Por Alejandra del Río Ávila
La historia política enseña una verdad incómoda: cuando un gobierno se siente acorralado, su primer impulso es pelear con las voces que debería escuchar. Eso es exactamente lo que está ocurriendo con la reacción de la presidenta Claudia Sheinbaum frente a la marcha convocada por jóvenes de la Generación Z para este sábado.
En lugar de mostrar sensibilidad democrática, se ha lanzado desde la tribuna de la mañanera a descalificar, atacar y caricaturizar a los organizadores, reduciendo un movimiento social auténtico a un supuesto “complot” orquestado por fuerzas oscuras y por la oposición. Es la misma narrativa fatigada que hemos visto durante años: si no están conmigo, están contra mí; si se manifiestan, son manipulados; si critican, es porque “no entienden”, “si yo convoco entonces si es una marcha o una concentración legítima”.
Pero esta vez hay algo distinto. Esta vez el choque no es con partidos políticos, organizaciones tradicionales o viejos adversarios: es con los jóvenes, con la generación que ha crecido conectada, informada, crítica, y mucho menos dispuesta a tolerar autoritarismos maquillados de progresismo.
El de Claudia Sheinbaum es un gobierno que olvida la Constitución, la respuesta presidencial no solo es torpe políticamente: es jurídicamente peligrosa.
El artículo 6º constitucional garantiza la libertad de expresión; el 7º, la libertad de difundir opiniones sin censura previa; el 8º, el derecho de petición; el 9º, el derecho de asociación; y el 11º, la libertad de tránsito.
Y el 21º prohíbe expresamente utilizar herramientas del Estado para perseguir opositores.
Sin embargo, desde el púlpito presidencial Sheinbaum ha hecho exactamente lo que la Constitución busca evitar:
Estigmatizar públicamente a ciudadanos no afiliados al poder, señalarlos con nombre y apellido, insinuar que tienen intereses ocultos y, peor aún, hacerlo sabiendo que sus palabras tienen efectos directos sobre la seguridad y la integridad de quienes protestan.
Cuando el poder Ejecutivo utiliza su voz institucional para amedrentar movilizaciones civiles, estamos frente a una peligrosa desviación autoritaria. No importa qué bandera ideológica se exhiba: la Constitución protege a todos por igual, incluso —y especialmente— frente al gobierno.
Lo más paradójico es que esta administración presume día tras día ser adalid de los derechos humanos, “gobierno feminista”, “gobierno progresista”, “gobierno de libertades”.
Pero cuando la libertad se expresa desde afuera del oficialismo, entonces ya no es libertad: es amenaza, Sheinbaum ha aprendido bien la lección de López Obrador, cuando las voces se suman contra su gobierno, sale a victimizarse y a decir que su gestión es la mas atacada de la historia y a darse golpes de pecho mientras pone en las pantallas de Palacio los perfiles de jóvenes estudiantes para que los acosen y los amenacen sus granjas de bots.
La Generación Z puede no tener la experiencia institucional de otras generaciones, pero tiene algo que este gobierno subestima: no le teme al poder. No creció con el trauma de la represión del 68, pero sí con la memoria digital de cada abuso reciente. No está formada en estructuras rígidas, pero sí en la irreverencia que nace cuando el Estado intenta controlar narrativas con discursos prefabricados.
La Presidenta no entiende que apelar a la ya caduca excusa de la oposición, los neoliberales y demás con la que quiere enjugar todos sus pecados queda fuera del espectro de jóvenes que eran niños cuando el PRI o el PAN gobernaban y que no conocen mas que de los malos manejos de MORENA.
La intolerancia a la crítica revela un problema mayor: la incapacidad del gobierno para reconocer que su legitimidad no es infinita, que la inconformidad social no desaparece con hashtags ni con monólogos.
La democracia no se construye evitando la disidencia, sino respetándola.
Su pésimo cálculo político puede salirle caro al oficialismo, la reacción visceral de la presidenta muestra que el oficialismo teme una fractura generacional que no vio venir.
Los jóvenes no marchan por un partido político: marchan por hartazgo, por futuro, por la sensación de que el país va en una dirección que no están dispuestos a aceptar en silencio, por los asesinatos de los miles de Carlos Manzos que no tienen nombre público y por los miles de desaparecidos.
La narrativa de “están manipulados” es un insulto que solo alimenta el fuego.
Si algo une a la Generación Z es precisamente su rechazo a ser tratada como menor de edad cívica.
Y políticamente, este choque es una torpeza monumental. Porque ningún gobierno gana peleándose con sus jóvenes, y mucho menos en un país donde el voto juvenil (¡ojalá!) decidirá el equilibrio del Congreso en 2027.
El país no necesita más enemistades: necesita libertades, lo que está en juego no es una marcha, ni un trending topic, ni una disputa narrativa.
Lo que está en juego es el derecho de los mexicanos a manifestarse sin ser señalados por su propio gobierno.
Ningún presidente —ni hoy ni nunca— tiene facultades para decidir quién “puede” o “no puede” convocar una protesta.
Ningún presidente puede usar la conferencia matutina para vulnerar derechos constitucionales.
Ningún presidente puede pretender que la disidencia es traición.
El verdadero liderazgo se demuestra cuando el poder escucha, no cuando se enfurece; cuando une, no cuando divide; cuando respeta las libertades, no cuando las condiciona a la simpatía política.
La Generación Z ya decidió salir a las calles, lo que falta por verse es si la presidenta decide escuchar la voz de un país que es mucho más grande que su narrativa, o si insistirá en un camino que solo profundiza la distancia entre el poder y la ciudadanía.
Yo por lo pronto aunque no sea parte de la Generación Z, si voy a la marcha.





