CUENTO
El día en el que “eso” sucedió, Melón solamente deseó una cosa: morirse. Porque entonces no había nada en el mundo que pudiese consolarlo. Aquella verdad se le hacía muy difícil de aceptar. Algo así, ¡¿cómo podía ser posible?!
“Son las reglas de la vida. ¿Por qué mejor no la olvidas?”, le había dicho una vez uno de sus amigos melones. “En el mundo de los humanos, sucede casi de la misma manera. La única diferencia radica en que, mientras que en nuestro mundo las cosas se dicen sin pelos en la pulpa, en la de ellos todo es disfrazado y sutil. Los humanos no pueden ser directos como nosotros. En sus mundos, por ejemplo -siguió explicando el melón- cuando un joven pobre se enamora de una muchacha rica, los papás de ella siempre impiden que sea novia de él, y, peor aún, hacen todo lo que está en sus manos para que su hija no se case en con él, porque entonces dicen que él solamente la quiere a ella por su dinero… “Esa vez, el melón enseguida había respondido ante todas estas palabras:
-¡Pero lo mío no es igual! Lo que yo siento por ella ES AMOR DE VERDAD. Amo -había dicho el melón- ¡amo a esa sandía más que a nada en el mundo! ¡La amo con toda la pulpa que habita aquí en mi interior! -Su amigo, un tanto dolido por verlo en esta situación, se había apresurado a decirle:
-¡Pero tú no eres su igual! ¿Por qué no has querido darte cuenta? Melón, ¡amigo! ¡Ya te lo he dicho un montón de veces! ¡Entiendelo1 ¡ENTIENDELO YA! Un melón solamente puede casarse con otra melona, un sandío con otra sandía, y una calabaza…
-Ya, ¡ya no sigas, por favor! -pidió Melón, tapándose los oídos-. Lo que acabas de decirme es muy doloroso. No sigas, ¡no sigas! -rogó.
-¡Es que es la verdad! -respondió su amigo-. Aunque no quieras escucharla, como tu amigo que soy, creo que es mi deber decírtela. Melón -su amigo le tocó el hombro-, ¿por qué mejor no vas y te buscas a una melona para novia?
-¡ES QUE NO ME GUSTAN LAS MELONAS! -estalló Melón-. A quien yo verdaderamente amo es a esa sandía. Amigo, ¡¿por qué no has querido entenderlo?! -Melón ahora ya casi lloraba-. Cada vez que la veo, ella hace palpitar toda la pulpa que llevo aquí adentro. -Al decir lo anterior, Melón se había tocado la parte donde residía su corazón.
-Melón, Melón, Melón -fue repitiendo su amigo con tono cansado-. ¡Dime!, ¿qué podría hacer para que reacciones? -Melón, que ahora estaba como ido, ni siquiera pareció escuchar esta pregunta. Su amigo, al verlo en esta condición, enseguida se despidió de él. “Nos vemos mañana”, dijo. Pero como es de suponer, Melón no le respondió nada…
Al siguiente día, como a eso de las ocho de la mañana, Melón abandonó la tierra donde vivía para ir al huerto donde residía su amada la sandía. Y durante todo el trayecto hacia este lugar, él no dejó de pensar en cómo declararle su amor a ella. Una y otra ensayaba varias maneras para hacerlo.
Su seguridad interior crecía conforme su cuerpo iba rodando sobre la tierra. “Se lo digo porque se lo digo”, decía y se repetía Melón, lleno de optimismo. “Ella tiene que saberlo, ¡tiene que saberlo! ¡Yo ya no puedo seguirlo ocultando…, o todo mi cuerpo explotará. Entonces sí estaré muerto de verdad…”
Melón siguió con sus mismos pensamientos, hasta que sus ojos encontraron a su amada. Desde la distancia en que todavía se encontraba, él pudo ver como ella sonreía. La sandía platicaba con una calabaza. Melón, al ver la escena, de manera súbita, se sintió un tanto decepcionado. Porque entonces supo que acercase hasta ella sería algo así como escalar el monte más alto del mundo. “¿Por qué no estás sola?”, se recriminó mentalmente. Y sin darse cuenta, su cuerpo había dejado de rodar.
“Vete, ¡vete!”, le pedía Melón a la calabaza que estaba junto a su amada. Pero la calabaza no daba signos de irse a retirar. La charla con la sandía -como Melón lo observaba- parecía estar muy interesante. ¿De qué conversarían? ¿Acaso la calabaza le estaría contando cosas del amor? ¿O acaso la sandía le estaría hablando de… un novio suyo? Melón nunca había pensado en la posibilidad de que la sandía tuviese un novio. “Una sandía solamente puede amar a otra de su misma clase”, recordó Melón decir a su amigo. “No, ¡no!”, empezó a repetirse Melón. “¡No dejaré que la inseguridad arruine mis planes! ¡Tengo que decírselo, así me cueste el rechazo!” -Ahora, unos cincuenta metros lo separaban de ella. Melón no se decidía a seguir su camino. Y después de esperar un gran rato, para alivio suyo, vio que la calabaza se despedía de la sandía dándole un beso en el cachete. “Menos mal que se va”, enseguida suspiró Melón. Su plan nuevamente parecía retomar el camino correcto. Ahora, ¡nada le podía salir mal!
