De memoria
Carlos Ferreyra
Se lo comenté brevemente a Jesús Cruz, agregado de prensa de la embajada de
Cuba en México, quien con su sonrisa más socarrona me respondió:
“Mira flaco, ni si quiera lo comentes, la agencia no te va a publicar ni una sola línea pero estarás enterado de lo que vaya sucediendo. Te sorprenderás”
En Cuba, había un solo periódico comercial “El mundo”, cuyo director Gómez VanWemer, medio hermano de don Rocenso Gómez Lorenzo y tío de Andrea y Federico Gómez Pombo, cerró el medio y entregó talleres y personal al gobierno cubano.
Quedaron, pues, dos órganos oficiales: Granma y Juventud Rebelde, ambos puntuales seguidores de las directrices oficiales por lo que no había periodistas que chayotear ni analistas políticos para convencer.
Así fue que resultó una extrañísima coincidencia el nombramiento del agregado de prensa de México ante el gobierno de La Habana.
Los cubanos, que en esos son maestros, empezaron a acompañar hasta en el baño al reportero del Heraldo que proclama a voz en cuello: ¡Yo no soy un diplomático de carrera, sino un diplomático a la carrera!
Humberto Carrillo Colón.
Tal el nombre del el émulo de James Bond, regularizó extraños viajes al país del norte ya fuera de su periódico y sin empleo aparente.
Los viajes de Carrillo eran muy redituables porque regresaba con numerosos paquetes amparados por una franquicia diplomática de la que carecía.
Los cubanos se divertían y muy en voz baja mencionaban que se estaba montando una agresión para cuestionar y en su caso romper las relaciones con el gobierno de la isla, que sólo tenía representación diplomática en México, y creo que en Chile.
En el resto del continente estaba vetada cualquier representación del gobierno castrista incluyendo la agencia “Prensa Latina”, que yo encabezaba en una oficina para México y Centroamérica.
Gustavo Díaz Ordaz, a quien su perversidad superaba su fealdad, estaba empeñado en borrar del mapa mexicano lo que oliera a Cuba.
Así, en frustrada maniobra al intentar expulsar a la agencia en complicidad con el Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa, le salió el tiro por la culata y la representación de la prensa cubana quedó totalmente liberada de cualquier tutela del gobierno mexicano.
Intentó encarcelar al responsable, yo, y al no encontrar el mínimo apoyo de la Asociación de Corresponsales Extranjeros, secuestraron al segundo de a bordo, lo pasearon toda una noche en una cajuela de un vehículo y en la madrugada lo mandaron a su país: Chile.
Señalado por sus cercanía amistosa inclusive con Fidel Castro, Mario Méndez fue encarcelado, donde sufrió dos intentos de asesinato y dice la leyenda que al tercer intento cuando lo encostalaban, algo sucedió que lo enviaron en un avión militar acompañando a los alumnos de Genaro Vázquez Rojas en Ayotzinapa, incluyendo su esposa y su cuñada y los enviaron al exilio.
Los cubanos estaban seguros que Carillo Colón no estaba recibiendo entrenamiento como espía, sino simplemente, con anuencia del mandatario mexicano, participaría en una provocación que quizá justificará una ruptura de relaciones.
El presunto espía hacía sus viajes muy brevemente; en poco tiempo fue enviado a la casa que le asignó el gobierno como miembro de la embajada mexicana.
Simultáneamente, de una estación teóricamente clandestina en territorio de Estados Unidos, empezó la emisión de dos piezas de música tradicional mexicana.
Una de ellas abría la transmisión donde habría mensajes cifrados y la otra cerraba la emisión y daba fin al contacto de ese día.
Carrillo Colón era el hombre más feliz del mundo, porque desde el propio día que llegó a la isla con su esposa y su hija fueron objeto de múltiples atenciones y cada semana, por lo menos una vez, la familia era invitada a disfrutar unos días en importantes centros de recreo.
La familia salía por una puerta mientras que el G-2 de la seguridad cubana entraba por la otra, se dirigía al despacho donde en el colmo de la tontería y el descuido el diplomático mexicano tenía a la vista la lista de claves y los mensajes traducidos.
La recepción de los mensajes también era en el Ministerio del Interior donde tenían antenas parabólicas enfocadas a las antenas que habían instalado a Carrillo Colón.
Así transcurrieron muchos meses en los que Carrillo, para congraciarse con quien lo alentaba en su nueva caracterización profesional, empezó a enviar mensajes de índole confidencial o más bien chismes íntimos del gobierno mexicano donde el punto más risible se llamaba Gustavo Díaz Ordaz.
Y sigue la historia que contaremos en otro texto para publicar una vez que hayan conocido el actual.