CUENTO
Para Óscar…
Era domingo en la tarde. Era febrero; el 16. Afuera la noche había comenzado a llegar. Y, cuando todo quedase oscuro, las luciérnagas harían su acto de presencia, pintando así, de manera hermosa, todo el paisaje nocturno.
Dentro, en una casa pequeña, se encontraba el hombre de la cama. A su lado izquierdo se podía ver “a su nuevo bebé”. Acostados los dos, miraban la televisión, colocada sobre su soporte especial, anclada sobre la pared. El cuarto, pintado de azul tenue, se mantenía fresco gracias al aire acondicionado.
Entre un intervalo y otro, el hombre de la cama y su nuevo bebé se besaban. Estos besos eran muy superficiales. Consistían en que solamente juntaban sus labios. Para este entonces eran ya más de las seis y los dos ya habían cenado. Contentos como lo estaban, se sentían más que listos para comenzar a ver la ceremonia de premiación.
Esta noche se celebraban los Oscars en el Dolby Theatre de Hollywood. Lejos, allí en su mente, el hombre de la cama ya no recordaba a aquel joven, quien un día, infinidad de veces le había dicho, con el rostro lleno de completa alegría: “¡Te amo!”
¿Para qué iba a hacerlo?, cuando ahora junto él se encontraba su remplazo. ¡Alguien mucho mejor, alguien sano, tanto en cuerpo como en mente! ¡DEMENTE! Así casi había sido su antiguo bebé. Loco y torturado por su pasado, por unos veinte o cien traumas, y muchos dolores neurológicos, el joven ¡lo había arruinado todo!
Una noche, sintiendo no poder aguantar más su calvario, le había escrito un montón de mensajes al hombre que se suponía era su padre, no biológico, pero sí adoptivo. El muchacho muchas le había dicho, igualmente lleno de orgullo: “Tú eres mi padre por elección propia”. El hombre de la cama, sin hacerle caso de verdad, lo había herido todavía mucho más.
“¡Yo también estoy pasando por momentos difíciles! ¡Yo también necesito tiempo para sanar heridas! ¡Yo también tengo mis dolencias!”, el hombre de la cama le había escrito a su supuesto hijo al día siguiente. “¿Qué clase de respuesta es ésta?”, quiso saber el joven, que aunque sabía que su padre adoptivo acababa de perder a su propio padre, esto no justificaba su trato para con él. “¿Es que como mi padre que eres no te sacrificarás por mí?”
El dolor del hombre de la cama, que aunque era muy grande, era muy reciente. En cambio el dolor del joven, era un dolor que venía arrastrando desde siempre. Toda su vida no había sido más que puro infierno. Las burlas y risas hacia él, cuando era niño, eran lo que hasta ahora lo seguían torturando; aparte de los dolores que su enfermedad le había producido en los últimos nueve años de su lucha y control sobre la misma.
Su padre, aun sabiendo mucho de su pasado tormentoso, sin hacerle caso, ¡porque él mismo también estaba “herido”!, lo había “ignorado” en su totalidad. “¡¿Por qué no me escribes?!”, le reclamaba mentalmente el joven. “¡Te necesito!” Y, poniéndose a llorar por su dolor, su mente le comenzó a decir que su padre lo había abandonado. Y todo porque el otro no había sabido escribirle unas cuantas palabras de aliento, ¡de consuelo!
Sin poder evitarlo, porque el dolor en su cabeza lo tenía hecho un demente, el joven sintió que se iba hundiendo, él y lo poco que de su ser quedaba, dentro de un abismo muy profundo. Llorando como el niño herido y lastimado que por dentro seguía siendo, ¡no supo qué hacer! Su padre, como otras personas lo habían hecho, ¡también ahora lo había abandonado!