“Boom, boom, booom”. Toda la pulpa interior de Melón crecía en la velocidad de sus latidos, conforme más se acercaba a la sandía. Una rodaba, y otra más, y él solamente sentía como que se desmayaría. “¿Por qué el amor tiene que ser así de doloroso?”, se preguntaba Melón. “¿Por qué no solamente puede ser suave y sin tener que producir las náuseas que a mí me está causando ahora?” Una rodada, y otra más, y Melón había empezado a dudar. “¿Y si…? ¿Qué será de mí si ella… me dice que no?” –Instantes después:
-¡Hola! ¿Cómo estás? -saludó Melón a la sandía, con una seguridad fingida. La sandía, que se encontraba de espaldas, lentamente se fue dando la vuelta para ver quien la había saludado. Y al quedar de frente al melón, éste enseguida sintió un dolor-placer recorrerle todo su cuerpo.
-¡Hola! -le devolvió ella el saludo. Y la seguridad en su voz sí era genuina.
-Ho… ¡hola! -volvió a repetir el Melón, sintiéndose de repente estúpido. Su nerviosismo no le permitía articular más palabras. Y, para tratar de ocultarlo, nuevamente empezó a rodar sobre su propio cuerpo. La sandía lo observaba con curiosidad. “¿Qué hago?”, se preguntaba Melón.
Varios minutos tuvieron que pasar para que él finalmente lograse adquirir el suficiente valor como para solamente preguntar:
-¿Cómo te llamas? –Y ella le respondió:
-Beverly.
-¡Quénombremásbonitoparaunasandíatanhermosacomotú! -dijo Melón de un tirón, temiendo en su interior lo más peor. Pero la sandía, lejos de sentirse ofendida, se había sentido halagada.
-Gra… ¡Gracias! -le respondió. Melón entonces se dio cuenta de que ahora ella era la que se había sonrojado. Ver esta reacción en su rostro, le hizo sentir un optimismo completamente renovado. ¿Acaso era esto una buena señal?
-Y tú ¿cómo te llamas? -había preguntado la sandía después. Melón entonces le respondió.
-Melón. ¡Me llamo simplemente Melón! -La sandía hizo como que no entendía.
-¿De verdad? -preguntó. ¡Qué chistoso! Nunca antes había conocido a un melón que se llamase simplemente así. Bueno -prosiguió ella misma-. Está bien que seamos frutas, pero no creo que por eso no debamos de tener un nombre que nos distinga de los demás de nuestro mismo grupo, ¿no crees? -Melón, que solamente había mirado abobado el rostro de ella mientras hablaba, otra vez estaba como ido.
-¿Hola? ¿Estás bien? -le preguntó la sandía, al ver que él no le respondía.
-Sí. Perdón. ¿Qué decías? -Melón se había dado unos golpes sobre su rostro para despertar.
-Te decía que al menos deberíamos…
Y al escuchar de nuevo la palabra “grupo”, Melón enseguida trajo a su mente las palabras de su amigo: “¿Por qué mejor no te buscas a una melona para novia?” “No, ¡no!”, le empezó a gritar una voz interior. “No, ¡no!” La voz iba subiendo de volumen. Melón ahora se tapaba los oídos.
-¡Oye! -dijo la sandía cuando lo vio arrancar a rodar-. ¿Por qué te vas? -Pero esto último Melón ya no alcanzó a oírlo, porque entonces ya se había alejado una gran distancia. En el último instante, cuando había estado a punto de confesarle su amor a Beverly, un temor mezclado con nerviosismo y dolor se había apoderado de su ser de manera definitiva, impidiéndole así decirse a ella lo mucho que la amaba…
“En el mundo de los humanos sucede casi igual…”, recordaba Melón, mientras rodaba a toda prisa de regreso a su lugar de origen. Su corazón estaba destrozado, y sus ojos arrasados por muchas lágrimas, que caían sobre la tierra como si fuesen gotas de plomo. Hacían un ruido estruendoso al golpear contra el suelo. Melón sentía querer morirse, y no podía ser para menos… “¡Beverly!”, gritaba, con todas sus fuerzas. “BEVERLY!” “¡Mi amor!” “¡No pude hacerlo! ¡No pude decirle que la amo!” “¡NO QUIERO VIVIR MÁS…!”
El tiempo pasó y Melón vivió el resto de sus días amando al único amor de su vida: Beverly. Nunca se casó, y nunca más volvió a ver a aquel melón que aquella vez le había dicho: “¿Por qué no mejor te buscas a una de tu grupo para enamorar…?”
FIN.
Anthony Smart
Septiembre/22/2018