En el año 160 d. C, cuando Antonino Pío era emperador romano, una secta de israelitas que se hacía llamar cristiana llegó a la capital del imperio. Como la humedad, se fue extendiendo. Estaba integrada por los compasivos y los fanáticos; los primeros prometían el Paraíso apoyados por los segundos que asesinaban, violaban o extorsionaban a quienes no estuvieran con ellos. (*)
Dos mil años después se repite la historia con diferentes protagonistas; asistimos al germen de un horror colectivo producido por la diabólica inteligencia del Estado Islámico que no sólo no parará sino que apretará tuercas hasta alcanzar el poder que pretenden.
El gobierno norteamericano, hasta hace poco un observador lejano, ha declarado la guerra al E.I. al que considera una “amenaza” para el mundo moderno. Sin embargo, se antoja una lucha contra la Hidra, aquella que poseía la virtud de generar dos cabezas por cada una que perdía o le era amputada.
Mientras tanto, el líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jameneí, aseguró que el Gobierno de Estados Unidos utiliza como excusa la supuesta guerra contra el autodenominado Estado Islámico (EI) para incrementar sus posiciones militares en Oriente Medio, esto es, en Irak y Siria.
Por otra parte, quienes crearon la Unión Europea –Estados Unidos, Israel y la OTAN- pretendían con ello evitar el resurgimiento de nacionalismos, pero no contaron con que el panculturalismo y la promoción masiva de migración africana a ese Continente sólo acarrearían el fortalecimiento del islam.
No se han dado cuenta que entramos ya, de lleno, a la Tercera Guerra Mundial y que el mundo “civilizado” de occidente la está perdiendo.
Es la Yihad, la guerra santa que promueve el Califato, el Estado Islámico, y para conseguirlo no le temblará la mano rebanando cuellos de los extranjeros que representen un símbolo para Occidente. Al grito de Alá Ajbar continuarán con el exterminio de los creyentes de otras religiones como cristianos, yazidíes o chiitas.
Basta sumergirse uno en las noticias de internet o los diarios para ver que la guerra santa no admite prisioneros o heridos. Videos o fotografías de ejecuciones, de cabezas cortadas; de mujeres lapidadas y depositadas en los basureros por haber cometido el pecado de pintarse las uñas o los labios; o a los miles de chicas que soportan la ablación como una de las locuras del Profeta.
Creyéramos que todo esto es sobre las arenas del desierto, pero no, un niño musulmán australiano muestra una pancarta que dice: Degollad a quien insulte al Profeta o al estudiante musulmán inglés que en pleno centro de Londres porta el texto “Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia”.
Los degüellos sin miramiento son un arma más en la estratagema en la que en una mano llevan el Corán y en la otra el terror.
La historia se repite si nos remitimos al holocausto amerindio que costó la vida a más de 50 millones de indígenas. La imposición de la Cruz en América por medio de la espada aún es una herida sin restañar.
Como la humedad, repitiendo la táctica de la secta cristiana de hace dos mil años, varios países están formando los califatos del siglo XXI y ninguno quiere quedarse corto en la carrera del genocidio. Como con Antonino Pío creer que el grave problema del E.I. se va a solucionar negociando o mirando a otra parte, es una soberana estupidez.
Los aplausos a la caída del Sha y la llegada de Jomeini y sus ayatolás o las primaveras árabes que resultaron negros inviernos no han servido de experiencia a aquellos que pretenden reconfigurar una geografía democrática a modo.
Esta crisis nos invita a preguntarnos dónde consigue el dinero este grupo yihadista, considerada como una de las organizaciones terroristas más adineradas del mundo.
Pronto veremos la recuperación del Al Andaluz y la toma de posiciones en los centros neurálgicos europeos.
Los países nórdicos, que se pensaba estaban exentos de estos problemas han caído en manos de milicias islámicas. En Suecia hay zonas de Estocolmo que han quedado fuera del control del Estado. En noruega, la policía publicó estadísticas donde “TODAS (así apareció, en mayúsculas) las agresiones sexuales de los últimos 5 años fueron cometidas por inmigrantes no europeos”.
Cada día el número de mezquitas aumenta y la sharía es frecuente. El hiyab (pañuelo en la cabeza) y los burkas, forman parte del paisaje urbano. Los musulmanes, en su mayoría llegados de Levante, no aceptaron la doble ciudadanía, y cuando se sienten discriminados se despegan de las leyes y costumbres europeas para refugiarse en su identidad.
Quienes proyectaron una Europa desnacionalizada tal vez alcancen su objetivo, pero seguramente será a costa de mucha sangre y odio. A las nuevas generaciones les tocará ver una revolución racial que apenas comienza.
Sábato se quedó corto cuando afirmó que la crueldad del siglo XX sería insuperable.
(*) La edad de la penumbra (Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico) Catherine Nixey.