EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
El pájaro de fuego de Stravinski.
Ciudad de México, sábado 13 de noviembre, 2021. – Imaginar una historia a partir de la música que escuchamos nos permite elaborar un poco más sobre lo que se intenta expresar el compositor. Esto es lo que he hecho ahora con El pájaro de fuego de Stravinski, una obra compuesta para ballet, en siete movimientos, basada en una historia popular rusa que podía haber empezado así: “Había una vez un zar que tenía un manzano que daba frutas de oro…”, manzanas como la que aventó Eris (Discordia) en la boda de Peleo y Tetis, a la que no fue invitada, para que Paris se enredara con Helena y provocara la guerra de Troya. Esta obra fue compuesta a pedido de Diaghilev para que se interpretara con el Ballet Ruso en 1910 en París; como tuvo éxito, a continuación compuso Petrushka (1911) y La consagración de la primavera (1913).
Introducción. Los contrabajos apenas perceptibles crean un ambiente misterioso hasta que los clarinetes anuncian la llegada del pájaro de fuego como lo haría si hubiera visto “al sol más de una gloriosa mañana acariciar las cumbres de las montañas con su potente ojo, deseando con su dorado rostro el verdor de las praderas y, con celeste alquimia, dorar los pálidos arroyos”, al son del Soneto 33 de Shakespeare.
La danza del pájaro de fuego. Alguien se estaba comiendo las manzanas por la noche. Por eso, el Zar les pide a sus tres hijos que vean lo que pasa: los dos mayores se quedan dormidos y no ven nada; Iván, el menor, descubre que es el pájaro de fuego el que se las come y, cuando trata de atraparlo, se queda con una pluma de su enorme cola.
Variaciones del pájaro de fuego. Imagino al pájaro de fuego provocando suavemente a Iván, el hijo menor, para que lo siga por el jardín donde se bifurcan los caminos para que, en una de esas, se encontrara con la bella Elena.
Ronda de la princesa. En los cuentos de hadas es el menor el que resuelve las cosas. Los autores sabían que, tanto psicológica como emocionalmente, los niños se identifican con el menor de la familia para que, de esa manera, encuentren una solución a sus propias dificultades apremiantes. Antes que nada, imaginamos al pájaro de fuego como aquella alondra que despertó a los amantes volando al ras por el jardín de los Capuleto.
Danza infernal del rey Kastcheï. Para que Iván pueda conquistar a la bella Elena tiene que enfrentar a los demonios, por eso, arriesga la vida hasta que la libra del mal. La conquista está a la vista: Iván se anima frente a la belleza de Elena. El amor hace que los cuerpos se iluminen y, de pasada, se anticipen a la nostalgia del porvenir, por eso, después de una breve pausa, impávidos recordamos aquellos días luminosos, una vez que el pájaro de fuego nos ha llevado hasta el umbral de la belleza.
Se lleva a cabo una danza infernal con un ritmo que más adelante lo adoptaría Stravinski como tema para La consagración de la primavera: “al final de L’Oiseau de Feu fue concebido el embrión de esa otra obra en donde, los gritos bárbaros de la modernidad se transforman en música”, como lo publicó la revista Pauta (julio, 1982) que dirigió Mario Lavista durante décadas.
Canción de cuna. Una melodía suave y un ritmo uniforme que evoca a una mecedora, como si de esta manera, pudiéramos celebrar el resultado del psicoanálisis: cuando aceptamos la naturaleza problemática de la vida, sin que seamos vencidos por ella y sin necesidad de evadirla, de tal manera que le volvemos a dar sentido a la vida, luchando contra lo que parece que es una abrumadora fuerza superior.
Final. Todo ha quedado resuelto y, como los cuentos de hadas, termina con un final feliz, aunque los protagonistas hayan sufrido las de Caín. Así termina el ballet con la orquesta en pleno, cuando Stravinski parece que dio el primer grito bárbaro de la modernidad que todavía perdura.