“Comprender lo que nos rodea es la mejor preparación para comprender lo que hay más allá.”
-Hipatía (355-415) d.C.
Leo interminables argumentaciones sobre la igualdad de género, de inmediato acude a mi mente la maravillosa imagen, aún cuanto idealizada, de Hipatía de Alejandría, filósofa, matemática, astrónoma, maestra, consejera con una extraordinaria dialéctica, disposición a la política y practicante de una vida admirablemente ascética. Su vida transcurrió durante una época de cambio radical para el paganismo ante la influencia imparable del cristianismo, declarado por el emperador Teodosio I como la única religión del imperio.
Hipatía, para muchas mujeres, y desde luego hombres, quizás sea una ilustre desconocida, para mi es la mayor prueba de que la lucha de géneros se debate en el más estúpido frente posible y a un nivel de oligofrenia.
Para nadie es secreto que la mujer y el hombre son seres que complementan el mayor sentido de la vida, la reproducción y por ende la evolución de la especie. Por tal motivo ambos cumplen fisiológicamente diferentes funciones, y la evolución ha especializado ambas funciones hasta lo que experimentamos hoy día.
La fisiología en ambos es diferente en muchos aspectos, y no se puede soslayar que anatómicamente y al menos en cuanto al sistema reproductivo somos diferentes y ello nos lleva a una importante parte que muchos olvidan, el sistema endocrino de hombre y mujer también se ve comprometido en estas diferencias, las hormonas se dispensan en diferentes magnitudes aun cuando son esencialmente las mismas, y son las hormonas, las que provocan la mayor parte de los estados de ánimo a los cuales, los seres humanos, nos vemos condicionados.
Para quienes tienen una buena idea de la capacidad de la hormonas y su influencia en el comportamiento del hombre o mujer, no será noticia nueva, pero hay muchas personas que desconocen este hecho. Las hormonas rigen lo que inocentemente llamamos sentimientos.
Dicho lo anterior, parece muy difícil encontrar un punto de igualdad que se anteponga a la complementación de dos partes, necesarias entre si, para cumplir un objetivo evolutivo natural y atávico.
Ante lo anterior se desprenden, a modo de cascada, toda una serie de condiciones que magnifican las diferencias entre los géneros humanos, moda, educación, costumbres, en fin, todo aquello que conforma una sociedad, cultura y finalmente civilizaciones. Condiciones que por lo regular hombres y mujeres aceptan y practican sin dilación desde sus primeros años de vida, las mujeres casi instintivamente encaminadas a la hipergamía, es decir la búsqueda de parejas de mayor nivel socioeconómico y los hombres inclinados a la hipogamia, es decir la búsqueda de parejas con menor nivel socioeconómico.
No es de extrañar que en la historia humana las diferencias entre los géneros se haya condicionado de distintas maneras, pero lo importante es que siempre ha existido una clara diferenciación entre mujer y hombre, así tenemos a los espartanos entre los cuales las mujeres tenían un papel preponderante como madres, atletas e incluso guerreras con un amplio margen de libre voluntad, entre los celtas especialmente los pictos privilegiaban el papel de la mujer hasta el matriarcado, en el antiguo Egipto el papel de la mujer se desarrollaba prácticamente a la par que el del hombre, en las tribus amazónicas las mujeres igualmente tenían un protagonismo bélico y desde luego en el mundo prehispánico la mujer era muy valorada por su capacidad para dar la vida y por su inigualable labor en la crianza y producción de textiles.
Igualmente cierto que han existido civilizaciones en donde el menosprecio por la mujer ha sido y es patente, como la antigua civilización China.
Empero la imagen de la mujer en algunas sociedades antiguas fue siempre preponderante, incluso más que la del hombre, por que desde la prehistoria se le reconoce como el origen de la vida, no en vano entre civilizaciones arcaicas el concepto de madre tierra.
Pero estas nociones cambiaron para muchas civilizaciones con la llegada del pensamiento griego y después con la expansión de las religiones monoteístas patriarcales como la judeocristiana, principalmente el cristianismo.
El papel de la mujer se redujo considerablemente a un recuerdo del pecado original y la esencia de su culpa por la expulsión del paraíso, llegando incluso a considerársele impura, un demonio de lujuria que tentaba al hombre para encadenarlo al mismo infierno. Todo lo anterior patrocinado por los encaminadores de almas hacia la fe cristiana, o pastores de pendejos, que con alevosía y ventaja esgrimían, y esgrimen aún, la cruz con la palabra de Dios en alto, extendiendo la mano, no para ayudar sino para recibir.
“Todas las religiones formales son falaces y no deben aceptarse por respeto a uno mismo.”
-Hipatía. (355-415 d.C)
El rol de la mujer en la época cristiana es bastante desmerecedor y condicionante, pero aún así la mayor devoción de la cristiandad es enarbolada, con fe inconmovible, por una inmensa cantidad de féminas, lo cuál explicaría el papel sumiso que la misma mujer ha aceptado dócilmente ante la civilización moderna, pero no explica por que al mismo tiempo exige una supuesta igualdad ante la sociedad, cosas que sólo las mujeres entienden… Se hincan y besan la mano, algunas hasta el anillo, a cualquier cabrón que lleve sotana, protegen e inducen a sus hijos a los dictados de una religión que sólo las ha denigrado, rezan y alaban a un Dios que castigó su curiosidad con la eternidad del pecado, para algunas damitas sus mayor ambición es entregarse en cuerpo y alma a la iglesia, la congregación de hijos de puta depravados más misógina que haya existido. Y luego se encabronan por que una sociedad, basada en 4500 años de moral judeo-cristiana y manipulación social, no les reconoce igualdad ante el hombre.
Por ello la imagen de Hipatía, su historia, me recuerdan el hecho de que la verdadera igualdad posible entre géneros es la igualdad intelectual, por lo demás somos complementos de un fin natural, muy por encima de cualquier doctrina o civilización, la verdadera evolución del ser humano hacia la libertad del dominio sobre si mismo, y depende del entendimiento afín y armónico de cada parte y, en ocasiones, no solamente de generar nuevos individuos como fabricas de miserables, ¡qué más quisiera la Iglesia & Co.!..
Efectivamente somos iguales, pero sólo cuando nos complementamos y no cuando luchamos estúpidamente por definirnos como mejores o peores, más importantes o dispensables, damas o caballeros, rosa y azul, machistas y feministas, y toda esa sarta de pendejadas que rigen frívolamente nuestra condición de hombres y mujeres.
Hipatía, maravillosa mujer que llevó en su tiempo el conocimiento y pensamiento a niveles nunca alcanzados por ningún ser humano, hombre o mujer que le antecediera, fue abatida por lo que más odiaba, la intolerancia hacia la razón y la ignorancia.
Al verdugo de Hipatía la iglesia lo hizo santo, como a tantos otros hijos de puta, y para el mundo cristiano Hipatía quedó en la penumbra.
Por ello cuando veo a una mujer inteligente, consciente y sin ataduras de dogma o credo, veo a Hipatía y la verdadera belleza de una mujer.
-Victor Roccas