Joel Hernández Santiago
Ahí están. Son jóvenes. Son viejos y niños. Hombres, mujeres… Todo género… Angustiados. Nerviosos. Dolidos. Tristes. Todos dispuestos a ayudar. Todos queriendo tener fuerza suficiente para levantar lozas, tierra, metal, piedras… Para salvar vidas. Todo con sus propias manos, con sus uñas… No hay distinción de clase social, aunque sí predomina la gente de trabajo, la del metro, la del día a día, la de los centavos en el bolsillo…
… Es la sociedad civil que está ahí, con el sudor en la frente y el dolor en las manos y en el alma y en el cuerpo porque parece que está sola, inmensamente sola.
“¡Hay que ayudar… hay que ayudar… hay que ayudar…!” es la consigna, de esa sociedad civil que no tiene rostro en las boletas electorales, que no tiene carteles pegados en los postes, que no tiene consignas engoladas ni promesas a diestra y siniestra de solución para los males nacionales… La que no paga millones-millones-millones a la televisión para que digan cosas bonitas de sí…
… Es esa sociedad civil que parece que calla y permite; la misma que con su trabajo nutre la riqueza de unos cuantos y que con su trabajo genera procesos electorales criminalmente millonarios y que con su trabajo nutre la voracidad de Institutos y Tribunales de lo electoral que son privilegio de partidos políticos…
… Como privilegio es de los partidos políticos la integración de las Cámaras Legislativas y desde donde se distribuye el gran poder nacional en tanto ellos mismos son acotados por mandato supremo, a cambio de futuro político y gran recurso… Los mismos que no quieren devolver esa riqueza porque “no está en ley otorgarlos”…
Y se repite la historia trágica. Treinta y dos años después. El mismo día del año: 19 de septiembre, y el mismo día de la semana martes: 1985-2017. Hoy como entonces el dolor y el sufrimiento, el temor y la angustia están ahí, en el aire del Distrito Federal, como antes; y que aun está en el aire de Oaxaca y particularmente el Istmo de Tehuantepec, tan castigado de un tiempo a esta parte.
Pero en ambos casos se muestra la fuerza social y su entereza para hacer frente a sus problemas, los suyos, como suya es la solución.
También surgen quienes medran con la tragedia; en Oaxaca se vio a políticos que acudían a tomar la foto en dolor; la foto abrazando a un pobre doliente; la foto de una solidaridad inexistente y una mano extendida con duración suficiente para la placa histórica…
La gente lo sabe. Y se indigna. Y ve con desprecio cómo se aproximan políticos estatales o nacionales para decir que “por instrucciones del señor Presidente”, en un sometimiento vergonzoso y humillante…
Políticos de casimir y sedas no acudieron a la solidaridad nacional. No acudieron al Istmo y si acaso estuvieron ahí, apenas pasaron lista de repudio; como ocurrió en el D.F., a Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, que al acudir a un campamento de ayuda fue recibido y repudiado con palabras que mostraban esa indignación, esta vez depositada en el funcionario, pero que se extiende a todo el cuerpo de gobierno, como a todo lo que signifique medrar con el dolor que es propiedad de una sociedad civil que no se ve representada en gobierno.
Puebla, Morelos y el Distrito Federal sufren la tragedia –y digo DF por la sencilla razón de que ese nombre representa mejor a los 2,499 kilómetros cuadrados que hemos conocido toda la vida; porque ahí se expresa en un sólo espacio todo lo mexicano; porque ahí está el resumen de nuestra nacionalidad y de nuestro federalismo… la Grandeza Mexicana: Eso es.
El D.F. ha sido nuestra casa. Nuestro nido. Nuestro santuario. Ahí llegamos peregrinos y nos abrió sus brazos, a fuerza de lucha y a fuerza de sobrevivencia nos da espacio, casa, comida, sustento, trabajo, lucha, amor, desesperación, a veces indiferencia y decepción… Pero el DF nunca nos ha dejado con la mano extendida…
Y es en todo el país, pero hoy mismo, sobre todo, en Oaxaca y en el Distrito Federal, en donde se expresa la sociedad civil que da muestras de saber organizarse, de atender la llamada del orden, la de la entrega de unos a otros. Guelaguetza en Oaxaca. Guelaguetza en el D.F.
¿Aprenderán algún día esta lección de vida los políticos, que es la sociedad la que manda y la que cuida sus fueros y sus privilegios y su vida…? ¿Y que son ellos, los del gobierno, los que deben obedecer y callar y no a la inversa? En fin. Es la sociedad civil, el calor humano, la que tomó las riendas hoy.