La vida como es…
De Octavio Raziel
Vivimos en una sociedad de odio; odio hacia el terror que nos infunden los delincuentes, los sicarios, los inadaptados, que no sabemos si actúan mutuo proprio o si forman parte de un complotismo de Estado.
Nos encontramos con un Big Brother que tiene en un Big Data las huellas digitales, los archivos faciales y millones de minutos, horas de grabación de actos punitivos contra la sociedad; sin embargo, detener a todos los delincuentes con esas pruebas, quedaría el territorio nacional casi vacío.
Me remito una vez más a “1984”, la novela de George Orwell. A los “dos minutos de odio”, cuando las masas se reunían frente a la enorme pantalla para abuchear, para excretar contra el enemigo en un paroxismo demente. No es obligatorio ese odio, pero es imposible dejar de luchar contra Goldstein, y al mismo tiempo contra el Hermano Mayor, el partido y la policía del pensamiento, que parecen convertirse en un protector valiente e invencible. La nuevalengua nos lleva a odiar mucho, con pocas palabras; la misma que nos está robando el pensamiento, la lucidez.
Los ciudadanos comunes de México remolemos nuestros corajes, nuestro odio hacia la corrupción y la impunidad que se ha enseñoreado en nuestro país. En lo personal, suspendí mi servicio de Facebook porque se me agotó mi capacidad de mentadas de madre contra los peñistas, los calderonistas, los foxistas y más, y más, y más atrás. Al final, de lo que pudiera ser una catarsis, comprendí que a los señores que tienen la sartén por el mango, les vale madre las mentadas de ídem que les envío.
El odio es una injusticia que cometemos contra nosotros mismos
Y a menudo también contra quienes odiamos, diría Sócrates.
Gregory Rasputín aseguraba que los cristianos debemos odiar, porque al hacerlo estamos pecando: Sin pecado, agregaba, no hay absolución. Con este cuento se llevó a muchas doncellas a la cama.
Siddhartha, señalaba que el odio es como tomar veneno y esperar que muera el otro.
Aquellos que creen en la Biblia se escudan en que “es aceptable odiar aquellas cosas que Dios odia”.
Hay hombres que, como Alberto Camus, sufren de ataraxia, esto es, incapacidad de amar. Sus relaciones terminan en odio. El amor-odio es un proceso que se les da muy bien a casi todas las mujeres. Aman intensamente, luego, aparece de la nada la indiferencia. Es aquí donde el varón debe actuar sabiamente y retirarse a tiempo. De no hacerlo, de rogar, llorar o pasar por un terrible duelo, será odiado a más no poder. Amar, se les da como sea; pero odiar, es todo un arte y ellas son, en esta parte de la obra, artistas consumadas. Decía Oscar Wilde: Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer, mientras no la ame. A lo que añadiría un aspecto muy importante, sin provocar su odio.
Debemos recordar que el odio en una mujer, es como la sentencia de Dios: única, inapelable y por la eternidad.