Por David Martín del Campo
La prosperidad es algo que está a la mano. Se puede salir de la miseria con entereza, educación y, desde luego, un poco de suerte. La Revolución Mexicana surgió para derrocar al dictador e instaurar las “causas populares” que entonces asomaban. El agrarismo, el proletarismo, la democracia dirigida desde Palacio Nacional. De todo aquello heredamos la novela de la Revolución (Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán) que nos cuentan cómo fue la lucha de facciones, Villa, Zapata, los caudillos sonorenses que terminaron por erigir al nuevo régimen. Y todos contentos.
Era el tono épico que heredamos… hasta que un irreverente muchacho saltó a la palestra para contarnos las vicisitudes de una nueva generación de clase media, heredera de la pacificación que lograron Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines. Eran los hijos de esa convulsión política que duró de 1910 a 1929, cuando concluyó la Guerra Cristera. De pronto se miraron unos a otros, tenían sus propias ideas, les gustaba el rock’nroll, desconfiaban de los adultos y de los sermones. Les gustaba el relajo sin cortapisas.
De ese modo fue como José Agustín y su generación (Gustavo Sáinz, Gerardo de la Torre, René Avilés) impusieron un nuevo modo de entender la vida, sin referirse necesariamente a los funcionarios y granujas que se habían hecho del poder (que es el tema de Carlos Fuentes). Era como gritar “sí, somos la nueva clase media, y háganse a un lado”. Sus novelas hablaban de la nueva sensibilidad urbana, la movilidad social, las fantasías de la adolescencia y la invención del nuevo país cansado ya del corporativismo del PRI y su caudillo en turno.
Fallecido José Agustín (Ramírez) la semana pasada, pareciera que esa cabriola generacional llega a su fin. El medio pelo nacional está siendo apabullado por los desheredados del viejo régimen –ahora es su turno– y habrá que escribir la novela de la nueva épica sustentada en el revanchismo de clase.
Ah sí, porque las clases sociales, quiérase que no, siguen ahí dirimiendo sus cotas de poder. Ya lo dijo el camarada Marx. Hasta le han segado su derecho a la prosperidad, acusándola de “aspiracionista”, término que no existe aún en el diccionario. En todo caso “aspiración” significa eso, “deseo intenso de conseguir algo que se considera importante”, y sus sinónimos son el anhelo, o el ansia. Sí, ansias de mejorar o, ¿no hay derecho?
En uno y otro documental vemos a diario el testimonio de los migrantes. Caminan leguas y más leguas, en cada hospedaje deben pagar una cuota en dólares, luego volver a sortear a los “coyotes” y agentes aduanales, para alcanzar la frontera con Tejas. ¿Y todo por qué?
Hay varias respuestas a la pregunta… desde luego que por abandonar el terruño de miseria y anarquía de donde proceden (Nicaragua, Cuba, Haití, Honduras), pero también por alcanzar la ”prosperidad” de sus parientes que se le adelantaron en Houston y Chicago, donde ya han podido hacerse de un automóvil y conseguir la ambicionada “social security”. Y como trasfondo quedan todas la series y películas que muestran que el paraíso es posible. Trabajar, ganar dinero, tener techo y escuela, fiestas, orden cívico, seguridad.
El medio pelo, es decir, el término peyorativo que se refiere a las personas de clase media emergente, es la constante de nuestras sociedades. Algunos que progresan, medran y ascienden en el estatus social. Otros que al revés, se arruinan y descienden en el tablero de serpientes y escaleras.
No hay progreso sin esfuerzo, pero esto es algo políticamente incorrecto. Lo que el estado está obligado a proporcionar son las garantías de oportunidad (salud, educación, seguridad) para que cada ciudadano haga de su propia vida un propósito de desarrollo exitoso. Depender de las dádivas no genera más que un ejército de menesterosos carentes de anhelos y ambición. Sí, ambición (que es pecado), y que ha sido el fundamento mismo de nuestra especie. Lo traemos en los genes buscando el mejoramiento del entorno y, ¿por qué no?, el derecho a la felicidad. Lo asegura la Constitución norteamericana… será por ello que tantos cientos de miles, ahora mismo, van caminando hacia su territorio. El medio pelo en éxodo.