Entre el 2010 y 2012, el mundo árabe se vio sorprendido por manifestaciones, protestas e incluso alzamientos armados que sacudieron su zona de influencia y causaron conmoción en la comunidad internacional. Los manifestantes clamaron por libertad, democracia, el fin de la crisis económica y derechos sociales. La rebelión se extendió como un barril de pólvora que estalló en el norte de África, el medio oriente y la península arábiga. Buena parte de esos países estaban hasta entonces gobernados por autócratas que si bien eran francamente impresentables, su postura laica dentro del islam y nacionalista en el mundo árabe, había sido hasta entonces un formidable dique contra los movimientos islamistas como el régimen taliban en Afganistán.
Como consecuencia de la Primavera Árabe cayeron pesos completos del calibre de Hosni Mubarak en Egipto, Zine El Abisinia Ben Alí en Túnez, y el excéntrico Muamar el Gadafi, quien pretendió incluso ir más allá del nacionalismo árabe y convertirse en líder panafricano, terminó siendo torturado y asesinado por milicianos rebeldes en Misrata en octubre de 2011.
No pocos pensaron, que la dictadura del jovén Bashar Al Ássad correría la misma suerte que los gobiernos depuestos en Egipto o Libia, sin embargo, aquí las circunstancias fueron diametralmente opuestas y si bien el país entró en una cruenta y desgastante guerra civil, el régimen se sostuvo principalmente por varias causas: el apoyo de Putin, la presencia de bases navales rusas en el litoral mediterráneo sirio, el apoyo también de Irán con sus ayatollahs y la férrea resistencia de los Ássad, una dinastía monárquica disfrazada de república árabe.
El régimen sirio no solo no podía darse el lujo de caer como sus pares regionales, sino sabía bien que su derrocamiento más que el exilio, significaba la muerte para su élite. Pronto Siria se convirtió en un campo de batalla que no solo desoló su territorio, sino que se ha sido el teatro de operaciones, donde convergen y luchan entre sí, los más diversos intereses que van desde el régimen sirio a Rusia, Irán, Israel, Estados Unidos, Turquía, los Kurdos, y los grupos extremistas islámicos.
Hoy 13 años después del estallido de la Primavera Árabe, el mundo es muy distinto, y en tan solo dos semanas el régimen de Ássad cayó, la noche del sábado pasado los rebeldes del HTS (Hayat Tahris al Sham) liderados por Abu Mohamed al Jawlani de 42 años de edad, tomaron Damasco y Ássad huyó, al momento de escribir estas líneas se desconocía su suerte o paradero. Es importante destacar que el HTS surgió como la rama en Siria de Al Qaeda, aunque luego han pretendido desmarcarse de Al Qaeda y mostrarse más mesurados y moderados, no sería extraño que ésto sea sólo una estrategia ante la comunidad internacional, no en vano, estos yihadistas son considerados como grupos terroristas por la comunidad internacional.
El régimen sirio a diferencia de hace poco más de una década, no pudo ser sostenido por Rusia e Irán. Putin se encuentra entrampado en Ucrania, donde ha perdido más de 600,000 hombres y cantidades incontables de equipo. Irán a su vez, ha sido duramente golpeado por Israel desde que inició el conflicto en Gaza, entonces Hezbolá y Hamas no pudieron en las actuales circunstancias alimentar a la infantería de Ássad.
La familia Ássad pertenecen a la comunidad aluita, que no era muy privilegiada a mediados del siglo pasado en Siria, muchos de sus miembros se unieron al ejército como una alternativa para superar sus penurias económicas. Este fue el caso de Hafez, padre de Bashar y quien se convirtió en oficial de la aviación militar recibiendo adiestramiento en Egipto y la Unión Soviética. Su desempeño militar fue mediocre, particularmente durante la Guerra de los Seis Días, cuando Siria perdió toda su aviación, pero en cambio en política e intriga se convirtió en un maestro. Militando en el Partido Báaz de influencia regional, logró primero ser ministro de defensa y posteriormente, trás un golpe de estado en 1971, presidente de Siria.
Gobernó su país con puño de hierro y cualquier atisbo de oposición lo redujo a sangre y fuego. Supo cómo acomodarse en el plano internacional, primero alineado al bloque soviético pero después, por ejemplo durante la primera Guerra del Golfo, se unió a la coalición liderada por Estados Unidos contra Sadam Hussein. Murió en el año 2000 a consecuencia de un ataque cardíaco.
A la par de gobernar con mano dura, consolidó a su familia como una dinastía que gobernaría Siria sin intención de marcharse. Hafez preparó como sucesor a su hijo Bassel evidentemente de talante autoritario. Sus planes se vieron truncados en 1994, cuando Bassel murió en un accidente de tráfico en Damasco. Entonces el viejo dictador debió echar mano de su segundo hijo. Bashar en ese entonces no quería ser militar, estaba más a gusto siendo oftalmólogo en Londres y disfrutando de la vida occidental. Tuvo entonces ante la muerte de Bassel, que regresar a Siria, unirse al ejército y prepararse como sucesor de su padre.
Al asumir la presidencia en el año 2000, muchos sirios erróneamente creyeron que vendrían tiempos de cambio, por el perfil de Bashar, su juventud y un discurso inicial de apertura política. En la primera recta de su mandato fue cauto aunque apegado a los principio del régimen, el estallido de la guerra civil lo orilló a ser un digno sucesor de su padre, no en vano se sostuvo trece años a diferencia de otros veteranos gobernantes de la región. Hoy como ya se mencionó ni Rusia ni Irán pudieron apoyar a su otrora aliado, las próximas jornadas nos darán cuenta de su destino, pero sin duda alguna la caída de la dinastía Ássad se puede considerar no solo como el fin de la Primavera Árabe, sino como la amenaza del establecimiento de un gobierno islamista en la Siria arrasada por una cruenta guerra civil.