Jorge Miguel Ramírez Pérez
Hay verdades que son inocultables, que salen a la luz cuando las crisis ponen a prueba los sistemas económicos, políticos y de creencias, y nos damos cuenta que lo que pensábamos como una plataforma de firmeza, no lo es. Con solo la presencia de una epidemia como la del corona virus, no solo se cimbran y dan cuenta de su fragilidad esos sistemas, sino que además nos despiertan a una realidad en la que muchas mecánicas, en las que se sustentan las formas de vida colectiva y personal tienden a derrumbarse.
Y es que el cambio repentino de hábitos y la urgencia de reposicionar los intereses económicos dan un vuelco a la vida práctica. No podemos gastar en nada que no sea estrictamente necesario como los alimentos y la energía; y no podemos salir de un entorno doméstico que exige que la unidad y el amor sean vínculos realistas y no meras simulaciones para mantener hasta en esa intimidad del hogar, algo perdido.
Así que, por el bendito corona virus, de golpe y porrazo se ponen a prueba los patrones del ayer cercano, con las verdades del nuevo quehacer cotidiano.
De hecho muchos dicen, ya no volverán las cosas a ser como antes, es cierto; pero a estas alturas en unos pocos meses de la epidemia; en vez de producir nostalgias esta aseveración; en lo recóndito, sentimos alivio; porque sabemos que efectivamente no se puede retornar a los escenarios perdidos, porque lo sucedido y lo que falta, no fue solo una tragedia nacional o regional, un terremoto o un tsunami, que permitirían regresar a los referentes de la cultura mundial, sino una implacable destrucción en la que se desmoronaron ya, los modelos y las jerarquías de todo el sistema mundial, en sus formas operativas y lo que es mas grave, para la defensa del establishment: en los valores que se preconizaban.
Los sacerdotes del poder, que han ponderado como objetivo único: el trabajo excesivo como forma de resolver las necesidades económicas y sobre todo las existenciales, se quedaron sin rituales aunque se aferren a forzar su vigencia; lo mismo las sectas políticas wannabe, de los que aspiran con la fuerza de la mentira, engañar a las masas aduladas, más las presiones y el despojo, asumirse como redentores del mundo codicioso; de pronto se quedaron sin materia, y sus liderazgos perdieron para siempre la bandera del odio como bien comunitario. Se vio la farsa del monopolio de la interlocución con la masa pasiva.
¿Qué pasó en el mundo en unas cuantas semanas?
Fácil, y no. Es para creerse, pero intentaré razonarlo.
Tomemos la “asignación prioritaria de valores”, concepto del politólogo David Easton, para quien la política era eso: poner en primer lugar lo que debe estar allí, o por defecto, lo que algunos que tienen el poder, creen que es lo esencial y derivado de ello, desechan lo que les parece menos relevante.
En otras palabras, es un sentido colectivo determinante de como se van a alinear los valores de la sociedad, dicho técnicamente es la política: una asignación axiológica, porque dice que valores van encima de otros.
Y las personas a través de la historia han ido optando como valores conceptos que a veces los son y muchas veces, temas que son hasta antivalores. Realizar sacrificios humanos, matar por adhesión a ideologías o religiones no violentas, comer carne humana, promover la perversión sexual, especular con bienes ajenos, negociar con los criminales, permitir la impunidad y otras monerías aceptadas como “derechos”, es decir como valores, los han cometido y los cometen colectividades ayer y hoy. No son valores, son veneno y basura en una escala razonablemente ética.
La codicia y la violencia ilegal dizque para combatirla, es decir el “capitalismo salvaje” y “el odio salvaje a los que producen” en ambos casos son antivalores, que no se pueden disfrazar en los discursos de la mentira. En otras palabras, un Trump desgañitándose por salvar el sistema “del que tiene más saliva traga más pinole” o el de Obrador: “de que cayó la epidemia como anillo al dedo”, son lo mismo; ya lo dijo Trump mintiendo, que el mexicano era su amigo del alma. Ambos se niegan en la práctica a poner a Dios, al Dios Creador verdadero en la escala de los valores en el primer lugar.
Trump trae un ecumenismo político y religioso; pero lo de Obrador, es un fuego extraño, de satanistas, chamanes y lobos con piel de ovejas.
Pero ellos son solamente el reflejo del mundo, en donde el valor superior es: uno, tener cosas, y el dos el placer por el placer mismo. Y en esas estamos todos, viendo como se desmoronan esas filosofías que nos despojan de Dios, de la familia y del trabajo, en ese orden; para ponernos en tiempos de corona virus, en la indefensión.
Porque creer y adorar a Dios no es un ritual, es centrarse en las indicaciones eternas, no sujetas a crisis porque la verdadera sabiduría es inmune a las crisis. Coloquen en primer lugar a Dios y todo lo demás será añadido, lo dijo Jesucristo, Dios mismo.
En segundo lugar, lo que Dios te dio: tu familia y en tercer lugar tu trabajo…
Pero si decimos no, e insistimos en todo el tinglado vigente hace dos meses de: “en primer lugar yo, y lo que opino; en segundo lugar yo, porque es mi trabajo el interés y realización personal; y en tercer lugar, lo que me merezco: harto placer y darle gusto al gusto, y lo demás no me interesa… bueno, mis hijos, para que se sientan orgullosos y presuman lo que yo soy; y después, nada, de Dios, no se, y creo que cada quien tiene su propio dios, y el mío se ha de parecer a mí…”, entonces parece que no le estamos entendiendo a la vida.
¿Y con el corona virus?
Así de nanochiquito no te la acabas con sus estragos.
Así que si experimentas amigo lector, que ya estas en esta nueva etapa de la existencia humana, en medio de una guerra geopolítica no estás equivocado, aunque esto es más que un acomodo de potencias: lo de antes no va a volver; así que, mejor vámonos acomodando a los verdaderos valores en la vida, antes de que termine el covid-19 y quede menos que nada para el futuro.