Magno Garcimarrero
“Es feo pero muy bueno” decía doña Margarita Maza, de Juárez y quizá para conjurar esa fealdad apagaba la luz, lo que seguramente aprovechó el benemérito cuando menos en doce ocasiones, a juzgar por los doce hijos (9 mujeres y 3 varones, una de ellas jarocha: Jerónima Francisca ), que tuvieron a bien confeccionar; lo que por otra parte demostró que don Benito no sólo gobernó a salto de mata, sino que entre salto y salto a veces se amatojaba para darse tiempo de acrecentar la familia.
Eran tiempos en que el hombre mandaba en su casa, y en el caso que nos ocupa, el licenciado mandaba en su casa y en la república tambaleante, pero república; así que la masa se daba al precio que él le ponía, y no estaba sujeta a especulaciones de oferta y demanda.
Con ese temperamento tan primaveral del licenciado, doña Margarita a los 45 años de edad, murió siete años antes que él.
Guillermo Prieto y Joaquín Villalobos tuvieron a cargo las oraciones fúnebres de la entonces primera dama de la nación. Fernando Benítez, último biógrafo del benemérito, no consigna lo que expresó Prieto, pero no es difícil suponer que sólo dijo: “Los valientes no asesinan” frase muy hecha y estereotipada por el susto que le metió la tropa que llevaba órdenes de matar al presidente y a la que enfrentó tan valientemente. Y bueno, la frase podía pasar como oración fúnebre.
Joaquín Villalobos por su parte, un poco desafortunado en la sintaxis dijo: “Margarita ha sufrido con la democracia y con la democracia ha gozado también. Jamás, ¡Oh si!, jamás la verdad y el orgullo la levantaron (sic) a la fatuidad y al despotismo” ¡Y bueno, era evidente aunque impropio hacerlo notar; para tener doce hijos en aquella época, se entiende que levantarse no era una práctica muy frecuente.
Antes que doña Margarita Eustaquia Maza Parada, que así era su nombre completo, Benito había estado casado con la señora Juana Rosa Chagoya con la que, atendiendo a su envidiable temperamento, había procreado a Tereso y a Susana Juárez Chagoya, pero esta esposa también había pasado a mejores a edad temprana.
La mojigata historia oficial no la recuerda por el prejuicio estúpido de que los hombres ejemplares deben ser “unifemes”.
Me parece correcto hacer notar aquí, que los bustos erigidos en memoria de don Benito, son una verdadera injusticia, pues eliminan la parte del cuerpo que más puso en práctica el Benemérito, después del cerebro.
A manera de contraste, conviene ahora hacer notar el comportamiento licencioso, aunque discreto, del emperador Maximiliano.
Este advenedizo de buena fe, cuando llegó a México traía una blenorragia contagiada por una linda mulata brasileña, por lo que había recibido ya, además del permanganato de sodio y otras ineficaces medicinas, el repudio de la emperatriz Carlota que dormía en cuarto separado, según contó José Luís Blasio el secretario privado del archiduque en su libro titulado “Maximiliano Intimo” en el que también cuenta sin decir nombres, de los deslices de multitud de damas de la alta sociedad mexicana que sin, y acaso con, la anuencia de sus maridos, cruzaban las portezuelas secretas del palacio de Chapultepec, del palacio de Cuernavaca y de los arriates del jardín Borda donde la mujer del hortelano se refocilaba con el emperador. Una pesquisa que siguiera la impronta de los contagios venéreos ocasionados por el príncipe, nos darían tema para escribir unas nuevas “Noticias del Imperio” con calificación XXX para adelantarle un paso a Fernando del Paso.
A mayor abundamiento, como dicen los abogados, si Maximiliano no hubiera muerto en el paredón, se hubiera vaciado en el bacín por el chorrillo que lo tuvo postrado los últimos días de su vida en cautiverio. En ese entonces no se hablaba del SIDA, pero para mí que de eso se hubiera muerto, si no se le hubieran atravesado los plomazos de la república.