Entre el dolor y la desesperación que ahora no lo dejaban en paz, el joven solamente comenzó a sentir ganas de suicidarse. Él sentía que solamente quitándose la poca vida que hasta ahora había logrado vivir lograría escapar de todo este infierno suyo sobre la tierra. Sus demonios ¡eran tantos! …
Pasó un día y luego otro. Al cabo del tercero, ¡todo siguió igual para él! Hundido en su depresión, se la pasó llorando horas y horas. Su ser temblaba por dentro, su alma la sentía llena de puro vacío. La ausencia moral de su padre no dejaba de hacerle sentir de que la vida jamás lo había querido.
Su susceptibilidad era tan fuerte, que él solamente se veía tentado de tomar su teléfono para así otra y otra vez escribirle “un mensaje de auxilio” a su padre. ¡Tanto lo amaba y tanto le hacía falta ahora su presencia espiritual! Pero luego, enseguida volvía a ver lo inevitable. O más bien su mente toda atrofiada no paraba de decirle: “Él ya no te ama. ¡Supéralo ya!”
“¡Imposible! ¡No puedo!”, se respondía así mismo el muchacho. “¡Él es todo lo que tengo! ¡Es mi ídolo!” “¡Lo amo! ¡LO AMO!” “¡¿Es que no puedes entenderlo?!” Sus diálogos continuaron siendo los mismos, hasta que poco a poco, las horas, que ahora le parecían durar una eternidad, fueron pasando.
Y así es como pasó un día, luego una semana entera. Dolido tremendamente por su dolor interior y físico, pero también por el “abandono moral” de su padre adoptivo, el muchacho hizo cuando pudo y; reuniendo fuerzas débiles, pero fuerzas después de todo, al fin se dijo: “¡TE OLVIDARÉ!”
Meses después él se fue, lejos de aquel lugar. Con la única ropa que llevaba puesta, y un poco de dinero ahorrado, se largó, prometiéndose jamás volver. Su alma le pesaba lo indecible; su espíritu, hartamente herido, a duras penas y le permitía mantenerse sobre sus dos pies. Pasó el tiempo…
“… And the Oscar goes to…” La voz calló. Parada frente a todo aquel auditorio, la hermosa mujer, y una de las actrices de más renombre en Hollywood, las hacía de mucha emoción. A escasos centímetros de sus ojos tenía el nombre ganador de la película de este año. Éste era el premio máximo de la noche. Con esto cerraba la ceremonia de este año: era el 2037.
Cuatro directores competían en esta categoría. Sentados aquí y allá, cuatro cámaras enfocaron sus rostros al mismo tiempo que la mujer sostenía el sobre en su mano derecha. Una pantalla gigante le devolvió al público entero el rostro de cada uno de ellos.
De los cuatro nominados, solamente uno era, además de director, guionista. Y éste fue el único que, al instante de saberse enfocado por la cámara, enseguida bajó su mirada. Mirando el suelo alfombrado, esperó y contó los segundos para nuevamente volver a alzar la cara…
“… AN IMAGINARY FATHER!!!”, anunció con voz alegre la mujer. En ese mismo instante, todo el público elegante se puso de pie para enseguida ponerse a aplaudir al ganador. Hombres y mujeres celebraban el triunfo del joven director.
La película ganadora, que trataba de un niño que se inventa así mismo a un padre imaginario, ¡no solamente a ellos los había hecho llorar, sino que también a todo el resto del mundo! La película definitivamente se merecía la estatuilla dorada.
Con el rostro más triste que alegre, el director de treinta y tantos años permaneció en su lugar. Sin atreverse a reaccionar, el público entero tuvo que esperar a que una persona sentada a su lado lo despertara de su ensimismamiento.
Después, cuando al fin reaccionó, él hizo lo que los anteriores ganadores, aunque sin ese dejo de júbilo en su rostro. Moviéndose lentamente se levantó de su asiento, para luego, de igual manera, caminar hasta el escenario, situado a unos escasos diez metros frente a su asiento.
