Los recientes acontecimientos y protestas en defensa del INE, entrañan una profunda reflexión en torno a la democracia en México. Es inobjetable que la nación no puede dar marcha atrás en la defensa de un organismo independiente que sea un árbitro imparcial e inobjetable en un país donde precisamente el mayor de los males es la corrupción que suele siempre ir de la mano de su feroz aliada la impunidad. Los tiempos en que las elecciones eran calificadas desde un escritorio en Bucareli o bien las credenciales de elector carecían de fotografía afortunadamente hoy serían motivo de sátira política para los jóvenes electores nacidos en este siglo.
México cuenta con una democracia, eso nadie lo puede poner en duda, hemos sido gobernados por el PRI, PAN y ahora por Morena que se escindió del PRD, los últimos sexenios hemos conocido administraciones que se identifican con el centro, la derecha y ahora la izquierda. Esto sin duda es un triunfo del pueblo mexicano, sin embargo, estamos muy lejos de echar las campanas al vuelo. Las asignaturas pendientes que no se han podido saldar, la inseguridad pública, la corrupción y las difíciles condiciones económicas no dejan a salvo a ningún estrato social, desafortunadamente esto ha sido una constante en poco más de doscientos años de vida independiente, evidentemente han existido momentos mejores o peores, pero la realidad es que hoy al igual que en el siglo XIX existen arrabales en nuestras ciudades, los caminos están a merced de delincuentes y ser empresario o emprendedor se convierten en una actividad de alto riesgo. Nuestra clase política no está, salvo contadas excepciones, a la altura del pueblo de México, la constante la representan políticos que más allá de servir, buscan servirse.
En muchos lugares de la provincia mexicana la mejor opción para alcanzar un buen nivel de vida es convertirse en diputado local, regidor o tener una plaza asegurada en la administración pública, muchos pagan por alcanzar alguno de estos puestos, lo cual en consecuencia deriva en el objetivo supremo no solo de recuperar lo invertido sino de consolidar su patrimonio personal, aquí dentro de la tragedia viene lo chusco pues cuando estos políticos son cuestionados sobre el origen de su fortuna, suelen responder con aplomo que eran personas ricas antes de ser políticos. Los casos son incontables, pero particularmente recuerdo a un antiguo Delegado del IMSS en Morelos, al cual un medio local le publicó una vistosa colección de autos antiguos de su propiedad, el funcionario en vez de avergonzarse se indignó mientras clamaba que el provenía de una familia acomodada antes de unirse a las filas del Seguro Social ¿entonces porque se volvió burócrata? Lo anterior pone en evidencia que mientras México siga así, la reelección de funcionarios públicos o su permanencia por largos periodos en puestos clave no es recomendable.
Hoy desafortunadamente los alcaldes y los legisladores se pueden reelegir, esgrimen el argumento de que tres años no son suficientes para concluir sus proyectos y propuestas, y en algunos casos se les puede conceder la razón, pero en la inmensa mayoría solo significa prolongar una onerosa beca a costa del bolsillo de todos los mexicanos. Es aquí donde toma valor la figura de Madero y el principio sagrado de la no reelección, bandera inicial del primer gran movimiento social del siglo XX: la Revolución Mexicana.
Los postulados de noviembre de 1910 siguen más vigentes que nunca, en una autocrítica muy sensata, debemos reconocer que México no está preparado para reelecciones ni mucho para que los organismos que califiquen los procesos electorales sean controlados por el estado. La historia patria muestra que las reelecciones sucesivas de Santa Anna no solo fueron desastrosas, sino que motivaron el momento estelar de nuestro siglo XIX, La Gran Década Nacional. A su vez La Pax Porfiriana no fue desterrada por las asignaturas pendientes en cuanto libertad de expresión o las censurables condiciones de obreros y campesinos sino precisamente por las reiteradas reelecciones del caudillo. A Obregón su ambición por reelegirse lo llevó a perder su única batalla y en consecuencia la vida cuando fue asesinado en la Bombilla el 17 de julio de 1928. Su sucesor Plutarco Elías Calles, Jefe Máximo de la Revolución, logró perpetuarse en el poder no bien a través de la reelección, no quiso repetir el error de su jefe, pero si bien por medio de promover a presidentes a los cuales pudo controlar, ese periodo denominado el Maximato aparentemente fue la jugada perfecta, pero no fue así Lázaro Cárdenas al llegar al poder puso claro que las facultades presidenciales no pueden ni deben compartirse y sin disparar un cartucho envió a Calles al exilio y al ostracismo político.
Mucho se ha juzgado a Madero por su falta de energía para pactar con el régimen en Ciudad Juárez y para reprimir los movimientos en su contra. Cuando el prócer derrotó a las fuerzas porfiristas en Ciudad Juárez, negoció con ellos. Venustiano Carranza era Secretario de Guerra de los maderistas, por cierto, el único civil que ha sido Secretario de Guerra, y entonces le dijo a Madero una frase que resultó profética: “Revolución que transa se suicida”. Posteriormente al llegar a la presidencia, Madero enfrento sendas rebeliones, de su anterior subordinado Pascual Orozco y de prominentes porfiristas como Bernardo Reyes y Félix Díaz, el “sobrino de su tío”. Las tres rebeliones fracasaron y en el caso de Reyes y Félix, ambos fueron capturados e ingresados a prisión, Félix incluso condenado a muerte, pero Madero, enemigo de la violencia le conmutó la pena capital por la prisión perpetua. En estos tiempos se aplaudiría el talante pacifista de Don Francisco, pero los acontecimientos posteriores dieron muestra que se equivocó, pues poco después Reyes y Félix lideraron el movimiento que derrocó a Madero y derivó en su asesinato, iniciándose así el periodo más cruento de la Revolución. Reyes murió en los primeros momentos de la rebelión y Félix una vez derrotado se mantuvo alzado en armas hasta que se rindió a Adolfo de la Huerta en 1920.
En donde no se equivocó Madero, fue en postular la no reelección, bandera y principio sagrado de la Revolución Mexicana, y sin duda un precepto que hoy más que nunca en un México convulso y polarizado debe seguir vigente como garante firme de la democracia que hemos conquistado, como candado a quienes no solo por ambición política o apetito económico busquen mantenerse en cargos de elección popular o puestos públicos. En tanto México no consolide en un estado libre de corrupción e impunidad, el legado de Madero debe ser nuestro escudo y no solo una frase obsoleta con la cual se rubrican los oficios de gobierno.