(Segunda parte)
Por María Manuela de la Rosa Aguilar.
Hemos visto como el mundo de las ideas, cuando esclavizan al individuo y transforman su perspectiva de vida, despojándolo de su libre albedrío, trae serias consecuencias sociales; al desvirtuar una realidad, convirtiéndola en un intangible de percepción equivocada que lleva a cometer toda clase de actos, no sólo contra el propio individuo, sino contra la sociedad misma, transgrediendo las normas más elementales de convivencia social y la propia normativa jurídica; cruzando además la barrera de lo público a lo nacional e incluso rebasando las fronteras y toda la infraestructura de una civilización.
Esto es el fanatismo desbordado que generan las sectas. Vemos así como los movimientos provenientes de grupos sectarios han logrado desestabilizar países, continentes y al mundo entero. Ahí está el nazismo, por ejemplo, una ideología política que provocó una de las más grandes masacres de la historia, pero, como hemos señalado, no sólo las ideas políticas sirven como sustento de manipulación, también todo tipo de ideas espirituales, ontológicas y en general conceptos que al implantarse en la mente, son capaces de transformar la manera de ser.
El problema se genera en la base estructural de nuestra sociedad: la familia, que si no se consolida, afecta a todo el aparato social, pues es el cimiento de ésta. Es por eso que el Estado tiene el deber de fortalecer este núcleo de la sociedad, de lo contrario, creará un boomerang que al final revertirá lo creado. La historia está ahí para avalarlo.
Líderes mesiánicos
Pero las sectas no surgen solas ni se dan por generación espontánea, si bien aprovechan las debilidades y carencias de sus adeptos, surgen líderes con una gran capacidad de convencimiento, generalmente con trastornos de la personalidad, con un narcisismo extremo, de una ambición ilimitada, con una fe en sí mismos inexplicable, que tienen la certeza de mover las conciencias de grandes colectividades para convencerlas de la grandeza de sus supuestos ideales, que promueven como de verdadera trascendencia humana. Estas personas se caracterizan por una falta total de empatía, son sociópatas, pero su carisma logra atraer gran cantidad de adeptos, que al final, se vuelven sus esclavos.
Pero no sólo hace falta un líder carismático con capacidad de convencimiento, sino personas maleables que crean que sus necesidades afectivas, de pertenencia, ilusiones e ideas que constituyan una promesa de vida, hagan que se decidan por seguir al grupo del líder. Y muchas veces estas ideas son fraguadas en el inconsciente colectivo debido a un sentimiento de incapacidad, de odio, la frustración y muchas veces en la necesidad de reconocimiento y de identidad.
Vemos como Hitler logró unir a un pueblo a través del odio, de la frustración y el deseo de despojar a los que consideraban diferentes y ajenos; en este caso de 1.5 millones de judíos que fueron asesinados, aunque también muchos católicos, alrededor de 200 mil ; y polacos casi 3 millones de judíos y alrededor de 2.9 millones de católicos y de otros credos.
El Papa Pío XI publicó, entre 1931 y 1937 tres encíclicas advirtiendo del peligro: Non abbiamo bisogno (contra el fascismo italiano), Mit Brennender Sorge (contra el nazismo), y Divini Redemptoris (contra los comunistas ateos); el Partido del Centro, católico, se prohibió y fueron asesinados 1,034 sacerdotes y expropiados los bienes de la Iglesia.
El cardenal que sucedería a Pío XI, con el nombre de Pío XII, Eugenio Paccelli, en 1935 ante 250,000 peregrinos en el santuario de Lourdes señaló que “-los nazis- son en realidad plagios miserables que visten antiguos errores con nuevo oropel. No hay ninguna diferencia si ondean las pancartas de la revolución social, ya sean guiadas por una falsa concepción del mundo y de la vida, o si están poseídas por la superstición de una raza y un culto de sangre”. E incluso en su Encíclica inaugural de pontificado Summi Pontificatus, sobre la unidad de la humanidad, opuesta al colonialismo, racismo y antisemitismo.