Una cámara no perdió detalle de sus movimientos. En todas las pantallas gigantes se pudo ver su figura, un tanto desgarbada. El joven era alto y delgado. Su rostro parecía llevar una huella endeble de un no sé qué. Sobre el escenario lo esperaba otra mujer, que sostenía la figura dorada.
Después, cuando él al fin estuvo sobre el escenario, tomó la estatuilla, besó a la mujer, y luego caminó hasta el micrófono. “I would like to thank… “, empezó a decir. El hombre de la cama, a diferencia de su bebé, que se había quedado dormido a su lado, no había perdido detalle de este momento. Desde su cama, con su cabeza descansando sobre una almohada muy grande y suave, sus ojos miraron aquel rostro que ahora daba su discurso.
“¿Dónde te he visto?”, se preguntó después de unos segundos. Mientras esto, el ganador del Oscar a mejor película, continuaba hablando, con una voz que se parecía mucho a un susurro. “¿Dónde? ¡Dónde!”, continuó diciéndose el hombre de la cama.
Y, cuando él al fin supo de quién se trataba el personaje, ¡enseguida sintió un dolor muy fuerte sobre su pecho, una opresión que lo asustó muchísimo! Sus oídos, de repente, se quedaron sordos. Ahora ya no escuchaba nada, ¡ni siquiera a los grillos que afuera chillaban y de los que a él tanto le gustaban “sus cantos!”
Acostado a su lado, su bebé al fin se despertó. El hombre, que ahora se encontraba sentado en la orilla de su cama, a duras penas y pudo ocultar su llanto. Viéndolo cómo lloraba, su bebé le preguntó: “¿Por qué estás llorando?”
El hombre de la cama, que seguía estando sordo, cuando al fin pudo escuchar de nuevo, solamente respondió: “¡LÁRGATE DE AQUÍ YA!” Sorprendido y asustado por su respuesta, el muchacho de rasgos afeminados, se levantó muy rápido, agarró sus ropas y, sin ponérselas, salió del cuarto. Segundos antes había tratado de posar su mano sobre el hombro del otro, obteniendo así un “¡TE DIJE QUE TE LARGARAS! ¡¿ES QUE ERES BRUTO, O QUÉ?!”
Después, cuando él quedó solo en su cama, llorando como un niño al que su padre lo ha abandonado, se puso a decir: “¡PERDÓNAME! ¡PERDÓNAME POR HABERTE ABANDONADO!” Y es que, el ganador del Oscar, muchos años atrás había sido su hijo, no biológico, pero sí adoptivo.
En los días de felicidad entre él y su hijo, éste no había dejado de decirle de que su sueño más grande en la vida era ganar algún día el Oscar. “¡Papá! ¡Te juro que un día escribiré una hermosa y gran historia que entonces me hará ganar en Hollywood!”
Trayendo ahora a su mente las palabras de su antiguo hijo, y su rostro de soñador empedernido, el hombre de la cama se llevó una de sus manos sobre su rostro. Sus lágrimas caían ahora sobre sus piernas como si fuesen una lluvia muy fuerte. Restregándose los ojos para apartar un poco sus lágrimas, su alma sentía ahora un dolor inmenso y terrible. ¡Él había abandonado a su hijo, cuando éste más había necesitado de él!
“… And last but not for that least important…”, continuó con su discurso el ganador. “Y por último, pero no por eso menos importante”, tradujo la televisión del hombre de la cama. Sus ojos, todavía llorosos, miraban con detenimiento la pantalla. En su mente él albergaba la esperanza de que su antiguo hijo mencionara su nombre.
Vestido con su tuxedo negro, y a pesar del momento tan alegre que ahora vivía, la mirada del ganador se veía muy triste. Su pasado y el abandono de su antiguo padre, ¡todavía le seguían doliendo! Nadie sino él sabía esto, lo mucho que le había tocado sufrir en su infancia y en los últimos años antes de su arribo a California.
Cuando fue niño, y mucho antes de encontrar a su padre adoptivo, él se había inventado así mismo a un padre imaginario. La película que ahora había ganado; nadie sino él sabía que era su propia historia, hecha ahora una película, una historia que todo el mundo creía como “pura ficción”.
