Claudia Rodríguez
No había manera de frenarlo.
Muchas versiones se siguen presentando, respecto al pacto entre el hoy presidente de México, Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto para que este último, su gabinete y hasta sus cercanos, gozaran de la absolución presidencial y retirarse sin que sus maniobras sospechosas en grados de delitos a la Nación salieran a la luz.
No sólo se trata de charlas de café entre amigos y familiares y por supuesto de analistas renombrados; sino incluso de personajes de la política con cercanía de lo sucedido en los últimos meses de la pasada campaña presidencial, en la que el candidato priista, José Antonio Meade –con todo y la lustrada a la que fue sometida su estampa–, nada más no prendió entre el electorado, ni tampoco entre las bases priistas, inclinadas más bien a votar por el tsunami electoral, político, mediático y más: López Obrador.
Ante el fracaso del Plan A con un Meade candidato priista muy a fuerzas y hasta rechazado por las bases del partido y uno que otro miembro de relumbrón, y hasta títere de los mercadólogos, no era difícil imaginar que había que idear un Plan B que si bien, no garantizara el continuismo de un partido de derecha disfrazado de centro y populista, al menos se salvara el pellejo de quienes tenían el sello de corruptos no sólo por sospechas fundadas, sino por desvíos documentados de muy diversas formas y desde distintos puntos de origen.
Rebasar y revertir la proyección de votos para AMLO sería imposible, e incluso no dejarlo pasar en tercera ocasión hacia la Presidencia buscando cualquier obstáculo para impedírselo, por más creíble que para algunos fuera, sería un suicidio prematuro para Peña, el PRI y otros en el negocio de mutilar a México.
El “pacto de terciopelo”.
Personas y amigos cercanos a Peña Nieto hablaban de ese pacto con la presunción de importantes que muchos muestran, cuando dicen haber estado en el mismo ajo de las negociaciones.
Es así que cuando Carlos Navarrete, ex líder del Partido de la Revolución Democrática (PRD), señaló que fue Luis Videgaray el conducto para amnistiar a Peña a él mismo y otros más de sus secuaces, se le da cierta credibilidad a su relato, al menos el de la reunión entre López Obrador y Videgaray mensajero para el caso del expresidente Peña. Esta reunión señaló Navarrete, fue días antes del 20 de mayo de 2018, previo al segundo debate de candidatos presidenciales, acto que hasta el mismo perredista nombró el pacto de la “transición de terciopelo”.
Nunca minimices a tu enemigo… tampoco te confíes.
Las órdenes de aprensión giradas a excolaboradores y amigos de Peña, y hasta la publicitada citación al expresidente de México para declarar en inminente proceso judicial a Emilio Lozoya, hacen pensar que Andrés Manuel no habría pactado absolutamente nada o a menos que de lo que se tratara era de un juego de ajedrez casi perfecto del actual mandatario federal: Yo no te persigo –pero habría calculado el que no podría frenar a otros instituciones de investigación y policiacas, incluso desde el extranjero.
No olvidemos tampoco, que la entrega de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo” a las autoridades estadounidenses en enero de 2017, podrían también regresarse como bumerán al grupo en el poder comandado por Carlos Salinas de Gortari y el novio de Tania Ruiz. La venganza es un plato muy deseable seguro para el narcotraficante al que aún le espera escuchar sus múltiples sentencias en un juzgado neoyorquino.
Acta Divina… En su oportunidad, el expresidente Enrique Peña Nieto, negó haber recibido un soborno de 100 millones de dólares de “El Chapo”.
Para advertir… Sobornos, triangulaciones, desvíos, contratos amañados, la vida en rosa de la clase política priista hoy al banquillo de los acusados.
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