José Luis Parra
Un ladrillo.
Color arena, importado de las entrañas del Ajusco.
Sostenido por la geometría, pero apuntalado por el escándalo.
Ese ladrillo, parte de una mampara en zigzag que divide jardín y estudio, acaba de enterrar el último vestigio del discurso de austeridad que alguna vez enarboló la 4T. Se volvió viral sin querer —o queriendo— tras la publicación de Dwell Magazine, donde se exhibe el oasis artístico de Jimena García Álvarez-Buylla, hija de la exdirectora del Conahcyt, María Elena Álvarez-Buylla.
La joven artista sonora (y visual, y arquitectónica, y minimalista, y naturalista), enseñó con orgullo su nuevo estudio en la colonia Tlalpan: ladrillo a ladrillo, beca a beca, peso a peso. Un templo de 60 metros cuadrados para la creatividad, pegadito a casa de mamá.
Nada tendría de malo, si no fuera porque mamá está denunciada penalmente por la Auditoría Superior de la Federación. Y no por robar gises o plumas, sino por presunto desvío de más de 57 millones de pesos durante su gestión al frente del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías. Porque a estas alturas ya no se llama Conacyt, se llama Conahcyt, pero se pronuncia igual: impunidad.
La ASF documentó contratos con empresas fantasma, archivos duplicados, fechas imposibles y facturas de ciencia ficción. Y en medio de ese huracán administrativo, aparece Jimena, la hija artista, retratada con filtro editorial internacional, presumiendo el vínculo cósmico con su madre: “Nos encontramos en el jardín que nos separa”, dijo.
No se refería al jardín botánico ni al del Edén. Era el suyo. Uno con ladrillo fino, arquitectura de premio, ventanales para ver el Ajusco y diseño sostenible, todo muy ecofriendly y perfectamente instagrameable. Tanto así que cuando se viralizó el reportaje, su cuenta de Instagram se volvió privada. Porque si algo ha enseñado la 4T es que la transparencia es para los de abajo. Los de arriba solo rinden cuentas cuando la fiscalía los cita.
“Quería un espacio propio cerca de mi madre, a quien cuidaré algún día”, declaró la artista. Noble propósito. Casi poético. Aunque hubiera bastado con una recámara en la misma casa, no una escultura habitable hecha por Estudio MMX, firma que ha sido finalista del premio Dezeen. Lo importante, al parecer, es cuidar a mamá… pero con diseño ganador.
La ironía es dolorosa. Mientras Jimena busca “explorar la relación entre lo humano y lo no humano”, su madre está siendo investigada por malversar recursos que pertenecen al pueblo humano. Mientras en la UNAM y otros centros de investigación se recortaban fondos, mientras los fideicomisos eran extinguidos y los científicos eran acusados de mafia neoliberal, la familia Álvarez-Buylla diseñaba su propio refugio intelectual en el sur de la capital.
Es el síndrome de la élite científica con espíritu revolucionario: lo público para todos, lo privado para mí. La ciencia para los de abajo, el ladrillo para los de arriba.
Las redes no perdonaron. Hashtags como #CorrupciónConahcyt, montajes con AMLO pintando ladrillos y frases como “tanto lujo con dinero del pueblo” se multiplicaron. El problema no es que la hija de una exfuncionaria federal tenga un estudio de arte. El problema es la combinación letal entre discurso moralista, sospecha penal y estilo de vida aspiracional.
Jimena se presenta como una artista comprometida con la naturaleza, el sonido, la memoria, lo no humano. Pero en este país donde la impunidad es parte del paisaje, hay sonidos que gritan más que cualquier instalación sonora: el ladrido del privilegio, el zumbido de los contratos inflados y el crujir de los documentos alterados.
La política y la estética son primas incómodas. Y el minimalismo, como el poder, también tiene grietas.
A veces, lo que parece un simple ladrillo… es una confesión.