La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Hubo una vez un mesías que soñaba con no tener mejillas y poseer cuatro manos
Si acudimos con el médico y el galeno que nos recibe es un hombre desaliñado, a lo que se agrega que sobre su escritorio hay una torta mordisqueada junto con una Coca-Cola a medio tomar, no se produce uno de los efectos necesarios para mejorar la salud: confianza.
Lo mismo nos puede ocurrir con el presidente López Obrador.
Desde hace años, el tabasqueño ha centrado sus discursos en temas morales, en ese sentido, ‘la mañanera’ es un púlpito desde el cual se lanzan catilinarias para la feligresía y feroces imprecaciones para los infieles.
Así pues, aún con las arterias taponeadas de colesterol, el mandatario ofrece consejos de nutrición y con cuatro hijos, también diserta sobre la planificación familiar.
Dice no odiar, además de ser partidario del perdón, no obstante, insulta a periodistas y opositores, transgrede las reglas mínimas de la urbanidad política un día sí y otro también.
Critica a los aspiracionales por querer una casa lujosa y a los ex presidentes por vivir en Los Pinos, pero él habita en un palacio. Rechaza el avión presidencial por costoso y, sin embargo, promueve consultas y revocaciones inútiles que salen más caras que el aeroplano.
El colmo de todo, radica en que el hombre que dice predicar sabiduría y manda a imprimir millones de cartillas de buenas costumbres para que se adoctrine a la grey, es incapaz de trasmitir tanta sapiencia a sus propios hijos, es decir, como padre es un fracaso.
Este es el quid de la cuestión ¿puede alguien conducir a buen puerto los destinos de una nación cuando no pudo con los de su casa?
En el mismo espíritu del qui potest plus, potest minus, diremos que: quien no puede lo menos no puede lo más.
Posdata: de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio no dice ni Pío.