José Luis Parra
Cantar es de canarios, no de capos. Pero ya ni eso se respeta en el narcotráfico mexicano. Ismael “Mayo” Zambada, leyenda viva del crimen organizado y símbolo del silencio mafioso, se quiebra este lunes en una corte de Nueva York. Se declarará culpable. Así, sin balazos, sin fuga cinematográfica ni circo mediático. Apenas una audiencia que podría sellar el fin del último gran capo invisible.
Zambada García sobrevivió a todos. A las balas, a los compadres, a las traiciones y hasta a las fuerzas armadas. Lo que no pudo el Estado mexicano en cuatro décadas lo hizo una emboscada entre aliados y un acuerdo judicial en territorio gringo. No es el final de una carrera criminal. Es el final de un modo de vida: el del capo que mandaba callar y moría en la raya.
Hoy, cantar es estrategia. No debilidad.
El Mayo no solo traiciona a su historia. También se convierte en el testigo estrella de una tragedia compartida: la del narco convertido en archivo viviente del poder podrido. Porque si algo vendió Zambada en su pacto de culpabilidad, no fueron anécdotas de balaceras ni cuentos de túneles. Vendió información: rutas, sobornos, pactos, nombres. Vaya usted a saber cuántos políticos, militares y empresarios no están durmiendo desde que supieron que el viejito de 77 años cambiaría su libertad por una celda con tele y, quizás, ventana.
La DEA no detiene, administra. Y el Departamento de Justicia no juzga: negocia.
El cártel de Sinaloa se partió hace rato. Lo nuevo es que su historia se está escribiendo desde adentro. Cada testigo protegido es una hoja arrancada de la enciclopedia del narco, ahora en poder del FBI. El Vicentillo, el Mayito Gordo, Serafín y hasta el Rey Zambada: todos rompieron el pacto del silencio. Todos cantaron como si el infierno tuviera micrófono.
Y todos fueron premiados.
El Vicentillo testificó contra su tío político, El Chapo Guzmán, y vive hoy bajo otro nombre y otros apellidos, en algún suburbio donde la cocaína entra solo en series de Netflix. El Rey, el contador narco egresado de la UNAM, ahora compone canciones. La vida da vueltas, sobre todo si uno canta afinado para el fiscal.
Pero que nadie se engañe. No es solo un ajuste de cuentas entre capos. Es una bomba de tiempo judicial y política. Porque Zambada no operaba desde la sierra: lo hacía desde las entrañas del sistema. Durante años compró impunidad, silencios, cargos y candidaturas. Quien crea que su confesión se quedará en el bajo mundo, no entiende cómo funciona el crimen organizado a la mexicana.
No se trata de si hablará de generales o gobernadores. Es cuestión de cuándo.
A diferencia de su compadre, El Chapo, el Mayo se rinde sin espectáculo. No escapó por alcantarillas ni hizo llorar a Kate del Castillo. No necesitó corrido. Su caída fue silenciosa, casi burocrática. Pero su declaración puede ser más letal que cualquier balacera en Caborca.
Hoy el narco mexicano ya no dispara. Colabora. Y eso debería asustar más que un convoy con metralletas.
Zambada, el hombre que nunca había pisado una celda, entregará su voz a cambio de comodidades carcelarias.
Y de paso, encenderá el ventilador judicial sobre México.
Bienvenidos a la era de los capos cantores.