Jorge Miguel Ramírez Pérez
Cuando la crítica va mas allá de la actuación de las personas, también debe buscarse en los sistemas el razonamiento que indaga la repetición de errores.
Y es que en nuestro país los gobernantes cambian leyes, instituciones y procedimientos a su leal saber y entender o por recomendaciones de consejeros que perciben oportunidades coyunturales para realizar esos cambios, parten de: que controlan el congreso, la Corte no se pronuncia y los otros poderes subnacionales no lo impiden. Se vuelve entonces el sistema incongruente, entrópico y mas que cambios para mejorar, el resultado es una mayor descoordinación y se pierde la armonía institucional.
El primer error de concepción política es el que se refiere a la Constitución que es considerada una “ley mayor”. Y no un acuerdo político de los factores reales de poder como lo definía Ferdinand Lasalle. La nuestra, tiene hasta visos de reglamento de un bando municipal, y se ha convertido en un centro matriz de disposiciones variopintas como si fuera legislación ordinaria. Cuando en esencia, es el documento que declara la identidad política colectiva de los mexicanos y define la forma de organizarse para mantener esa esencia.
Así cuando el artículo 40 define que México es una República representativa, democrática, laica y federal, compuesta por Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior…. etc. Está señalando cómo es y como queremos que siga siendo México.
Para empezar es representativa, no puede ser una República de asambleas a mano alzada. Cuando dice que es democrática, hace alusión a los dos elementos de la definición de la democracia: la regla de la mayoría para elegir gobernantes y el respeto a los derechos de la minoría. Si hay un solo elemento de esa definición como sucede en México, la tal república no es democrática. Laica es cuando el gobierno no incorpora al clero a las actividades políticas, como el reparto de cartillas cívicas; y federal, cuando el todo, es la suma de sus partes, no cuando el centro subordina a otros poderes y actua unilateralmente…
Hay muchos ejemplos en la confusión de la jerarquía de las leyes. No se sigue el patrón generalmente aceptado de Kelsen, pero sobre todo, se ha perdido el equilibrio de los poderes. Y me voy a referir a dos simples ejemplos: la degradación del Senado al fungir como otra cámara de diputados, restándole la defensa de la soberanía de los estados, con la figura de los senadores de segunda minoría, los plurinominales o de partido.
Esa distorsión de la naturaleza del poder legislativo en la figura del Senado, surgió con Salinas; y de ahí produjo un ente sin inserción legal, la CONAGO. El daño se hizo y no hay poder humano que lo restituya.
Otra costumbre anticonstitucional es todo lo relativo al Presupuesto de la Federación, que como todo lo financiero debe estar en manos del Congreso: la iniciativa la manda el ejecutivo, léase Hacienda y se supone que una vez alcanzado el acuerdo, se respeta. Pero en principio no es así, porque si no le dan disponibilidad financiera a la oficina ejecutora, sencillamente no hay nada. Aparte no se sanciona el subejercicio, y tampoco se reasigna por parte de los legisladores el dinero no utilizado: En otras palabras el ejecutivo hace lo que quiere.
Esas interpretaciones y operaciones sexenales junto con los criterios que los hacen hasta de nivel constitucional, para algunas comisones “autónomas”, acaban desbalanceando la estructura del sistema político del país, paulativamente deja ser lo que se quería.
Se siguen modas que le suavizan la gestión a los ejecutivos, con la figura de los fiscales carnales autónomos, que nunca son autónomos. Se busca junto con estructuras judiciales y oficinas anticorrupción, en su conjunto, diluir el riesgo de gobernar de parte de los electos; porque se zafan de sus responsabilidades directas en materia de procuración de justicia; y la gente se pregunta entonces que hacen presidentes y gobernadores, aparte de repartir regalos como Santa Claus.
Por supuesto que no mencioné todas las aberraciones anticonstitucionales que la Corte no halla como resolver, junto con los amparos, sin deteriorar de un tajo a la Morena.
No hay de otra, por eso hasta referir las doctrinas políticas clásicas puede sonar a estas alturas, anárquico.
En esta generación política falta nada más, que se ponga en la Constitución que somos una república no popular sino populista, centralista antifederalista, que fiscaliza las casas de los ricos, una república de pobres, donde reina la pobreza y que aspira a que sigamos siendo pobres con subsidios y becas, con derecho a solo un par de zapatos, donde los malos son libres y solo pueden ser regañados por sus madres, y los demás están obligados a aguantar.