Había una vez una escuela, en donde había un niño que se burlaba de todos los demás niños de su salón. Todos le tenían mucho miedo, así que ningún niño se atrevía a enfrentarlo.
Y cuando el niño burlón era acusado con su maestro, éste nunca hacía caso a los niños, porque también le tenía mucho miedo al niño burlón. Todos los niños en ese salón tenían apodos muy feos, que el niño burlón les había puesto. Había veces en que los niños ya no soportaban las cosas feas que el niño burlón les llamaba. Sin embargo no sabían que muy pronto el niño burlón dejaría de hacerlo, porque una nueva víctima estaba por llegar a ese salón. Y así sucedió.
Eran como las 8 de la mañana, cuando el nuevo estudiante llegó. Venía de un país muy pero muy lejos. Era extranjero. Sus ojitos eran pequeños y muy graciosos. ¡Era chinito! Todos los niños le habían dado la bienvenida, menos el niño burlón. El niño no sabía que dentro de su clase había un niño que no dejaría de burlarse de su aspecto.
El niño burlón enseguida lo hizo víctima de sus burlas. -Chinito, abre tus ojos. Chinito, no te duermas, mira que te estoy hablando-, le decía el niño burlón. Pero el niño chinito jamás se mostró enfadado o humillado con estas burlas, PORQUE EN SU CASA, SUS PAPAS LO HABÍAN ENSEÑADO A AMARSE ASÍ MISMO. Por lo tanto, las burlas de ese niño burlón jamás harían daño alguno al niñito chino.
El tiempo pasaba. Todos los niños de ese salón parecían que nunca más volverían a ser burlados, como antes. Porque ahora el niño burlón centraba toda su atención en el niño chinito. Pero el chinito seguía mostrándose inmune a las más feas de las burlas. Aun así, el niño burlón seguía y seguía acosándolo. Hasta que…
Era de mañana. La hora del recreo llegó, y todos los niños salieron. Ese día todos optaron por irse a jugar atrás, al patio de la escuela, a pesar de que la noche anterior había llovido a cantaros. El patio era muy grande. Medía casi media esquina. Varios grupos de niños jugaban esparcidos en diferentes lugares. El chinito estaba allí, pero no jugaba. Él se había sentado a leer, detrás de un salón..
La tierra del patio estaba cubierta, en su mayor parte, por pasto. Pero cuando llovía mucho, ésta se volvía muy resbalosa, porque seguía mojada. Aun así, muchos niños jugaban allí esa mañana, incluido el niño burlón. Éste corría y pateaba un balón de futbol. Más no sabía que ese día le sucedería ALGO, que lo haría cambiar para siempre. El niño burlón corría tan rápido, que no se daba cuenta de en dónde pisaba.
Fue por esto que, cuando se dio cuenta ya estaba en el suelo; se había resbalado, y su caída había sido vista por casi todos los niños. Estos, al verlo caer al suelo, se habían comenzado a reír y a carcajear, de manera tan fuerte, que el chinito, que estaba absorto en su libro, había tenido que interrumpir su lectura. -Ja ja ja. Ja ja ja-, los niños no dejaban de carcajearse. Muchos niños lo apuntaban.
El niño burlón seguía en el suelo. Su ropa se le había ensuciado mucho. -Ja ja ja-. Los niños parecían nunca ir a dejar de reírse de él y de su caída. El niño burlón parecía haberse paralizado, porque no se había levantado. Ningún niño había ido a ayudarlo. Ni siquiera un profesor se acercó allí, para ver el por qué los niños se carcajeaban tanto.
-Palece que necesitas ayuda-, le dijo una voz al niño burlón. Y éste, que miraba hacia otro lado, volteó a ver quién le hablaba, y vio que era el niño chinito. El chinito le sonreía. -Vamos, levántate, yo te ayudo-, le dijo, con su brazo extendido. El niño burlón miró las palmas de sus manos, y éstas estaban llenas de lodo. -¡Pero estoy sucio!, te voy a ensuciar-, le dijo el niño burlón. -No impolta, contestó el chinito, es sólo tiela. Yo después me limpio-. -Está bien-, dijo el niño burlón, y agarró la mano del chinito.
Así fue como pudo ponerse de pie, después de haber estado sentado en el suelo por varios minutos.
Cuando el niño burlón se recompuso un poco, enseguida empezó a llorar. -¿Qué te sucede? ¿Te lastimaste alguna palte de tu cuelpo?-, el chinito le preguntó. -No, estoy bien-, contestó el niño burlón. -¿Entonces pol qué llolas?-. Y el niño burlón, al escuchar esta pregunta arreció su llanto. -LLORO PORQUE TÚ FUISTE EL UNICO QUE VINO A AYUDARME… Y NO
ME LO MERECIA-., le dijo al chinito. -FUI TAN MALO CONTIGO-, añadió. Y el chinito le contestó: -Olvídalo ya. Es pasado-.
Y desde ese día, el niño burlón y el niño chinito se volvieron los mejores amigos. El niño burlón ya nunca más volvió a burlarse de nadie, su caída lo había hecho cambiar por completo.
FIN.
Anthony Smart.