El legado a Claudia Sheinbaum de López, su maestro “inmaculado”, venerado y omnipresente, se ha convertido en algo muy perecido a la antesala del infierno, ante el prurito de Donald Trump, de acabar con las bandas de delincuentes adueñados de México, gracias a la supuesta estrategia engaña chairos, que significaron los abrazos acariciantes y multiplicadores de dichas organizaciones.
Seguramente pensó que gobernar era fácil. Igual que su maestro pensó que extraer petróleo sólo era cosa de cavar un pozo y ya. De tal maestro, tal alumna.
Ella estaba segura de que bastaba obedecer y repetir como guacamaya las expresiones burdas del tabasqueño y tal vez ya hasta había programado incorporar a su léxico las palabras que aquel utilizaba con aires de presunción, arrancadas a su terruño.
Como destruir es más fácil que construir, continuó impulsando esa ola hasta acabar con el Poder Judicial y desaparecer el concepto de República de la Constitución. Además, dando impulso a otra orden: prolongar la herencia del gurú macuspano en la personalidad arrolladora de su hijo Andy, jefe del clan de Los López, cuyas fechorías son sólo invisibles para ella y los lacayos que veneran al jefe de jefes.
Fiel a esa inteligencia que le han inventado, porque supuestamente es científica, no concibió siquiera en sueños, que Donald Trump volvería al gobierno de Estados Unidos, recargado y con decisiones inquebrantables de hacer pagar cuentas a la delincuencia protegida por ambas administraciones. Porque sus traslados de droga han acabado con más de 350 mil vidas estadounidenses.
Sus repetidas exclamaciones de no permitir irreverencias a nuestra soberanía y de que el pueblo la respalda, no pueden ser más huecas. Porque la verdad es que los mexicanos confían más en el gobierno extranjero, que les haría un bien descomunal por acabar con los delincuentes, que en ella. Los mexicanos saben a ciencia cierta, que Trump tiene razón cuando señala que nuestros mandatarios son cómplices.
La actitud asumida por la Presidenta, desde el momento de su llegada al cargo, significa una continuidad desesperanzadora para el país, porque no ofrece absolutamente ningún cambio. Sino una extensión de la destrucción y la misma protección a los criminales. Esas expresiones de confianza en Rocha Moya y en la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, lo confirman.
Pero el viernes pasado, todos los medios y las redes sociales, se desbordaron en elucubraciones de todo tipo, ante la aparición de una carta del Mayo Zambada, redactada por uno de sus abogados, morenista por cierto. Cercano a la señora Sheinbaum y a otros altos funcionarios, como a Mario Delgado y Ricardo Monreal, por ejemplo, en la que le pide su intervención para evitar su condena de muerte.
Tácitamente le dice que su gobierno debe intervenir, como lo hizo con el general Salvador Cienfuegos. Además, apela a su condición de secuestrado y presentado ante las autoridades de Estados Unidos, a las que le valen las causas de su detención, sino sólo el hecho de que un delincuente, muy codiciado, por cierto, por ser el capo más nocivo del mundo, haya sido llevado como sea.
Ojalá alguien haya informado a la Presidenta, que el Mayo también le dijo veladamente: “todavía no digo todo. Sé mucho de usted y de mi cuate, El Peje, que bastará para causar un terremoto de dimensiones inimaginables.” Si no se lo dijeron, ojalá y lo haya leído en una de tantas publicaciones diarias, desde que la carta enviada al consulado de México en Nueva York, fue dada a conocer.
El asunto ex que, haga lo que haga, la señora que gobierna no podrá hacer mucho para lograr la repatriación. A lo único que puede aspirar es a hacer una petición en el sentido de que quienes tienen en sus manos la decisión sobre el capo, dicten una sentencia benigna y no lo condenen a muerte. Por lo pronto, debe dejar de insistir en exigir una explicación sobre el traslado ante las autoridades norteamericanas.
Esta postura sólo aviva la interpretación de desconfianza absoluta a nuestros dos gobiernos. De haber informado, el capo no hubiera sido capturado, debido a un seguro pitazo.
Hubiera planeado su fuga y hoy ya estaría tal vez bailando hawaiano.
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