El Ágora
Octavio Campos Ortiz
A reserva de ser tildado de misógino, es conveniente revisar la actuación de la mujer en la vida pública o social y la conveniencia de asignar a estas cuotas o porcentajes de participación solo por el hecho de serlo. Muy encomiable los movimientos feministas e incluso las heroicas luchas por el reconocimiento de sus derechos y la igualdad frente al hombre, así como el respeto a su dignidad.
Desde el asesinato de las hermanas Mirabal en República Dominicana que dio origen al Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres o las protestas de trabajadoras textiles en Nueva York luego de la muerte de 123 costureras en el incendio de la fábrica donde eran explotadas, lo que permitió el reconocimiento de sus derechos laborales y la instauración del Día Internacional de la Mujer es encomiable la trascendencia social femenina. Pero esos logros van más allá de las conmemoraciones, como lo han demostrado los movimientos 8M o un Día sin Mujeres. El voto femenino es otra prerrogativa que no solo se debe celebrar sino ejercer.
Este periplo viene a colación por el muy difundido atentado del candidato Donald Trump, el cual exhibió errores del Servicio Secreto, donde participaron dos mujeres, quienes cometieron fallas al cuerpearlo y evidenciar el mal manejo de las armas cuando una de ellas no pudo enfundar su pistola. Fue un operativo mal diseñado y pudo provocar un magnicidio. Es importante recordar que la jefa del Servicio Secreto pretende que en 2030 el 30 por ciento de los elementos de ese cuerpo de seguridad esté integrado por mujeres.
Esa es la cuestión, por qué el 30 y no el 50 o 60 por ciento o solo el 15. La capacidad de la mujer en cualquier actividad no debiera medirse por cuotas, sino utilizar el sistema casuístico para determinar quiénes son las más talentosas, en una de esas pudiera ser el cien por ciento -sucedió con el grupo Gacelas, quienes cuidaron al jefe de Gobierno AMLO y no sufrió ningún atentado, resultaron tan buenas que hasta saltaron a la administración pública y a los cargos de elección popular-, pero llama la atención que en cuanto reapareció el republicano estuvieron ausentes las mujeres.
No es cuestión de cuotas, sino de talento y eficacia. Por eso es absurda la propuesta del impresentable “líder” del PRI, el nuevo Fidel Velázquez, quien busca apoderarse de un partido que necesita la refundación y no ofrecimientos pueriles como proponer que las candidaturas a cargos de elección popular sean en 60 por ciento para mujeres, por qué no 80 o 15.
Las mujeres son el 53 por ciento de la población en México y en el padrón electoral, aritméticamente se justifica la paridad, pero no necesariamente más del cincuenta por ciento quiere participar en la política, incluso han sido forzadas y manipuladas, como sucedió con las “Juanitas”, candidatas que ganaron una elección y fueron obligadas a renunciar a favor de un hombre. Hoy para cumplir con la paridad se recurre a las cuotas por sectores u organizaciones, lo que no perfila a las mejores candidatas, muchas de ellas sin conocimiento parlamentario ni deseos de participar en la tribuna.
Otro despropósito, válido como fórmula de justicia social, fue el anuncio de otorgar una pensión a las mujeres desde los 60 años y no los 65, pero la terca realidad hizo recular a la próxima mandataria, quien matizó la promesa de campaña y acotó el rango y solo para mujeres indígenas. El incumplimiento electoral demuestra que hasta las dádivas no se pueden ofrecer en porcentajes o cuotas.
En aras de cumplir con la política de equidad de género se ha llegado a un falso empoderamiento y a un absurdo sobre proteccionismo de las damas. Ello ocurre, incluso, en la vida diaria, como los vagones exclusivos en el Metro o los asientos rosas en el Metrobús, donde se escenifican diariamente verdaderas batallas campales entre féminas por un lugar o involuntarias agresiones provocadas por entrar o salir a los andenes. La violencia entre ellas es superior a la de los hombres. La equidad debiera suprimir esas pírricas victorias del feminismo.
El verdadero empoderamiento de la mujer se ha logrado en muchas áreas como la academia, la ciencia, las artes, el deporte, el emprendimiento, la administración pública y la política misma, aunque falta mucho por lograr.
Es más importante abatir los feminicidios, la violencia intrafamiliar, sexual, física, psicológica, vicaria, laboral que preocuparse por el lenguaje incluyente o la obsesión por hacer la distinción de sexos. Volpi decía que los refranes eran ahora más rebuscados y menos explicativos como “el perro es el mejor amigo del hombre” y ahora “el perro y la perra es el mejor y la mejor amigo y amiga del hombre y de la mujer”.
Bienvenido el empoderamiento de la mujer, el respeto a su dignidad y sus derechos humanos, pero no caigamos en los porcentajes o las cuotas de poder.