todos ellos ahora, gracias a John, se habían convertido en una hermosa familia.
Y ahora, ¡aquí estaban! De nueva cuenta habían venido a la tierra para divertirse un poco. Y también para hacer unas cuantas visitas…
Sentado sobre el techo del autobús, John se dejó acariciar el rostro por la brisa que soplaba desde Santa Mónica, aquella playa donde había ido a jugar algunas veces, cuando no iba a la escuela. Adentro, el resto de los niños seguían jugando, riendo y pasándoselo en grande. ¡Ya nunca más volverían a estar tristes y solos! John se sentía más que satisfecho por haber logrado hacer tan grande hazaña: rescatarlos de sus soledades y sufrimientos…
El autobús siguió su trayectoria…, y John, sentado en su sitio, con la mirada de sabio y espíritu de guerrero, trató de apartar de su mente todo recuerdo doloroso de su pasado. Porque en la tierra siempre había sido un guerrero, pero solamente él lo supo siempre. Por lo tanto, ahora, siendo solamente un espíritu, no podía ser todo lo contrario. Debía de mantenerse fuerte, para todos sus amigos espíritus.
La hermosísima canción de “Burning” siguió sonado a través de sus audífonos… La diadema, de plástico color negro, iba sujetada sobre su cabeza. John se veía muy hermoso. Con sus ojos cafés, y sus pestañas negras y largas, mantuvo la mirada recta. El autobús también siguió avanzando en su camino, de manera muy lenta.
Pasada media hora, con la palma de su mano, John dio unos golpecitos sobre el techo del autobús. Éste entonces enseguida se detuvo en el aire. “¡Primera parada!”, anunció John a sus amigos, a través de una de las ventanas: “¡Hollywood!”
A pocos metros del autobús se podían ver las letras de tamaño enorme que anunciaban el nombre de este lugar, cuna de películas muy icónicas y hermosas como “Gone With The Wind”, y muchas otras más…
“¡Hollywood!”, gritaron al unísono todas las vocecitas. Niños y niñas entonces se pusieron de pie, y luego; como unos torbellinos, corrieron hacia la puerta. John, a pesar de estar muy triste, se permitió por un instante desternillarse de la risa. Mirando cómo todos sus amigos se peleaban por ser los primeros en salir por aquella puerta, John no paró de reír. Los niños gritaron y se empujaron entre sí; como jamás se atrevieron a hacerlo cuando fueron cuerpos de carne y hueso.
Poco a poco, los 38 espíritus bajaron del autobús. Estando ya sobre la tierra de este lugar, se pusieron a jugar: uno y mil juegos. John, sin embargo, permaneció acostado sobre el techo del autobús. Mirando cómo las estrellas fugaces iban cayendo sobre la tierra, se preguntó dónde podría estar su padre en estos precisos instantes. ¿Ir a buscarlo? Imposible. Él jamás podría volver a ser un cuerpo de carne y hueso. ¡Ni siquiera siendo ahora solamente un espíritu podría darle un beso, como sí lo harían el resto de sus demás amigos en un rato más! Porque entonces él no sabía en qué parte del mundo podía estar su padre. Y buscar en la tierra, era muchísimo más difícil que buscar en el espacio…
Los 38 espíritus de todos estos niños continuaron jugando aquí, cerca de las letras que decía “Hollywood”. John, mientras tanto, siguió en su sitio, muy pensativo. Conforme iban pasando los minutos, la noche se iba haciendo más y más fresca. El cielo estaba repleto de estrellas. La luna, desde su eterno lugar, también seguía brillando e iluminando esta noche de Los Ángeles. De cuando en cuando, un avión atravesaba el cielo. John siempre seguía su curso, hasta que éste desaparecía de su vista.
“John. ¡¿Por qué no bajas y juegas un rato con nosotros?!”, preguntó una niña rubia, apenas y subió hasta donde se encontraba su compañero. Despertando unos breves instantes de sus ensoñaciones, John, sin quitarse sus audífonos, le respondió: “Ahora voy” …
En un rato más, todos estos 38 espíritus irán a visitar a sus padres y hermanos. Pero John, como todas las noches- en las que él y sus amigos han bajado a la tierra-, ha decidido que… hoy tampoco irá a visitar a su madre.
FIN
Anthony Smart
Agosto/03-04/2022