CUENTO
Había una vez un niño que era muy pero muy rico. Vivía en una casa muy grande y bonita, con adornos que lo hacían más y más bonito todavía. Se puede decir que aquella casa bien podía ser la envidia de cualquier príncipe o rey, personas quienes siempre vivían en grandes casas o palacios, como la casa de este niño rico.
Y el niño rico vivía en un pueblo, en donde la mayoría de los demás niños eran pobres, muy pobres. Y el niño rico iba a la escuela a la que iban los niños pobres, porque en aquel pueblo no había escuelas para él, escuelas para niños muy ricos.
Y aunque el niño rico era muy rico, la verdad es que esto solamente era un decir. Porque aunque el niño rico vestía las ropas más caras, y tenía los zapatos más caros, y las cosas más caras, la verdad es que era su padre quien tenía dinero, y no él. Y su padre por nada en el mundo habría permitido llevar a su hijo a estudiar a la ciudad, en donde sí había escuelas para él, porque era un avaro, o sea una persona que cuidaba mucho no gastar su dinero.
Y como en aquel pueblo toda la gente era muy pobre, pues el papá del niño parecía ser el hombre más rico. Pero la verdad es que, ni el niño era muy rico ni tampoco su padre. Pero en aquel pueblo tan miserable ellos parecían ser unos verdaderos príncipes o reyes, porque en sus casas tenían cosas que nadie más en el pueblo tenía: una televisión, un teléfono, un refrigerador, y un baño con regadera. Los demás niños jamás sabrían lo que se siente bañarse con regadera, ellos tenían que conformarse con bañarse a cubetazos o con la ayuda de sus manos.
Y todos en aquel pueblo conocían al papá del niño rico, ya que era siempre a él a quien todos buscaban, cuando se quedaban sin dinero para poder alimentar a sus hijos. Y el papá del niño rico les daba a todos ellos el dinero que le iban a pedir. Sin embargo, el niño rico desconocía lo que su padre hacía: ERA UN USURERO QUE SOLAMENTE SE APROVECHABA DE LA NECESIDAD Y URGENCIA DE AQUELLOS DESGRACIADOS Y POBRES PAPÁS.
Pero un día sucedió que el niño rico se enteró de lo que su padre hacía. En la escuela, un niño no dejaba de llorar, porque ya no tenía casa. El usurero, o sea, el padre del niño rico se lo había quitado a su padre, porque no había podido devolverle a tiempo el dinero que le había prestado. YA NO TENGO CASA, YA NO TENGO CASA, EL USURERO SE LO HA QUITADO A MI PAPÁ, decía el niño pobre, con sus ojos llenos de lágrimas.
Y desde aquel día, cuando el niño rico se enteró de cómo su padre obtenía dinero para comprarle las cosas caras que él tenía, se volvió un niño triste, muy triste. Y desde aquel día, el niño rico enfermó de manera misteriosa.
Y fue así, de esta manera, cómo el padre del niño rico se fue volviendo pobre, cada día más y más, porque había gastado mucho de su dinero llevando a su hijo a todos los doctores en la ciudad, en busca de una cura para la enfermedad de su hijo, de su querido y amado hijo.
Los días fueron pasando, y luego las semanas, y luego los meses, pero la enfermedad del niño no pasaba. Muy pronto será tu cumpleaños, pensó el padre del niño, mientras lo miraba acostado y dormido en su linda camita.
Ya hemos ido con todos los doctores de la ciudad, y ninguno ha podido encontrar una cura a lo que te sucede. Oh, cielos, hijo mío, no quiero que te mueras. Si tan solo pudiese saber qué hacer para que te cures, no dudaría ni un solo segundo en correr a hacerlo.
Y el niño, que estaba acostado en su camita, había despertado, cuando su padre dijo todas estas palabras, así que lo había escuchado decir todo esto, es por esto que entonces dijo: Padre, ven, acércate a mí. Oh, hijo, mío, ¡has despertado!, exclamó su papá, y se acercó a la cama de su hijo. Cuando éste estuvo frente a su hijo, su hijo le dijo: Padre, creo que has sido injusto con algunas personas. Hay un niño que ya no tiene casa, porque tú se lo quitaste a su padre.
Oh, hijo mío, ¡PERDONAME! El dinero y la avaricia me habían cegado, ya no veía lo que hacía. Padre… Sí, hijo, dime. Me gustaría que fueras ahora mismo a buscar a ese pobre hombre y que le devuelvas su casa. Sí, hijito mío, haré ahora mismo lo que tú me has pedido. Ve entonces padre, dijo el niño rico y enfermo. Y el padre del niño salió corriendo del cuarto de su hijo, y fue a buscar al padre del niño pobre. Perdóname, le dijo, cuando estuvo frente a él. He sido muy injusto contigo. AQUI TE DEVUELVO TU CASA, le dijo, y le entregó los documentos que lo volvían a hacer dueño de aquella casa.
Hijo, ¡hijo!, gritaba el papá del niño pobre, mientras buscaba a su hijo. YA NO LLORES MÁS. YA TENEMOS CASA OTRA VEZ. Y el niño, al escuchar esta noticia, enseguida dejó de llorar.
Oh, hijo mío, ¡cómo pude ser tan avaro!, decía y se repetía el papá del niño enfermo, mientras corría de regreso a su casa. Mírame ahora: Tú estás enfermo, y no hay dinero en el mundo que pueda curarte. ¡Qué triste y desdichado me siento!
Y qué grande fue la sorpresa que aquel padre preocupado se llevó, cuando al llegar cerca de su casa vio que su hijo estaba en la puerta, parado, esperándolo a él. Su hijo, cuando su padre estuvo más cerca de él, abrió sus brazos y arrancó a correr hacia él. Y los dos se encontraron así CON UN GRAN ABRAZO. ¡ESTÁS SANO OTRA VEZ!, exclamó su padre. Sí, padre, contestó su hijo, la enfermedad ha desaparecido.
FIN.
Anthony Smart.
Octubre/28/2016 Thurs