RELATO
Legrand fue atravesando el centro de aquel lugar. Unos setenta metros -ocupados en su mayoría por vendedores de chucherías, quienes ahora se encontraban empacando lo que no habían vendido -era lo que siempre tenía que caminar.
Al llegar a la esquina, mientras esperaba a que el semáforo cambiase de color, al voltear a ver hacia el norte, enseguida se encontró con que su amigo estaba en ese lugar. Al mirar aquel triciclo de su propiedad, unas nauseas horribles le recorrieron todo su interior.
No, ¡no estaba de humor para buscarlo de nuevo! En un lugar muy lejano habían quedado aquellos recuerdos de hace apenas unos años atrás, cuando Legrand siempre acudía a su expendido de panes para saludarlo y así platicar de libros y de películas.
¡Qué asqueado se sentía ahora! Su amigo había ya fallecido, bueno, al menos esto era lo que Legrand sentía. De todas formas, tampoco le preocupaba demasiado. Porque en el fondo sabía que toda la culpa había sido de él, ¡solamente de él y de nadie más! Al ser un idealista, enseguida había creído que con el pasar del tiempo él terminaría por encontrar en aquel otro a un amigo de verdad.
Pero ahora, después de mucho tiempo trascurrido, Legrand finalmente había abierto los ojos. Y lo que había visto era lo que precisamente le había hecho sentir esas nauseas horribles. “¡Qué bruto Soy!”, había exclamado Legrand, mientras intentaba seguir como si nada. “¡Qué pendejo he sido! ¡La amistad verdadera no existe en este mundo!”.
El semáforo se puso en verde y Legrand cruzó hasta la otra calle. Aquel pueblo pequeño daba mucha tristeza, pero Legrand odiaba la ciudad. Así que no tenía escapatoria. Lo peor de todo era que en aquel lugar hacía siempre un calor infernal.
Al estar ya en la otra calle, Legrand solamente siguió caminando, sin rumbo ninguno, de regreso a aquel lugar donde él ya no hallaba consuelo de ningún tipo. Apenas y eran las doce del día, pero para Legrand hacía ya muchos siglos que el mundo entero se había extinguido por completo.
Sin aquel con quien poder platicar un poco de lo único rescatable que existía en este planeta, Legrand definitivamente se sentía perdido, hastiado; ¡asqueado! Y no es que pudiese importarle mucho; cosas peores había pasado y superado a lo largo de todo su existir. Por lo tanto, también sabía que lo de ahora ya un día también terminaría por superarlo.
Aquel otro, jamás lo notaría. Que si Legrand se había marchado o no de su vida, ¡no lo notaría! Porque él sí tenía a otros amigos, ¡pero ninguno con quien platicar de libros y películas!
Después de alcanzar la otra esquina, Legrand decidió sentarse a descansar un rato bajo la sombra que aquella casa antigua producía. En su mente ya no existía nada. Todos sus recuerdos y sensaciones parecían ya haber expirado por completo. Pero Legrand, una y otra vez hacía un esfuerzo enorme por volver a sentir algo hacia la vida…
Mientras se encontraba sentado, Legrand sintió como el aire le recorría la piel. Al sentir esta briza de frescura, él enseguida intentó por sacudirse aquel pesimismo que lo tenía así. Pero, como siempre, había fracasado. Al darse cuenta del problema en el que se encontraba, trató de no desesperarse.
Legrand sentía ganas de quedarse sentado ahí, para siempre y por siempre, pero, pero aquella calle no le agradaba del todo. La sombra estaba muy bien, más no el rumbo. Legrand no soportaba estar demasiado tiempo lejos de la calle donde había nacido.
Y pensando en todo esto fue que enseguida se puso de pie, para así seguir andando el camino que -él sabía- no llevaba a ninguna parte.
FIN.
Anthony Smart
Julio/20/2018