El nazismo alemán acabó con la vida de importantes figuras, de diversos credos, entre los que se cuentan literatos y editores, artistas y diseñadores, músicos, humanistas, matemáticos, científicos, médicos, psicólogos, maestros, abogados, empresarios, teólogos, religiosos, deportistas, políticos de la resistencia, incluso militares que se opusieron al régimen.
Situación algo parecida a lo que ha estado sucediendo en los regímenes totalitarios de Oriente Medio con el Estado Islámico o en las dictaduras de América Latina, incluso México, donde sólo en esta administración se han registrado más de cien mil muertes, entre homicidios y feminicidios. Además de 15 periodistas asesinados, por lo que México se sitúa en los primeros lugares más peligrosos para ejercer el periodismo. Y uno de los grandes problemas es el fomento del odio y la confrontación para dividir a la sociedad, en aras de una ideología investida de socializadora, una ironía muy típica del sectarismo.
Pero vemos esto mismo en las revoluciones, con la inoculación del odio y la sed de venganza, con verdades a medias y muchas veces con ideas “innovadoras” para explicar una realidad conveniente para el levantamiento de las masas. La bolchevique es claro ejemplo, la revolución china, incluso la mexicana, que trajeron destrucción y millones de muertes.
Sus líderes, al final, víctimas del boomerang que lanzaron. Lenin, José Stalin, responsable de la muerte de más de 23 millones de rusos; Mao Zedong en China, que mandó masacrar a 78 millones; Adolfo Hitler que provocó el asesinato de 17 millones de personas, Kin Il Sung, fundador de Corea del Norte quien mandó eliminar a 1.6 millones.
Pero además, en África y América Latina, las dictaduras, que si bien no se sustentan precisamente en una secta, pero sí tienen las características de la misma, principalmente por el odio que fomentan contra los dueños del capital y de los bienes en general, provocando una división social a través de un populismo disruptivo que no ha traído prosperidad y sí un paulatino empobrecimiento de las naciones. Casos concretos son los de Cuba, Venezuela, Perú, Bolivia o Nicaragua, en donde las libertades prácticamente están cooptadas en el mejor de los casos.
Las ideologías políticas no son las únicas que amenazan la estabilidad de la sociedad, pues conceptos investidos de falsa espiritualidad, de ideales que supuestamente llevan a la realización humana, aprovechándose del miedo a un futuro poco promisorio, son caldos de cultivo para las sectas, de continuo relacionadas con actividades ilícitas.
Actualmente se desconoce cuantas sectas hay en realidad, ya que éstas, por su naturaleza, generalmente operan en la clandestinidad o cubiertas por fachadas de aparentes organizaciones civiles con fines supuestamente filantrópicos y de superación personal. Así podemos mencionar a ODESSA, una organización destinada a facilitar la huida de los nazis, después de su derrota; la Mano Negra, de anarquistas y comunistas españoles; El Círculo Dorado, en Estados Unidos, a favor de la esclavitud; Los Rosacruces, surgidos en el siglo XIV, que basan su organización en la práctica de la alquimia y el esoterismo; La Masonería, que se supone se consolidó en el s. XVIII y es una de las organizaciones más poderosas de la historia, a donde han pertenecido personajes tan ilustres como George Washington, Napoleón, Voltaire o Benito Juárez; El Opus Dei, que es una prelatura del catolicismo y es criticada por sus prácticas coercitivas contra sus miembros; Los llluminati, una rama de la masonería que retoma los ideales de la ilustración y se cree que en torno a ellos hay una conspiración para un nuevo orden mundial; Club Bohemio, integrado por magnates norteamericanos en donde se dice que ellos deciden el destino de los EEUU; El Club Bilderberg, considerado el grupo más poderoso del mundo, a donde pertenece la familia Rockefeller, primeros ministros y altos miembros de la realeza, quienes deciden sobre las políticas mundiales; Calavera y Huesos, de la universidad de Yale, que la integran estudiantes de las familias más distinguidas de EEUU, etc.
El mundo de las sectas es sinuoso, transversal y con muchos matices. Su importancia primordial reside en la capacidad de convencimiento y movilización que tiene, incluso sobre las ideas más absurdas y carentes de lógica; pero, lo más importante, constituye un riesgo para la humanidad entera.