Ricardo Del Muro / Austral
En un triste ejemplo de gatopardismo, el Congreso, que se conformará en las próximas elecciones, independientemente de que gane Xóchitl o Claudia, seguirá como una olla de grillos y chapulines en poder de las oligarquías partidistas, que ya se repartieron el pastel de las candidaturas plurinominales.
Antes de convertirse en candidata presidencial de la coalición Fuerza y Corazón por México, Xóchitl Gálvez se enfrentó a la disyuntiva de buscar la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México o pelear por la presidencia de la República, aunque se le advirtió que, en caso de perder, sólo beneficiaría a las oligarquías del PAN, PRI y PRD, para mantener su presencia en el Congreso y, en el caso de los perredistas, salvar su registro como partido.
En el caso de Morena, las plurinominales sirvieron para mantener la unidad del partido gobernante y evitar deserciones. Su lista de candidatos al Senado incluye a tres de las corcholatas que participaron en la contienda interna para la candidatura presidencial y fueron derrotados por Claudia Sheinbaum: Adán Augusto López, exsecretario de Gobernación; Marcelo Ebrard, exsecretario de Relaciones Exteriores y Gerardo Fernández Noroña, exdiputado federal, además del senador Ricardo Monreal, que ahora es candidato plurinominal a la Cámara de Diputados.
Lo mismo se observa en el Frente Amplio por México, donde se negoció el reparto de las candidaturas al Congreso, correspondiéndole 14 posiciones al PRI, 13 al PAN y sólo tres al PRD, que es el socio minoritario.
La lista de plurinominales del PAN la encabezan Marko Cortés, Ricardo Anaya y Lily Téllez; en la del PRI aparecen Alejandro Moreno y Manlio Fabio Beltrones y en PRD el primero es Jesús Zambrano.
Tal vez haya nuevos nombres entre los legisladores, pero son muchos los reciclados y serán las oligarquías partidistas las que decidirán la conducta de las bancadas en las cámaras de Senadores y Diputados.
Aquellos que se sientan ninguneados o no se identifiquen con el rebaño, tendrán la opción de brincar, como “chapulines” a otra bancada partidista.
Cuándo levantar el dedo, en qué momento interpelar, quién debe debatir, qué gritar y cuándo hay que armar bronca. La presencia de Lily Téllez y el “compañero” Fernández Noroña permite vislumbrar el tono y el nivel que tendrán los “debates” legislativos.
Y así ha sido. Un “gatopardismo”, donde están los de siempre pero sólo cambiaron de la Cámara de Senadores a la de Diputados o viceversa. Es el caso de los panistas Miguel Ángel Yunes, Francisco Ramírez Acuña, Germán Martínez, Josefina Vázquez Mota y Francisco García Cabeza de Vaca; de los priístas Aurelio Nuño, Silvano Aureoles, Rubén Moreira y de los perredistas Miguel Ángel Mancera y Adriana Díaz, entre otros.
Aunque la dirección de Morena aplicó una “tómbola”, en un afán de mostrase “democrática”, los agraciados con las plurinominales fueron personajes cercanos al presidente López Obrador, empezando por su hermano José Ramiro, su vocero Jesús Ramírez, el monero Rafael Barajas, El Fisgón y la directora de teatro Jesusa Rodríguez, exsenadora que ahora estará en la Cámara de Diputados.
Hasta la fecha está abierto el debate en torno a la legitimidad y función de los llamados diputados plurinominales, figura que busca desaparecer la reciente iniciativa de reforma electoral del presidente López Obrador, pero quiénes los defienden afirman que con ellos se evita el control hegemónico de un partido político, en este caso Morena, en el Congreso.
La figura de los llamados “diputados de partido” en 1963 y los plurinominales, promovidos por Jesús Reyes Heroles en 1977, se promovieron para evitar el control absoluto del PRI, en ese entonces el partido hegemónico, en el Congreso. Sin embargo, este avance democrático fue desvirtuado por las oligarquías de los partidos políticos que han acaparado esas posiciones en perjuicio de aquellos ciudadanos que han votado a favor de un candidato o de un partido político.
En la actualidad, se eligen a 300 diputados por mayoría relativa (voto directo) y 200 plurinominales, mientras que en el Senado son 64 de mayoría relativa; 32 de primera minoría, es decir, hicieron campaña y no ganaron, pero obtuvieron un segundo lugar en su entidad, y 32 plurinominales.
Una de las expresiones más recurrentes de estas oligarquías partidistas es la falta de renovación de sus cuadros dirigentes y de sus representantes en el Congreso. La “ley de hierro de la oligarquía” (1911), como la llamó el sociólogo Robert Michels. En consecuencia, vemos en el Congreso a políticos profesionales que parecen ser eternos y como los chapulines brincan de puesto en puesto y de curul en curul. RDM