José Luis Parra
La 4T acaba de encender una bomba judicial que podría estallar en todas direcciones. El caso de Hernán Bermúdez Requena —líder no oficial del cártel de La Barredora— comienza a hacer ruido en los sótanos del poder. Y el eco no se queda en Palacio Nacional: rebota directo en el PRI y amenaza con llevarse entre las patas a Alejandro Moreno Cárdenas, alias Alito.
Las esquirlas ya alcanzaron a su amigo del alma, Adán Augusto López, quien desde hace meses cayó en desgracia. Pero no fue solo: lo arrastró consigo. Porque en política, como en el Titanic, los afectos de camarote también se ahogan.
En el tricolor ya comenzaron los rezos. No porque crean en los milagros, sino porque huelen el cadáver político de su dirigente nacional. Y con justa razón. La nueva solicitud de desafuero contra Alito por el desvío de 83.5 millones de pesos —gentileza de la fiscalía campechana— complica su plan maestro: la candidatura presidencial del 2030. Porque sí, aunque usted no lo crea, todavía sueña con la banda tricolor cruzándole el pecho. Insiste en jugar al “¿a qué le tiras cuando sueñas, mexicano?”, pero con las manos metidas en la caja chica.
Ni Rubén Moreira ni Manuel Añorve —quienes fungen como tapetes con voz— se atreven a enfrentarlo abiertamente. Lo dejaron claro: Alito no suelta el PRI ni dormido. Y mientras, el partido se hunde con él, aferrado al timón de su naufragio.
Lo paradójico es que desde la rebeldía, encabezada por Dulce María Sauri y Beatriz Paredes, se rumora que las piezas del ajedrez están cambiando. Que el Grupo Tabasco —sí, ese del que Alito fue mascota por conveniencia— está siendo desmantelado desde el mismo Palacio Nacional. El guion se reescribe, y esta vez, los opositores a modo también van para fuera.
Pero lo más delicado no es el desafuero ni el lodazal de dinero público. Lo que pone a sudar a más de uno son las visitas de Alito a Washington D.C., donde fue a llorar por la inseguridad y los narco-vínculos en México. Según versiones internas del PRI, no fue a denunciar… fue a deslindarse. Porque si algo tienen claro en Insurgentes Norte es que La Barredora no se barre sola. Y que alguien en Campeche la financió, la protegió y la operó. ¿Quién? La pregunta empieza a sonar tan fuerte que ya se escucha hasta en inglés.
Si Alito cayó, no fue por sus enemigos. Fue por sus amigos.
Y si algo enseñan los tiempos actuales es que el poder no protege, solo usa. Después lo desecha.
Hoy más que nunca, el PRI necesita una barredora.
Pero de las que limpian, no de las que matan.