El Ágora
Octavio Campos Ortiz
Los mexicanos protagonizaron la primera revolución social del siglo XX con un saldo de un millón de muertos. Los caudillos utilizaron el hartazgo del campesinado y de regiones fabriles para derrocar al gobierno. Sin embargo, los jefes políticos encarnizaron sucesivas asonadas para hacerse del poder y olvidaron las causas populares. Solo la institucionalización del país permitió reconocer la aportación de los sectores productivos al desarrollo nacional. Así surgió el ejido y una Ley Federal del Trabajo que palió las condiciones de los obreros. En la centuria pasada se crearon organismos públicos que fortalecieron las prerrogativas agrarias y laborales.
Sin embargo, la corrupción de sucesivos gobiernos del partido de Estado por casi ocho décadas provocó un resentimiento social que estalló con las movilizaciones como la ferrocarrilera, de electricistas, la magisterial, de médicos y finalmente la estudiantil en el otoño de 1968. Todos fueron reprimidos; Sin embargo, tal vez solo este último pudo provocar un cambio y obligar al gobierno a estructurar una apertura democrática que sirvió de válvula de escape al hartazgo social.
El descontento ciudadano ejerció presión hasta que se logró la alternancia en la Presidencia. La derecha tampoco fue la solución y el voto de castigo le dio la oportunidad al PRI de regresar a Los Pinos. La corrupción gubernamental enojó a la gente y creyeron en una propuesta mesiánica que ofrecía la reivindicación de los pobres y la erradicación de los deshonestos.
Pero los latrocinios se incrementaron y regresó el demagogo populismo setentero de Echeverría y López Portillo, lo que no resolvió los grandes problemas nacional y sí propició el florecimiento del crimen organizado en connivencia con las autoridades de todos los niveles. Las dádivas gubernamentales en que se convirtieron los programas asistencialistas contuvieron el descontento social, aunque no la irritación popular por la estrategia para extinguir a la clase media, hoy cooptada en buena parte por esas “ayudas” que compran conciencias y anulan el espíritu aspiracional.
La manifestación del hartazgo social no lo ha podido capitalizar la oposición y su intento por resurgir con la Xochitlmanía solo quedó en efímero fenómeno mediático que no conectó con el elector. Con la pérdida de la gobernanza a manos de la delincuencia organizada, el incremento generalizado de la violencia, los indicios de que vivimos en un Estado casi fallido o en el mejor de los casos en un régimen autoritario, ¿cómo se manifiesta el hartazgo social?
Ante la ausencia de un gobierno que dé seguridad y paz a la población, ciertos sectores se han inclinado por la justicia de propia mano, y ello se ve con los cientos de linchamientos de delincuentes en diversas localidades del país o en colonia urbanas. Ante eventos que dañan a las comunidades se pronuncian por la toma e incendio de los edificios públicos como palacios municipales o de gobierno, el cierre de calles hasta obtener la solución a un pliego petitorio, la toma de casetas y autopistas, la retención de autoridades, las marchas y bloqueos de avenidas, el secuestro de instalaciones e inclusive las protestas violentas de los ultras, que son quinta columnas para desacreditar las movilizaciones sociales.
La violencia política, signo distintivo de estos tiempos, ha socavado no solo la gobernabilidad, sino la paz. Pero la indignación popular ¿sugiere un posible estallido social para reivindicar el retorno a la tranquilidad y al Estado de Derecho? No. El gobierno evade su responsabilidad y minimiza los eventos de sangre o la irritación social.
Mientras tanto el mexicano de la calle, empresarios y denostada clase media se abstiene de protestar. Si bien es cierto que como decía Salvador Allende, la revolución la hacen los obreros y los campesinos, la verdad es que somos un pueblo de agachones que es indiferente ante el desmoronamiento del país. Las autoridades prefieren correr el riesgo de perder legitimidad por ineficaz que ejercer el poder.
Mantienen el control de los ninis, los viejitos y no pocos clasemedieros como padrón electoral. Saben que para el 2027, la indignación e irritación social que hoy se vive en el país por la violencia política y las fallidas políticas públicas se olvidará en dos años. Habrá nuevas tragedias y más distractores que encubran las primeras. La indiferencia social es más fuerte que el hartazgo.
Luis Antonio Vidal recuerda que en 1999 Elie Wiesel, sobreviviente de los campos de concentración nazis, pronunció un discurso en la Casa Blanca sobre los peligros de la indiferencia: la cual puede ser muy tentadora, ya que resulta más fácil apartar la mirada de las víctimas. La indiferencia es amiga del enemigo, beneficia al agresor; no responder al dolor ni aliviar la soledad de las víctimas y no ofrecerles una chispa de esperanza es exiliarlos de la memoria humana. La indiferencia no solo es pecado, es también castigo.
Las marchas de cientos de miles de ciudadanos en las calles del país y la exigencia de revocación de mandato de gobernantes no preocupan a la 4T. La indiferencia en México es más grande que el hartazgo social.




