Luis Alberto García / Moscú
*Gira en 1964 por América Latina, con magníficos resultados.
*Valeri Voronin, Igor Tchislenko y Valentín Ivanov, generación en retiro.
*La descentralización deportiva permitió avanzar y progresar.
*Portugal y Eusebio quitaron a la URSS el tercer lugar en Inglaterra 1966.
Luego de una desafortunada actuación en el Campeonato Mundial de Futbol en Chile -en el que no superó los cuartos de final, eliminada de ese torneo de 1962 después de un empate 4-4 frente a Colombia, cuando iba con una ventaja de 4-1 al concluir el primer tiempo-, la Unión Soviética decidió imprimir nuevos criterios para renovar a su selección nacional y hacer renunciar a sus cuadros federativos.
En 1964, cuando una selección compuesta exclusivamente por jugadores del Torpedo, el Spartak y el Dínamo de Moscú hizo una exitosa gira por América Latina, que incluyó su participación en un torneo hexagonal en la Ciudad de México-, el gobierno de Nikita Krushchev recurrió a una política deportiva más agresiva, distinta a las anteriores.
Los moscovitas dejaron sentir su presencia en aquel torneo -batiendo al Partizán de Yugoslavia, al Sao Paulo de Brasil, al Guadalajara, y al América y Necaxa, los mejores equipos de la Liga local-, con verdaderos astros en cada una de sus líneas, todos titulares de la selección nacional de la Unión Soviética, en la que sobresalían más de la mitad de sus integrantes.
Fernando Mejía Barquera, autor de “Glorias y tragedias del futbol mexicano”, editado en 1992 por el extinto diario “El Nacional” de la capital mexicana, escribió que, entre los soviéticos, destacaban el portero Iósif Oroudchadze, el medio campista Valeri Voronin –quien vería cortada una brillantísima carrera después de un accidente automovilístico-, y los atacantes Igor Tchislenko, Yuri Shustikev, Calimzjan Kusainov y Valentín Ivanov, el más temible centro delantero de Europa en aquellos años.
La Unión Soviética ocupaba señaladamente la cabeza de las principales comisiones dentro de la Federación Internacional de Futbol (FIFA), a la que se había incorporado en 1946, con un altísimo registro de quince mil clubes –no profesionales, por supuesto- diseminados en todo su infinito territorio, que abarcaba desde Finlandia, Polonia y Turquía, hasta Mongolia, China y Japón.
El cuidado físico y la disciplina táctica de los equipos quedó en manos de profesores diplomados en las más prestigiosas instituciones educativas administradas por el Estado; sin embargo, la preparación de ese futbol correspondía a los clubes, básicamente de Moscú, Kiev y San Petersburgo, entonces Leningrado.
Con ese potencial, se creyó que llegaba el momento de propiciar una descentralización efectiva que permitiera elevar en un buen promedio de la calidad y potencial del balompié soviético, como quedó demostrado en el Campeonato Mundial de 1966 en Inglaterra, no obstante haberse obtenido un buen cuarto lugar.
Se hizo con la misma base de una década atrás, que se iría apagando después de 1970, cuando se alcanzó el mismo sitio en México, cuadro anfitrión al que enfrentó en la inauguración, con un 0-0 que a nadie convenció.
Con antecedentes nada despreciables, la Unión Soviética había eliminado a Italia (2-0), Suecia (3-1) y Dinamarca (3-0) en la Copa Europea de Naciones de 1964, antes de llegar a la final que disputó contra España, el dueño de casa, perdiendo (2-1) en los últimos minutos de un encuentro no recomendable para cardiacos.
Los soviéticos siguieron mostrando sus progresos, aunque en 1966 perdieron (0-2) el boleto a la final en un violento partido contra la República Federal Alemana, luego de pasar en las eliminatorias europeas por encima de Grecia, Gales y Dinamarca.
Así llegaron invictos al torneo mundialista, para ganar en él a la sorprendente Corea del Norte (3-0), Italia (1-0) y Chile (2-1), y perder luego sus siguientes enfrentamientos contra los alemanes y el tercer lugar frente a Portugal y su estrella de Mozambique, Eusebio da Silva Ferreira, campeón goleador del torneo con nueve tantos en su haber.
La Unión Soviética mostró en Inglaterra que todavía tenía valores por mostrar; pero en cuatro años no se hizo lo suficiente para estructurar el equipo que todos deseaban, como quedó evidenciado en México, cuando, el 31 de mayo de 1970, en la apertura del IX Campeonato del Mundo de Futbol, se sintió el temor de una eliminación prematura, con la ausencia notable –obligada por cuestiones políticas- en Alemania 74 y sus repercusiones en 1978, en un camino que parecía sin retorno
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