Por Mouris Salloum George*
Desde Filomeno Mata 8
El Estado mexicano es uno de los precursores en materia de libre tránsito de las personas, derecho reconocido por la Constitución de 1857 y revalidado en la del 17, con una reciente reforma referida a los Derechos Humanos.
Un siglo después de promulgada la Carta fundamental mexicana del 57, la ONU incorporó a sus principios (artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre) aquella prerrogativa, especialmente en cuanto toca a desplazamientos internos de población.
Por lo que respecta a desplazamientos extraterritoriales, desde hace tres décadas la Unión Europea pactó el libre tránsito de mano de obra entre sus Estados parte.
En México, ese derecho ha sido objeto de jurisprudencias de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Donald Trump, primero en levantar muros extraterritoriales
Atento a su doctrina, el gobierno mexicano ha sido garante de tal derecho, como lo confirman sus políticas de asilo y de refugio.
Por estos meses, sin embargo, el inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, como portaestandarte de la supremacía blanca ha hecho de la xenofobia tema de su agenda electoral para un segundo mandato.
El coronavirus, elevado a rango de pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS) sirve ahora como coartada para que se exacerben los nacionalismos y aun los gobiernos europeos más flexibles en la materia, están dictando disposiciones draconianas para el cierre de sus fronteras, tanto de entrada como de salida.
Una dinámica contradictoria y regresiva se observa en ese fenómeno: La globalización económica impuso el libre tránsito de inversión y mercancías. El Nuevo Orden Feudal Mundial levanta muros contra la migración humana.
El pretexto es lo de menos. El objetivo es el mismo: No precisamente el de las fronteras sanitarias. El fantasma de la xenofobia galopa de nuevo. La crisis humanitaria se expresará en dimensiones insospechables. Grave asunto.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.