“¡Hijo! ¡Mírame!”, pidió el hombre de la cama al muchacho de la pantalla. “¿Es que no te acuerdas de mí?”, se quejó. “¡Mírame! ¡Aquí estoy! ¡Soy tu mon papá!” “Mon Papá”, así solía llamarlo el ganador del Oscar por aquellos días en los que él se preguntaba qué sería de su futuro. Detrás de él llevaba toda una vida perdida.
Después, al no obtener la atención del joven, el hombre de la cama se levantó y, como si estuviese el ese mismo auditorio, se puso a agitar sus brazos. Creía que de esta manera su antiguo hijo al fin lo notaría. “¡Aquí estoy! ¡Mírame ya!” “Di mi nombre. ¡Dilo ya, por favor!”, casi rogó. De manera muy irónica, el hombre de la cama se llamaba igual que el premio que ahora su antiguo hijo había ganado. Se llamaba “Óscar”.
“I would like to thank…” En un inglés muy pulcro, el ganador de la noche dijo para terminar: “Quiero agradecer de manera infinita a ¡Mi Padre! por ser mi fuerza y motivo durante todos estos años muy difíciles de mi proceso”. “Dad, you know what I mean…”
Creyendo todavía que era él a quien se referían, el hombre de la cama enseguida sonrió de pura alegría. ¡Su hijo no lo había olvidado! De esto él estaba muy seguro. ¡Qué dicha más grande la suya! ¡Tener un hijo triunfador, ganador del Oscar!
“Hijo. ¡Hijito! ¡Te prometo que a partir de ahora yo jamás nunca te he de volver a abandonar!” Ahora sus ojos habían dejado de llorar. Sus ánimos los sentía muy renovados. Sus oídos seguían a la espera de escuchar decir al ganador su nombre.
Sentado otra vez en la orilla, el hombre de la cama permaneció con una sonrisa en sus labios…, hasta que su antiguo hijo por fin dijo: “A mi padre, que está sentado ahí…” Pronunciado lo anterior, la cámara enseguida enfocó a la persona que el joven había apuntado con su dedo.
Este hombre era muy guapo, y, a pesar de estar sentado, se podía ver que era muy alto. A diferencia del hombre de la cama, sus dedos eran largos y muy finos. Sus manos eran muy elegantes. ¡Todo él era la elegancia hecha hombre! Pero, lo más hermoso en él no era su figura, sino esa mirada que parecía contener toda la espiritualidad del mundo. Todo él irradiaba una paz indescriptible con palabras escritas.
Mirándole ese rostro rebosante de orgullo, el hombre de la cama sintió unos celos indecibles. “¡¿Con ese ése es TU NUEVO PADRE?!”, exigió saber. “Dad, please. Come on stage!”, invitó el ganador a su padre. “Papá, por favor, ¡sube al escenario!”
Como si sus ojos mismos fuesen una cámara, el hombre de la cama siguió los movimientos del hombre. La elegante figura caminó hasta donde le habían pedido. Y, al momento de llegar junto a su hijo, visiblemente rebosante de orgullo paternal, ¡lo abrazó muy fuertemente!
Cuerpo y cuerpo se encontraron así con el momento más grandioso en sus vidas. El padre del joven sabía todo su pasado tormentoso. Y ahora, gracias a su amor protector, su hijo había logrado ganar el premio que tanto había soñado en sus años de soledad, dolor y abandono.
El hombre de la cama, mirando este abrazo tan bello, sintió, además de muchos celos, una rabia que lo dominó por entero. Vociferando vituperios contra sí mismo y gritando estar muy arrepentido de haber abandonado a su hijo; él, después de unos muy brevísimos instantes, cayó sobre el piso.
¡Estaba muerto! Un infarto a su corazón lo había fulminado.
FIN
Anthony Smart
Noviembre/03/2020