CUENTO
Cuando me enteré, juro que sentí morirme. ¡Cómo podía ser posible! El muy desgraciado me dejaba. Imposible de soportarlo para mí. Teniendo ahora sesenta años, supe que le había entregado los mejores años de mi vida.
Y ahora, ¿así era como él me pagaba? Ay, ¡qué dolor más grande para mi orgullo! Yo, que pensé que moriría con él junto a mi cama, jamás imaginé que un día llegaría alguien y que entonces haría pedazos este ideal mío.
Esa noche fue la última vez que estuvimos juntos. Desde un principio, lo percibí algo distinto. Sus besos, que siempre habían sido largos e intensos, ahora resultaron ser breves y apagados.
Sin preguntarle si le sucedía algo, dejé que terminara dentro de mí.
Mi casa, situada en un barrio de clase acomodada, siempre fue nuestro nido de amor. Aquí hacíamos de todo, sin ser molestados por nadie. Mi cama, la cual compré expresamente para nuestros actos de amor, cada vez que la miro ahora me pone de muy mal humor. Nada es lo mismo desde que él se fue.
“Lo siento”, fue lo primero que lo escuché decir, apenas y salió del baño. Con el pelo aun escurriéndole agua, habló todo el tiempo sin mirarme. Mientras tanto yo permanecía en la cama, desnudo, confundido por todas sus palabras. Mis ojos nunca dejaron de mirarlo. Cada movimiento suyo, parecí irlo grabando aquí en mi mente.
“¿Lo siento?”, repetí, al momento que lo vi sentarse en la orilla de la cama. Sin hacerle caso a mi comentario-pregunta, él siguió con lo suyo. Uno por uno se fue abrochando los botones de su camisa. Luego tomó su pantalón y se lo metió por los pies. El cuarto quedó en total silencio, silencio que solamente se rompió cuando él entonces – mientras se ponía sus zapatos- dijo: “Ya no te amo. Me voy. ¡Perdóname!”
“Así que me has dejado”, expresé varios minutos después que él se fue. Mirándome en el espejo, situado frente a mi cama, me sentí estúpido y traicionado. Mi pareja de muchos años se había largado para ya nunca volver. ¡Cómo podía ser eso posible! Creerlo, me costaba mucho trabajo.
“¿Por quién me habrá dejado?” Esta fue la primera pregunta que no paré de hacerme a partir del siguiente día de su partida. A mi edad, seguía ejerciendo mi profesión. Mi vida siempre había parecido ser perfecta. Nunca me había fallado ni faltado nada… hasta que entonces me sucedió esto. Ahora, todos los planes que ya tenía en mi mente hacer, apenas y me jubilase de mi puesto en uno de los hospitales de más renombre de mi ciudad, me hirieron hasta lo más hondo de mi ser.
Sentí derrumbarse todo dentro de mí. ¡Nada quedó ya en pie! Toda mi vida se convirtió en escombros. “¿Por qué?”, me recriminé. “¡Por qué!” A mi edad, ¿qué sentido tenía tratar de ser optimista? “¡Cuidado!”, me dije, al instante que sentí que una ira del tamaño de California comenzaba a apoderarse de todo mi ser.
Al pasar de unos días, la pregunta -que me seguía a todas partes- terminó por hacerme exclamar: “¡Lo averiguaré!” Sentía necesitarlo. ¡Sentía que solamente cuando lo supiese yo al fin lograría estar tranquilo! Pero, ¿por qué tanta obsesión al respecto? Yo no podía entenderlo.
Al siguiente día fui y alquilé un vehículo. A partir de entonces, al terminar con mis consultas, rápidamente me quitaba la bata, y salía a paso rápido hacia el estacionamiento, donde me esperaba el coche con el cual decidí que seguiría a mi ex pareja.
Él nunca había trabajado. Yo era siempre quien lo había mantenido. Tener a mi lado su belleza viril, bastaba para que yo me sintiese más que renumerado. Tenerlo a mi lado era como haberme ganado el premio mayor de la lotería.
