José Luis Parra
Se llama Omar, se apellida García y lo bautizó el escándalo: hijo de María Sorté y del temido político del echeverriato, Javier García Paniagua. Ahora aparece en escena como “el delfín” no declarado —pero muy apapachado— de Claudia Sheinbaum. Y este miércoles entró al Senado como se entra a una reunión secreta de inteligencia: en sigilo, sin videos, sin testigos, sin oposición y con el patio de butacas convenientemente vacío. Ni Noroña pudo hacer berrinche. Le montaron otro evento a la misma hora para entretenerlo.
¿Comparecencia o ceremonia masónica? ¿Supervisión legislativa o coctel privado entre aliados del poder? La entrada de Harfuch al Senado fue más bien una audición de casting, y él, como buen actor político —genética obliga—, leyó su parte sin que nadie le interrumpiera. Ni una pregunta pública, ni un escozor mediático. A lo mucho, unos cuantos senadores de la Jucopo murmurando preguntas incómodas sobre capos, extradiciones y subordinación a los gringos.
Y sí, entre murmullos se deslizó el nombre de Marco Rubio, el senador estadounidense que aplaude cada paso de Harfuch. Casi podría ser su asesor de imagen. Pero lo realmente interesante no es eso. Lo crucial es que los gringos —y también algunos priistas— temen que el nuevo secretario de Seguridad no solo quiera limpiar las calles, sino también el camino hacia Palacio Nacional.
¿Será que el joven Harfuch anda reuniendo expedientes, como antes su padre lo hizo? Porque si algo sabe el sistema es que quien tiene la carpeta, tiene el poder. Pregúntenle a Layda Sansores cómo Alito Moreno se salvó de una investigación incómoda cuando ofreció “calmarse” con sus denuncias en Washington. Y ahora Alito reaparece, crítico del delfín favorito de la 4T, mientras se acerca a figuras como Mario López Valdez, apestado sinaloense con antecedentes tan oscuros como las narcofosas.
¿Es Harfuch el nuevo superpolicía? ¿O es el nuevo recolector de verdades sucias? ¿Qué tanta limpieza se puede hacer con una escoba que ya viene barrida por intereses ajenos? El muchacho trae apoyo, y no solo del oficialismo. También en el norte lo ven con buenos ojos. A diferencia de otros miembros del gabinete, él no improvisa. Él apunta. Y guarda silencios de plomo.
Comparecer sin comparecer. Declarar sin decir nada. Y sonreír, sin despeinarse, mientras desde el Senado se perfila como futuro aspirante a todo. Harfuch no se encamina: lo encaminan.
Y si alguien tenía dudas sobre quién manda realmente en este país, basta con ver cómo se cierra la pinza: AMLO opaca a su candidata, Claudia obedece, y su escudero de Seguridad prepara el terreno. No con discursos. Con expedientes. Con archivos. Con control.
La política mexicana se ha vuelto un thriller de bajo presupuesto pero con reparto estelar. A la cabeza, el hijo de una actriz que aprendió bien que en este país, el que calla… acumula poder.