José Luis Parra
Alguna vez se pensó que Adán Augusto López era el “heredero natural” del obradorismo. Su cercanía personal con Andrés Manuel López Obrador, su acento tabasqueño certificado y su ascenso meteórico —de gobernador a secretario de Gobernación y luego al corazón del Senado— pintaban un retrato casi dinástico. Un hermano político, no sólo de causa.
Pero el relato se pudrió.
Hoy, ese supuesto heredero se ha convertido en un estorbo político de tiempo completo. Y lo peor: no es un problema que le toque ya al expresidente. El fardo lo carga hoy la presidenta Claudia Sheinbaum. Un regalo de la casa.
Adán, que en sus días de gloria sonaba a presidenciable, ahora suena a expediente. Y no precisamente cerrado. Las denuncias que lo persiguen —por vínculos con el huachicol fiscal, enriquecimiento no tan inexplicable y cobros discretos de empresas privadas— no son susurros del pasado. Son reclamos del presente. Y en Palacio Nacional ya no hay quién lo defienda.
El caso de su exsecretario de Seguridad en Tabasco, el célebre “Abuelo” Bermúdez, sigue drenando credibilidad y votos. No sólo en el sur. También en la capital del poder. La figura de Adán le resta más de lo que suma a Morena. Y eso lo saben tanto en el Senado como en la oficina presidencial.
Lo confirma la encuestadora Polister: 56% de los votantes morenistas quiere que Adán se separe de su cargo mientras se aclaran las acusaciones. Y otro 17% ya ni quiere aclaraciones: exige su renuncia definitiva. Siete de cada diez, en su propio partido, ya no lo quieren coordinando nada.
Y cuando tus propios te quieren lejos, es porque algo huele muy mal.
Adentro del Senado, la presión sube. La senadora Guadalupe Chavira ya encabeza un bloque que exige su salida. No por moralismo, sino por cálculo. Saben que seguir cargando con Adán cuesta. Y caro.
Lo irónico es que en el tablero político actual, donde todo se mide por lealtades, Adán ya no representa ni eso. No es el hombre del sexenio anterior, pero tampoco encarna al nuevo régimen. Quedó en el limbo: ni operador confiable ni víctima útil. Ni delfín ni mártir. Sólo un lastre con credencial de coordinador.
Y es aquí donde la presidenta Sheinbaum tiene un dilema menos técnico que ético: ¿tolerar al hermano incómodo y debilitar el discurso anticorrupción? ¿O marcar distancia, aunque eso signifique exhibir que en su propio equipo los escándalos ya no son exclusivos de los gobiernos del pasado?
Morena prometió ser diferente. Pero el silencio frente a casos como el de Adán huele a lo de siempre. Y si algo ha demostrado la historia, es que los partidos mueren no por sus enemigos, sino por sus omisiones.
Hoy, Adán Augusto López no incomoda al pasado.
Incomoda al poder.