Durante una semana entera lo estuve siguiendo. Y así es como lo vi salir de aquel gimnasio, del cual yo pagaba su suscripción, y también de su restaurante favorito; ¡pero nada! Siempre iba solo.
Mirándolo desde mi asiento, me pregunté si no tendría a nadie más. Pero y entonces, ¿por qué me habría mentido? A sus treinta y seis años se veía más guapo que nunca. Cuando lo conocí, apenas y era un muchacho de diecisiete años. Pero ahora, ya se había convertido en todo un hombre.
A pesar del tiempo transcurrido, ¡no me di por vencido! Me lo pasé siguiéndolo dos días más, hasta que al fin mi espera dio resultado. Pero, ¡ay de mí! El dolor que sentí al instante de verlo besar en la boca ¡a una mujer!, fue como una llama que me fue quemando todo el cuerpo.
“¡Ingrato!”, le grité en silencio, mientras recordaba todo lo que yo lo había ayudado en lo económico. Gracias a mí fue que él pudo estudiar una carrera en una de las universidades más exclusivas del país. Pero, desde luego, a él jamás se le dio la gana ejercer tal profesión. Y yo, que lo amaba demasiado, seguí y seguí dándole todo lo que me pedía que le comprara.
“¿Así que ella es por quien me has dejado?” Desde mi lugar, lo vi sonreírle. La mujer, que a leguas se veía era una adicta al botox, le rodeó el cuello con sus brazos. Yo no podía ver el tamaño de mi dolor. Que mi pareja de muchos años me haya dejado por una vagina, y vieja; ¡vaya que si me dolía como nada en el mundo!
¿Cómo podía ser posible? ¡¿Así que todo este tiempo me mintió?! En todo el tiempo que pasamos juntos, él jamás me mencionó que le gustaran las mujeres. ¡Siempre creí que era un homosexual puro! Pero ahora, al ver que no era así, le grité: “¡Maldito bisexual!”
¿Dónde, cómo y cuándo habrá conocido a esta cougar?, quise saber. ¿Acaso estaría con ella por su dinero? Me resultaba imposible poder entenderlo. Conmigo jamás le hizo falta dinero. ¡Hasta una cuenta con su nombre le abrí, donde le puse doscientos mil pesos para sus gustos pequeños! Así que, si estaba con ella porque en verdad le gustaba, eso sí que era como para morirse de un infarto. Ironía. Yo, que era uno de los cardiólogos más reconocidos de toda mi ciudad… Cuando la gente se enterase que morí de un infarto, vaya que si se reirían.
“Mi rival. ¡Mi rival es tan vieja como yo!”, pensé. “¿Qué es lo que habrá podido ver en ella? ¡Y qué en mí!” Bueno. Desde la primera vez que estuvimos juntos, me confesó que desde niño le habían atraído los hombres maduros como yo.
Ahora, cuando pienso un poco al respecto, me doy cuenta de que solamente me usó. Pero esto ya no me importa. Porque cuando él llegue y abra la puerta, se llevará una muy bonita sorpresa.
Estoy seguro que la ha de llamar “amor”, ¡como a mí! “Amor”. Pero su amor no podrá responderle. Entonces él subirá las escaleras que conducen hasta este cuarto donde ahora me encuentro.
¡Ya quiero ver su cara, cuando vea que he estrangulado a su nuevo amor! Lo hice. Sí. ¡La maté con el cable de mi teléfono celular! Así que; cuando el hombre que tantas veces me usó me vuelva a ver; ¡ay!
Mi ego sería muy grande si dijese que se ha de poner muy contento. No puedo saberlo, ni adelantarme a lo que será su reacción. Tengo que verlo. Mientras tanto aquí sigo: sentado, silbando y; tomándome una copa de vino blanco ¡en la cama de su nueva amante!
FIN
Anthony Smart
Julio/2020
Noviembre/11/2021