José Luis Parra
Mientras la clase política juega a las escondidas —unos con los vuelos internacionales y otros con los hijos amparados—, nadie parece interesado en rescatar del fondo del cajón la tan cacareada Reforma Política-Electoral. Se les olvidó, como se olvidan los discursos en los sepelios: apenas se va el muerto y ya nadie se acuerda de qué dijeron.
En el aire flotan preguntas, teorías y conjeturas. ¿Qué llevaba el vuelo de Hernán Bermúdez Requena desde Paraguay? ¿Por qué hizo escala en Colombia? ¿Y por qué el runrún dice que Harfuch cambió de avión para no encontrarse con sorpresas de altura? El vuelo llegó sin contratiempos, pero el verdadero turbulento sigue siendo el sistema político mexicano. Ese que, con suerte, podría quedar a prueba si el gobierno se atreve a ejercerlo de verdad.
Hoy el daño ya está hecho. Las instituciones, antes presumidas como columnas vertebrales del Estado, se tambalean. La Marina —sí, esa misma que décadas atrás llenaba portadas con medallas y honor— ahora aparece en el centro de las sospechas y los memes.
Todo mundo tiene miedo de mirar para arriba, por si le cae una acusación, una traición o una bomba mediática.
Y en medio del naufragio institucional, aparece una pregunta que divide sobremesas y sobremarchas:
¿Se atreverá Claudia Sheinbaum a corregir el rumbo de un barco que hace agua por todos los flancos?
El golpe de timón que muchos piden no es menor. Implicaría entrarle al choque frontal con estructuras anquilosadas, generales con fuero moral y jueces sin brújula ni coraje. Una rebelión desde el poder, contra el poder.
Claro, si Claudia realmente tiene poder. Porque todavía no sabemos si será presidenta o administradora del legado ajeno. Entre las dudas, las lealtades cruzadas y el activismo judicial, su margen de maniobra es más estrecho que el pasillo de un avión presidencial reciclado.
Y no hay que ser adivino para imaginar los efectos colaterales. Un reacomodo real sacudiría al Senado, a un Poder Judicial lleno de novatos sin manual, y, por supuesto, a la Marina, que sigue esperando que alguien le avise si va a ser respetada o sacrificada.
Es un escenario donde la lógica es el primer cadáver. Y los únicos ganadores son los que apuestan a que todo siga igual.
Así que abramos quiniela.
¿Usted a quién le va: al pasado que no termina de morirse, o al futuro que nadie se atreve a parir?
Porque el presente, francamente, ya se nos fue de las manos.