Redacción, MX Político.- Todas las señales de alarma están prendidas: una nueva ola de covid-19 amenaza a Europa.
Después de una tregua de pocas semanas el coronavirus vuelve a propagarse en Francia, España, Italia, Portugal, Bélgica, Gran Bretaña, Alemania… De nuevo fallecen pacientes en los servicios de urgencia de los hospitales y en los asilos de ancianos, mientras crece el número de personas contaminadas y se multiplican los focos de contagio.
“Ninguno de los indicadores predictivos es bueno y la experiencia de la primera ola nos enseñó que cuando la máquina se pone en marcha no hay manera de pararla”, enfatiza Xavier Lescure, uno de los responsables del servicio de enfermedades infecciosas del hospital Bichat de París.
Y advierte: “Si no somos capaces de ser más vigilantes a nivel colectivo, temo que se empiece a dar una situación muy difícil a partir del 15 o 20 de septiembre. Esa fecha corresponde al regreso al trabajo después del periodo de vacaciones y a los tiempos de incubación y de evolución hacia formas graves de la enfermedad.”
Sin poder impedir esa nueva ofensiva del virus, gobiernos europeos hacen máximos esfuerzos reforzando las medidas sanitarias, en particular el uso de los cubrebocas, que se vuelve obligatorio en todos los lugares públicos sin excepción –y eso incluye las calles de un número creciente de ciudades–, así como los centros de trabajo y las escuelas.
Aceptadas con estoicismo por la mayoría de los ciudadanos –las cifras de los sondeos de opinión oscilan, según los países, entre 60% y 75% de personas que las aprueban–, estas decisiones generan esporádicamente violentas reacciones individuales.
En Francia el caso más grave se dio el pasado 5 de julio en un autobús de la suroccidental ciudad de Bayona. Dos pasajeros que no utilizaban cubrebocas golpearon al conductor del vehículo que les prohibió abordar. Gravemente lesionado, Philippe Monguillot –el chofer, de 59 años– pasó cinco días en coma antes de fallecer.
Ya se perdió la cuenta de roces diarios en comercios y transportes públicos franceses, muchos de ellos grabados con celulares y difundidos en la web por testigos que los denuncian o protagonistas que los reivindican.
Estos últimos pertenecen a la corriente de los “antimascarillas” o “anticoronas”, sumamente activos en las redes sociales y que empiezan a salir a protestar a las calles.
El pasado 29 de agosto movilizaron a varios centenares de personas en la Plaza de la Nación, en París, pero eso es nada comparado con los 40 mil manifestantes –según la policía alemana; 80 mil, de acuerdo con los organizadores– que desfilaron en Berlín ese día.
Aún embrionario en Francia, el movimiento llama la atención de los sociólogos y preocupa cada vez más a las autoridades políticas y sanitarias del país.
Los anticoronas
Profesor de ciencias sociales de la Universidad de Grenoble y especialista de redes sociales, Antoine Bristielle acaba de realizar la primera investigación sociológica sobre los antimascarillas franceses, para la cual entrevistó, vía internet, a 800 de ellos.
Según explica el catedrático, la defensa de la libertad individual es su principal reivindicación: 92% de los entrevistados considera que el gobierno interviene demasiado en la vida cotidiana de los franceses y 57% estima que cada quien es libre de decidir “solo” sobre qué hacer ante el riesgo sanitario. Casi todos piensan que “la única meta de los gobiernos que imponen el uso de la mascarilla es amordazar a los pueblos” y en su amplia mayoría –90%– manifiestan una total desconfianza hacia los partidos políticos y la institución presidencial.
Enfatiza Bristielle: “Ese rechazo de los partidos y de las instituciones lleva a estos inconformes a expresar convicciones populistas: 84% de los anticoronas consideran que es el ‘pueblo’ quien debe tomar decisiones importantes, en particular en el campo sanitario, y no los políticos”.
Sin embargo, explica, la fuerza extrema del rechazo de las mascarillas “en realidad tiene raíces mucho más profundas”.
Prueba de ello es que numerosos anticoronas manifiestan su adhesión a tesis conspirativas: 52% está convencido de que el mundo vive bajo presión de un permanente “complot sionista” o “judío”; otro 52% piensa que los illuminati existen realmente y “que lo mueven todo tras bambalinas”, y 56% cree en la tesis del “gran reemplazo”, según la cual la población blanca cristiana europea en general –y francesa en particular– está siendo reemplazada en forma sistemática por pueblos no europeos, en su mayoría musulmanes, lo que pondría en riesgo de extinción la cultura y la civilización francesas y europeas.
Enfatiza el sociólogo: “No deja de ser inquietante constatar que muchos entrevistados justifican su rechazo de la mascarilla argumentando que la crisis del covid-19 ya se acabó o inclusive que nunca existió y que se trataría de una gigantesca mentira de los gobiernos”.
Conglomerado de ultraderecha
Experto en culturas digitales y catedrático de la Universidad Sorbonne Nouvelle, Tristan Mendès France detalla aún más el carácter heterogéneo de esa corriente antimascarilla.
Según explica, al lado de individuos a quienes el cubrebocas indispone porque “les cuesta caro”, les “impide respirar”, “limita su libertad” y les “impide llevar una vida social normal” se encuentra un conglomerado de grupúsculos políticos, sobre todo de ultraderecha, de colectivos anticiencia, de asociaciones antivacunas en las que se muestran particularmente activos corrientes cristianas y musulmanas extremistas; de grupos contra el presidente Macron.
Entre ellos destaca Maxime Nicolle, uno de los protagonistas del movimiento contestatario de los Chalecos Amarillos que sacudió Francia en 2019, así como grupúsculos complotistas adeptos de las tesis señaladas por Bristielle, pero también de otras teorías extrañas.
En su conjunto, los sociólogos ven en esa emergente movilización francesa contra la mascarilla el reflejo de un “profundo malestar democrático”, ya que cataliza elementos tan disparejos como la angustia existencial generada por ese nuevo coronavirus que sigue siendo misterioso e imprevisible, temores ante la crisis social que empieza a golpear sectores de la sociedad gala, desconfianza hacia la clase política y las instituciones del país, incluyendo a los medios masivos y al cuerpo médico y científico.
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