José Luis Parra
Primero la guerra y después la reforma electoral. Así, con ese orden de prioridades, debería analizarse la coyuntura. Porque mientras los misiles amenazan a Oriente Medio, en México vuelan las instituciones. La diferencia es que allá matan cuerpos; aquí matan contrapesos.
El conflicto internacional parece tener los días contados, y no por humanidad, sino por economía. El dinero ya decidió que la guerra será breve. Lo justo para ajustar precios del crudo, sacudir los mercados y hacer negocios turbios con olor a petróleo. El gran capital no tolera interrupciones prolongadas.
Pero si la guerra termina antes de lo previsto, entonces cuidado. Estados Unidos, liberado de esa distracción, podría centrar su mirada en Latinoamérica. Y ya sabemos qué pasa cuando el Tío Sam se aburre: organiza un movimiento social o armado, depende del humor y de la tasa de interés.
Y México, como siempre, sin previsión. No hay reservas alimentarias serias ni estrategia energética clara. Aquí preferimos pelear con el INE que prepararnos para una crisis. Claudia Sheinbaum lo dejó claro: su prioridad es una reforma electoral. La batalla no es con las potencias extranjeras. Es doméstica, simbólica y presupuestal.
En su mañanera, la presidenta se lanzó contra el Instituto Nacional Electoral acusándolo de extralimitarse. No le gustó que intentara revisar votos. Según ella, eso le toca al Tribunal Electoral. Pero el mensaje de fondo fue otro: el INE, con sus millones de pesos y su plantel de tecnócratas, es un botín incómodo. Y hay que recortarlo. Igual que a los partidos.
La reforma que se avecina busca adelgazar a los organismos autónomos y dejar al régimen libre de estorbos. Porque aquí la voluntad del pueblo se mide por el monto de las transferencias sociales, no por la calidad del sufragio. Y si de paso se eliminan los plurinominales, mejor. Menos voces, más obediencia.
En este país se está construyendo un nuevo modelo: centralismo presupuestal, control político disfrazado de eficiencia y desaparición de los “intermediarios” electorales. El problema no es la reforma electoral en sí. El problema es para qué se quiere: no para mejorar, sino para dominar.
Y mientras Claudia juega a la autonomía en Palacio, Estados Unidos podría jugar a la intervención. No militar, pero sí económica. Si el mundo se estabiliza, vendrá el ajuste de cuentas. Y México, con una estructura democrática debilitada, será presa fácil.
Porque, guste o no, el equilibrio institucional es también una defensa nacional. Pero aquí preferimos las venganzas presupuestales a las estrategias geopolíticas.
En resumen: si la guerra en Medio Oriente termina, empieza la guerra en México. Pero no con bombas, sino con reformas. Y las primeras bajas serán las instituciones.